Siguiendo con nuestro estudio de campo del ecosistema futbolero, hoy vamos a hablar de la ferocidad, oportunismo y espíritu depredador de los presis de los dos equipos llamados grandes, tanto por su juego como por su trapacería.
El seny catalán hace que los jerarcas del Barça tengan un aire como de consellers de deportes in pectore de la Generalitat, pero a poco que rasques la superficie les sale el pelo de la dehesa. Toda una referencia culé como Núñez calentaba el otro día el banquillo de los acusados por intentar sobornar a unos inspectores de hacienda. El que tiene ahora mando en palco, Laporta, anda espiando a sus compañeros de directiva, a ver si hablan catalán en la intimidad pues quizás no son lo suficientemente independentistas. Después de conseguir el histórico triplete para los blaugranas su próximo objetivo es la emancipación nacional, y quién sabe si hasta la anexión de Andorra. Pero nuestro preferido siempre fue Joan Gaspar, versión layetana de los vampiros transilvánicos, que cada vez que el delantero de turno erraba una oportunidad se ponía al borde de la apoplejía.
Y en esto de la caspa y el mangoneo sin lugar a dudas el mejor equipo del mundo es el Real Madrid. Lejos quedan ya los tiempos de Don Santiago Bernabeu, que dedicó toda su vida a la grandeza del club bajo la atenta mirada del Generalísimo. Sus continuadores solo se han preocupado de engrandecer sus bolsillos. Mendoza y sus trapicheos con el KGB dieron mucho juego. A Lorenzo Sanz, que hubiera hecho una gran carrera como secundario en las pelis de la Hammer, le trincaron el año pasado cuando intentaba el timo del tocomocho. Calderón, entre pucheros, tuvo que dimitir tras montar un pucherazo en la asamblea del club, que ni en la más torpe dictadura bananera lo hubieran hecho peor.
Pero sin duda la gran estrella de los presidentes de clubes de fútbol, salvador del Real Madrid y norte merengue es Florentino Pérez. Tanto en su anterior etapa como en ésta ha recurrido a la misma hábil y sutil estrategia, propia de nuevo rico garbancero: tirar de talonario. Su manera de activar la economía y el consumo es gastarse 90 millones 90 en un macarrilla portugués entre el beneplácito de la afición, a la que suponemos olvidada de sus cuitas diarias mientras babean con las carreritas por la banda de CR90, sus puntapiés y otras artes de trapecista. Y todo gracias al gurú de la nueva economía balompédica, basada en la venta urbi et orbe de camisetas de los astros blancos. No olvidemos que Florentino está en esto para engrandecer dos cosas: su ego y ACS. Hace poco, el presidente de Iberdrola, que parece que un poco le conoce, le llamó especulador guiado solo por la avaricia y la codicia. Y si en su anterior etapa galáctica pegó el pelotazo de la ciudad deportiva del Real Madrid, seguro que ahora su filantropía nos regala otra jugada de trilero con la que aumentar la deuda del club, que va por los 300 millones y subiendo.
Como su segunda venida al mundo futbolero acabe un poco mejor que la primera, en la que sus galácticos estaban más preocupados de sus galas que de ganar partidos, nuestro hombre dará el salto a la política. Ya en tiempos estuvo en UCD, donde no pasó de gris burócrata. Pero después de su fructífero paso por la empresa privada y revestido del aura mesiánica que emana de la poltrona blanca, tendremos en ciernes al Berlusconi de la Mancha, igual de marrullero pero con la mitad de gracia.
Seguro que este empresario modelo se sintió descorazonado cuando se enteró de que la candidatura olímpica madrileña acabó en agua de borrajas río abajo. Ya se imaginaba en el 2016 inaugurando el magno acontecimiento como presidente del gobierno, en el estadio olímpico construido sobre el antiguo Bernabeu por una de sus empresas, mientras España toda se emocionaba al ver a Don Froilán como abanderado del equipo nacional.
Mala enmienda tiene este entuerto cuando a la codicia de unos pocos se une las bajas pasiones de unos muchos. Pero como decía el cascarrabias de Quevedo, no he de callar por más que con el dedo silencio avises o amenaces miedo, pues la fauna futbolera anda siempre presta a saltarte a la yugular, ya sea por una mano dentro del área o por no cuadrarte al paso de los sacrosantos colores de su club. Pero que sus dirigentes les roben un día sí y otro también son minucias.