lunes, 4 de mayo de 2020

Super amor


Un alma y una piel sensible como la de Laura debía quedar en la sección de parafarmacia y cosmética. Mientras esperaba echó un vistazo a los serum, necesitaba con urgencia un revitalizador que diera luz a su cara, apagada por culpa de la cuarentena. Andrés circunvaló los lineales donde se escondía el secreto de la eterna juventud hasta que descubrió a la rubia con la mascarilla azul. Se paró a unos metros de ella, justo al lado de los microenemas, con un nudo en el estómago. Laura respiró aliviada, no era un engaño, el tipo de mascarilla verde quirófano con niqui a juego era como en las fotos de Badoo. La distancia de seguridad no ayudaba a romper el hielo, el ir enmascarados obligaba a concentrarse en las miradas. Laura tenía una risa cristalina y movimientos suaves. Andrés era alto, tímido y se manejaba con elegante desgarbo. La encargada de sección empezó a mirarlos ostensiblemente, así que se pusieron en movimiento como otros clientes cualesquiera. Cruzaron la pescadería, donde el fuerte olor de la merluza que en tiempos fuera fresca recordaba a los cuerpos encerrados días y días en un chándal. Poco mejoró el ambiente en la carnicería, allí Andrés le habló de su compromiso vegetariano y del infierno vivido por los seres convertidos en filetes envasados al vacío que yacían en los grandes sarcófagos frigoríficos. Laura le volvió a hablar de su gata Chundarata, única compañía en la soledad de su casa. Cuando enfilaron el pasillo de los congelados casi sin querer se arrimaron un poco para combatir el extremo microclima. En la frutería fue donde palparon que la afinidad que habían sentido chateando fluía natural entre patatas y pimientos. El discreto Andrés parecía un lozano manojo de acelgas, la dulce Laura una mandarina en sazón. Pero volvieron las actitudes inquisitoriales, una reponedora recriminó con la mirada las cestas vacías de la pareja. Sin pensárselo mucho, Andrés cogió una mustia lechuga y unas espinacas esmirriadas. Ella deseó que esos comportamientos irreflexivos no fueran más que arrebatos verduleros, aunque pudieran ser también los nervios de la primera cita. Casi sin darse cuenta se dejaron llevar entre góndolas y mostradores con la complicidad de los que viven al margen de la ley. Laura le confesó su debilidad por los bocadillos de Nutella con chorizo y le hizo jurar que se llevaría su secreto a la tumba. Así llegaron hasta las baldas atestadas de lejías, jabones, desinfectantes, geles y demás representantes de la nueva normalidad que había llegado para quedarse, embotando los sentidos, asustando los cuerpos. Andrés, en cambio, estaba muy excitado, la bella Laura lo tenía fascinado. En un arranque de pasión la tomó por el codo para que girara hacia la sección de bebidas, en ese momento vacía. Era una locura, pero tenía que hacerlo, no podía resistir más. Le dijo en un susurro:
−Quítatela.
Laura no esperaba tan osada propuesta y no supo responder, pero él insistió con un deseo inquieto que terminó contagiándola. Comprobó que estaban al abrigo de miradas indiscretas y con cuidado se bajó la mascarilla, mostrando al desnudo sus labios, carnosos como la pulpa de la pasión. Eran los mismos que viera Andrés en tantas fotos de Instagram, pero el poder contemplarlos en vivo entre un palé de Casera cero calorías y una torre de Redbull sugarfree fue como si el universo entero se convirtiera en burbujeantes chiribitas sin azúcares añadidos. Andrés estaba desnudando su cara cuando el segurata, con ese instinto que tienen los aguafiestas, intervino autoritario y paró el impúdico espectáculo. Les bastó una fugaz mirada para ponerse de acuerdo. Soltaron sus cestas y echaron a correr en dirección a la sección de aperitivos, donde no tuvieron tiempo de probar las nuevas patatas fritas sabor a patatas o los torreznos que decían saber a torreznos. Enfilaron la salida, desbaratando la cola de recelosos clientes que se mantenían tiesos y vigilantes ante una posible invasión de microcuerpos. No dejaron de correr hasta cien metros más allá del hipermercado, al comprobar que el segurata se había quedado en la puerta mirándolos. Ellos se dieron la vuelta, se cogieron de la mano y se fueron calle abajo.