En la paupérrima industria del entretenimiento musical patrio, brilla con luz propia un artista que lleva décadas regalando alegría y diversión a sus incontables incondicionales. Luis Aguilé, crooner porteño años ha aclimatado a la piel de toro, entretenedor nato de la España desarrollista, la de la transición, la movida, los aciagos noventa, y en este inicio de milenio, amo absoluto de pistas de baile, verbenas del inserso y clubes de modernillos.
La carrera de este artista de una pieza comienza allá en los cincuenta en su Argentina natal, con temas consustanciales a la expresión artística porteña, tendentes al desgarro existencial. Gracias a Dios, le dio por emigrar a La Habana de Batista, donde atemperó sus canciones al sol del Caribe. Con la llegada de Castro tomó las de Villadiego, lo que dio pié a su primer gran éxito, “Cuando salí de Cuba”, su única canción seria que no resulta risible. Todo el que vive en tierra ajena y va con tres copas de más, acaba tarareándola.
Llegado a España, se dedica a versionar éxitos italianos y americanos, “Dime” “Cuando calienta el sol”, y a componer canciones dedicadas a las suecas y francesas que empezaban a llenar el mediterráneo.
Su aspecto pulcro y atildado, sus corbatas de fantasía y el aire pícaro e inocentón a la vez encandila a las chicas casaderas, a la par que gusta a sus mamas, que le ven como un Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte. El acento entre sudamericano y cubano le daba un toque exótico. Su dominio del escenario, donde se mueve señorial a la vez que ligero, la clase con que caracolea con el cable del micrófono, le abren por siempre las puertas de la fama.
Y empieza la incontable lista de números uno. “Camina, camina”; te ha llevado el coche la grúa, tu mujer está en la cama con el vecino, no problemo, “camina, camina, no mires atrás, no vuelvas la cara, no lo pienses más”
“Con amor o sin amor”, dicharachera declaración de amor donde brilla su particular dicción. Tiene un final apoteósico, amenazando a su chica con militarizarla si no se aviene a sus demandas, mientras ladra en alemán.
“Es una lata el trabajar” popularizada por Gran Hermano, imprescindible en cualquier despedida de soltero, cena de empresa o inauguración de galería de arte.
“Pinocho”: su cima artística, deliciosa fábula, llena de encanto e ingenuidad.
“Camarero champán”: cuantas chicas han caído rendidas al son de sus mágicos compases, cuantas parejas se lanzaban a la pista de baile a dejarse llevar por esta melodía capaz de detener el tiempo.
“El héroe”: canción muy querida por nuestro artista, ya que suele terminar sus abarrotados conciertos con ella, dejando a sus incondicionales turulatos ante versos como “Superman, Superman, si eres tan valiente trae un poco de pan”. Hasta los genios tienen momentos de desfallecimiento.
Y quedan “El currante”, donde se despacha contra la lucha de clases y la alienación sin despeinarse, “Juanita Banana”, ópera bufa en un acto, “El tío Calambres”, ideal para banda sonora del nodo, o “Ven a mi casa esta navidad”, más empalagoso que un dueto entre José Luís Perales y Amaia de La Oreja de Van Goth, y tantas otras. “Me voy a Castellón”, su último hit, líder en descargas en Emule, introduce el novedoso concepto de canción patrocinada, haciendo publicidad de Marina D´or a la par que canta las bellezas de la provincia. Su capacidad de adaptarse a los tiempos que corren es lo que le ha hecho estar en el candelero desde hace cinco décadas.
No olvidemos que también tiene una vertiente literaria, como demuestra el quedar varias veces finalista del Planeta, y mucho antes que el Sabina viniera con sus sonetos amorcillados. Estamos ante un referente cultural de primer orden, pero humilde como es, sigue en la brecha como el primer día, dispuesto a entretener deleitando.