En la guerra todo vale, en el amor
también. Cuando se trata de vengarse de la arpía con la que te engaña tu
marido, el fin justifica los medios, sean los que sean los daños colaterales.
Como otras veces, la animal venganza se ha dado al otro lado del canal de la
Mancha. Chirstine Hemming, hasta hace poco felizmente casada con el miembro de
la cámara de los comunes John Hemming, empezó a sospechar que su marido le daba
gato por liebre. Se dejó llevar por las dudas, husmeó aquí y allá, hasta que
descubrió que no había gato encerrado,
sino una amante. Dispuesta a defender su matrimonio, decidió que la mejor
manera de vengarse de ese zorrón era robarle el gato.
Dicho y hecho. Se coló por una ventana, y no
sabemos si a gatas o al trote agarró al micifú, al que de nada le valió su
felina agilidad ante una hembra despechada. A Beauty, de apenas cuatro meses,
tras aquel aciago día, no se la ha vuelto a ver el pelo. A la que sí vieron las
cámaras de seguridad es a la mujer burlada colándose en la residencia de su enemiga
para perpetrar su criminal acción.
Una vez presa se defendió como gato
panza arriba, pero el juez no se dejó engatusar: culpable de robo de felino,
con escalo y nocturnidad. Ahora espera
condena. En el camino se ha dejado algún pelo en la gatera, pues el marido, con
la excusa del minino, ha dado carpetazo al matrimonio. No sabemos cómo
sobrelleva la dueña la irremediable pérdida de un ser querido, que en estos
casos el luto suele ser largo. Parece que encuentra consuelo en el gato de
Cheshire, aunque su Beauty era más mimosón.
Los anales de la gatomaquia no conocen
caso igual. Por mucho que siete vidas tenga un gato, hay lances en los que no
dan avío. Y más si la pérfida esposa lo abandonara en los alrededores de un
restaurante chino. Agridulce final el suyo.