Tirso estaba paralizado por el terror. Había leído episodios varios en los que caballeros como Don Macramé de Montmeló habían plantado cara a los cuatro jinetes del apocalipsis, pero era tal su canguelo que ni con uno solo se atrevía a porfiar. La santa compaña lo agarró de brazos y piernas, lo metió en el ataúd que llevaban, y él ni rechistó. Cuando subieron el cajón a hombros, por la escalera se bajaron y en la calle se plantaron, el pobre estudiante comprendió que estaba asistiendo a su propio entierro.
En la escura noche salmantina, que lucero alguno no se veía, la lúgubre procesión se abrió paso entre las sombras. La muerte con su guadaña al frente, detrás sus cuatro acólitos llevando a Tirso de cuerpo presente mientras recitaban letanías para abrir las puertas del más allá. La ciudad entera se recogió inquieta a su paso. Las fachadas de los poderosos y las casas de los pobres, todas por igual, miraron hacia otra parte al paso de la muerte. Solo las calles mudas y nudas vieron pasar a Tirso camino del otro mundo. Como todo Ventorrillo, el caballero era devoto seguidor de Eolo que todo lo mueve, pero bien sabía cómo las gastaba el dios de los cristianos y su colega de fechorías, el diablo. Por salir de su casa y de su tierra había caído en sus garras y ahora iba camino del abismo.
Tras vagar por calles que se le antojaron sin fin, los cuatro encapuchados que llevaban a Tirso en su último viaje pararon, y la tétrica calavera asomose a la caja con la tapa del ataúd en la mano para sellarlo.
─Muchos son tus pecados, mal estudiante y peor cristiano. Tu alma está perdida sin remisión. ─sentenció la muerte.
─Compasión, muerte celosa, solo pido un poco de compasión ─imploró Tirso.
─Si gastara de eso tendría que cerrar el negocio. Pero sí puedo hacer algo por tu alma pecadora.
─ ¡Haré lo que sea menester!
─No puedes revocar la decisión del que todo lo puede, pero sí posponerla un tanto.
─ ¿Qué quieres decir?
─Que Nuestro Señor puede tener a bien esperar a que te recibas de bachiller para llamarte a su seno.
─ ¡Firmaré con sangre!
─La firma es lo de menos, lo importante es que tengas buenos cuartos para comprar semejante indulgencia.