Todo era cada vez más negro. Parte del estampado del
sujetador se me estaba marcando a fuego en la cara, las falsas perlas se me clavaban por todos los sitios, un
acre olor a pachuli me llenaba el paladar, unido al sudor reseco de la arpía,
mis babas y mocos. Pero yo sólo quería un poco de aire, un poco nada más, antes
de morir.
Cuando ya estaba más para allá que para acá, el basilisco
aflojó su abrazo y tirándome de los pelos me sacó de su seno tenebroso. Pasé
del negro funeral al rojo sangre en dos segundos, pues me cruzó la cara con dos
tortazos que me hicieron sangrar a chorro por la nariz.
-Así aprenderás a no andar robando, niñato malcriado. Y da
gracias que no te llevo donde tu madre a que te dé otro repaso. Largo, largo de
aquí, y que no te vuelva a ver más- me dijo mientras me enfilaba escaleras
abajo y me daba un pescozón de despedida.
Más muerto que vivo y con el corazón desbocado baje las
escaleras en dos saltos, y en otros dos salí de allí sin mirar atrás. La calle
acababa en un descampado falto de farolas, lleno de basuras, neumáticos reventados, chatarra
y escombros. Era una de esas zonas sin urbanizar, tierra de nadie, donde los
chavales íbamos a jugar, los adultos a deshacerse de trastos viejos y otros
tantos a asuntos varios. Hacia allí me dirigí, sentándome en lo que lo debió
ser la carcasa roñosa de una nevera. Tenía la cara llena de sangre, mocos y
babas, y toda colorada por los sofocos pasados. Al darme cuenta de lo cerca que
había estado de la muerte entre las tetas de la loca, rompí a llorar de nuevo,
y al ver que me había meado, la maldije con toda mi alma.
Entre hipo e hipo, mientras me sorbía los mocos y me
limpiaba un poco con la manga del jersey, oí unos cuchicheos que venían de la
zona más oscura de la explanada, tras un montículo de cascotes adornado con
bolsas de plástico enredadas como fantasmas hechos jirones. Poco después vi
salir de la parte de atrás una pareja. Él era uno de los gallos de los
billares, el Pana, un tipo de veinte por lo menos que ya estaba de vuelta de
todo, con vaqueros prietos y chupa de cuero, que se había librado de la mili
por yonki y abría coches más rápido que yo los botes de colacao. Venía con un pito en una
mano, y la otra en el escote de la camisa, todavía a medio cerrar, de una
morena que no tarde en reconocer. Era mi Montse, dejándose magrear por el macarra de turno. Al verme de lejos, primero
se pararon sorprendidos, pero al reconocerme, se acercaron confiados. Al
percatarse de mis pintas, los ojos rojos y la cara toda sucia, Montse ensayó
una sonrisa de disgusto y asco hacia mí:
-Pero donde te has metido tío, ¿has estado buscando escarabajos
para tu cole?- río mientras se pegaba más a su pareja.
-Pues ha pillado con uno muy grande, porque el menda se ha
meado encima- machacó el otro con el
cigarro entre los labios y gesto de sorna. Al verme Montse el pantalón todo
meado, dibujó una mueca de asco que me atravesó de lado a lado, mirándome no
como a un bicho raro, como hasta entonces, sino como a un simple y puro bicho. Eso
era yo para la chica que amaba. Un escarabajo feo y sucio, al que le hacía el
favor de no pisarle cuando pasaba cerca. Después de haber sido el pelele de una
loca, era el escarabajo pelotero de una niñata que jugaba a ser adulta. Sin
pensar agarré lo primero que pillé a
mano, un trozo de cemento, y se lo tiré con todas mis fuerzas.
-Vete y déjame en paz, tía de mierda- grité histérico y eché
a correr antes de que el Pana se me echara encima. Montse logró esquivar la
pedrada, y se quedó llamándome subnormal y alguna cosa más.
Yo seguí corriendo
sin parar, sin mirar atrás. Mientras corría sentí que algo nuevo y amargo caía
sobre mis espaldas. Ese dolor recién llegado, que hundía mis hombros y secaba
mis entrañas, luego supe que era
humillación. Algo se rompió dentro de mí cuando huía de aquel descampado. La
primera grieta, a la que seguirían otras, se dibujó para siempre en el fondo de
mí. Por esas grietas iría perdiendo mis ilusiones y mi vida poco a poco, y la
única manera de frenar esa sangría era la huida. Y así sigo a día de hoy,
huyendo y huyendo sin parar.