Hay tantas aplicaciones para ligar que la gente ya ni sale a la calle a buscar. Si puedes encontrar el amor cómodamente sentado en el sofá de tu casa, para qué peinar bares, pubs, discotecas y churrerías a ver si das con alguien que te haga caso. La inmensa mayoría de los días se vuelve de vacío, pero ahora hay que ser más feo que las intenciones de Netanyahu para no pillar algo. Hay aplicaciones para todo tipo de gente: solteras con estilo, solteros estirados, quasimodos irredentos, singles mononeuronales, impares románticos, gays de rompe y rasga, solteros católicos, solteras catódicas, maduritas como regaderas, maduritos Peter Pan, jóvenes pero vírgenes, vírgenes descacharradas, más salidos que un balcón, locas del coño, divorciadas ludópatas, divorciados del Betis, ninfómanas retiradas, y hasta algún que otro despistado en busca del amor. A todo este público hay que contentar, por lo que deben innovar día sí día también.
Tinder ha añadido una nueva opción. Ahora tu familia o conocidos pueden acceder a tu perfil y elegir por ti. Vamos, que puedes dejar al mando a tu tío gagá que no distingue una nalga de una galga, o al más descerebrado de tus colegas, el que se pone cachondo hasta con la retrasmisión de la misa por la dos. Es curioso que no fueran eDarling u otra de estas aplicaciones para solteros exigentes a la que no se les ocurriera. Los de Tinder van al aquí te pillo aquí te follo, y para eso no hace falta mucho asesoramiento.
Activar esta opción tiene sus riesgos. Como dejes a tu abuela, seguro que te acaba colocando a su pareja de brisca. Si le pides ayuda a tu madre se puede liar parda. Con el concepto tan alto que tienen de sus hijos e hijas, les harán un buen examen a cualquiera que intente acercarse. Al pobre infeliz que solo pretendía mojar el churro le hará preguntas por el chat del tipo de háblame de la situación geopolítica de la zona Asia-Pacífico, o de recetas con soja texturizada, consiguiendo que huya a brazos menos exigentes. Si la cosa sale mal siempre le puedes echar la culpa a ella, no es que tú seas más torpe que Lenin en Instagram.
Lo mejor es seguir equivocándose uno mismo, que nadie escarmienta en cabeza ajena. Y quién sabe, quizás encuentres a tu media naranja en la cola de la frutería, y ya no necesites más aplicaciones de flechazos.