Hace un millón de años, mes arriba mes abajo, en las grandes llanuras africanas estaba un mono encaramado en un árbol. En la monotonía de la tarde el tiempo parecía empantanarse, el simio bostezaba tirado indiferente en una rama. De repente sintió un agudo pinchazo en la cocorota, otro piojo incordiando. Se revolvió airado mientras se rascaba la cabeza, con tan mala suerte que se fue al suelo. Chilló enfadado mientras sus dedos expertos aplastaban al maldito incordio. Luego miró hacia su izquierda. Desde la rama se adivinaba una pequeña vaguada. Hacia allí se dirigió guiado por la curiosidad, quizás encontrara un arroyo donde chapotear y olvidarse del costalazo recibido. Desde ese día él y sus descendientes han seguido viajando, descubriendo nuevos lugares. Llanuras donde recolectar hierbas para llenar la tripa y vitaminar el espíritu, desfiladeros donde tentar ciervos y convertirlos en viandas, bosques primigenios donde follar entre el follaje, riberas donde construir poblados. A medida que la especie aumentaba en número fueron llenando el globo. Llegó el momento en que no quedó sitio en el planeta tierra sin presencia humana.
El espíritu aventurero y la cabezonería que nos caracterizan necesitan nuevas fronteras. Por ejemplo, Marte, el planeta vecino y el que más a mano queda. Si hasta ahora los viajes eran a pinrel, en montura o algún vehículo, el viaje al planeta de enfrente es más complicado. Hace falta un pepino de cohete como no se ha hecho hasta ahora. Una vez allí no será echar la toalla y tomar el sol, el clima marciano es muy caprichoso, el oxígeno poco y el agua aún está por ver. Otro problema es el equipaje, es un planeta poco desarrollado y los centros comerciales no estarían operativos hasta dentro de varios milenios. El pepino de cohete no puede llevar de todo, entre el material científico, las clásicas píldoras alimenticias a base de callos con tomate o sobrasada, y el equipaje de mano de los exploradores se acabó la carga útil. Investigando cómo ahorrar en el equipo a enviar y utilizando productos locales de ciclo corto, han dado con un método para construir edificios una vez amartizado. Es fácil, mezclar tierra marciana con sangre para producir algo parecido al cemento. Según Materials Today Bio, la albúmina del suero sanguíneo tiene cualidades compactantes. Los exploradores no tendrán que dar hasta la última gota de su sangre por la causa, pero casi. El futuro urbanismo marciano será una íntima comunión entre el hombre y su habitáculo, sangre de su sangre. Ahondando en el planteamiento, se calcula que otros fluidos corporales se podrán usar con fines constructivos. Quizás los excrementos se conviertan en madera, la orina en cristales y los mocos en el Loctite marciano. Serán viviendas orgánicas y recicladas, lo que no quitará para que la colonización acabe como siempre, con montañas de basura. Si nuestro ancestral antepasado lo hubiera sabido, quizás subiera al árbol otra vez a rascarse la barriga, ahorrándonos lo de destrozar un planeta y parte de otro.