─Pon precio y pagarelo.
─Con lo que llevas en la bolsa llegará.
─ ¡Pero es todo lo que tengo!
─La vida es todo lo que vas a perder.
─ ¿Y de qué viviré?
─Sigamos pues camino del cementerio ─y amagó con tapar el ataúd.
─ ¡Alto, alto! ─gritó Tirso mientras aflojaba la bolsa y se la tendía a la calavera, que la cogió con indiferencia y se la pasó a uno de sus sirvientes.
─Has de saber que esta es indulgencia muy especial que no concedemos más que en contadas ocasiones.
─Señora muerte, yo sabré agradecérselo.
─No necesito tu pleitesía, pobre mortal, solo quiero advertirte de lo que te espera en el otro mundo si no eres buen católico.
─Desde mañana iré a misa tres veces al día, y las fiestas de guardar haré guardia de rodillas en el altar mayor ─ofreció Terco en un ataque de fe, que creía que la muerte se echaría atrás en el trato.
─Para que ponderes las penas del infierno, nada mejor que un paseo por el purgatorio ─dijo la muerte con su perturbada sonrisa. Sin más ni más, las cuatro sombras que con Tirso cargaban alzaron el ataúd a hombros y tras una breve carrera volcaron su contenido tras un pretil.
Lo rápido del suceso dejó a Tirso sin respuesta. En un suspiro pasó de ir encajonado en ataúd de pino a volar en mitad de la oscuridad de la noche, en lo que entendió que era el viaje al más allá, ir cayendo en un pozo sin fondo. En aquellos postreros momentos Tirso recordó a sus antepasados que pronto vería, se despidió del amor que nunca conocería, de la gran novela que dejaría en el tintero. Todo era ya vanidad de vanidades, cuando se desvaneciera en la nada su recuerdo sería el de una hoja seca barrida por el viento.
Pero hete aquí que la cruda oscuridad por la que el caballero iba cayendo trocó sin remisión en mojada realidad que lo engulló por entero. Como noble de secano que era, Tirso no había visto nunca más agua junta que la que coge en una palangana, por lo que encontrarse sumergido por completo dejole con la impresión de que había entrado en el infierno por la puerta grande. A pesar de creerse muerto, su querencia por seguir vivo hizole colear primero y luego bracear de manera tal que en determinado momento consiguió sacar la cabeza de las negras aguas y boquear un poco. Una vez que sus pulmones se repusieron del susto, sus piernas comprobaron que se podía hacer pie y no necesitaba clases urgentes de natación para salir del atolladero. Entonces miró en derredor y lo que en un primer momento se le antojara la antesala del infierno resultó ser el puente que cruza el Tormes, bajo uno de cuyos arcos estaba, mientras que desde lo alto se oían risas y bromas.
─ ¿Está muy húmedo el purgatorio?
─Vea su merced que con la indulgencia que ha pagado no da para cruzar a pie seco.
─Además, es importante nadar y guardar la ropa, caballerito.
─Pero no nada nada porque no trajo traje, y la bolsa voló.
─Es piojo resucitado, seguro que tiene dos bolsas.
Y se fueron puente adelante mientras Tirso quedaba calado y burlado en medio del Tormes.