La juventud ha dejado de ser la vanguardia en el mundo actual. El divino tesoro de la mocedad se ha vuelto calderilla, el otoño dorado de la senectud es el refugio actual de las almas inquietas. Mientras los jóvenes están paralizados por las dudas, la inseguridad o la falta de futuro, los veteranos, curtidos en mil escaramuzas con la vida, son hoy los que llevan la voz cantante.
Si hace unos años los mayores esperaban que llegara su hora jugando al dominó o a la petanca, hoy salen en su busca con alegre inconsciencia. En la ciudad de Charleroi, en Bélgica, se dieron cita más de doscientas personas de sesenta y cinco en adelante con el afán de montar una orgía. Calculen la de canas al aire que se pueden echar entre tanto sexagenario. El paisaje humano sería de una voluptuosidad digna de Rubens, con lorzas al aire, pellejos colgando, lustrosas calvas y alguna que otra prótesis que bien utilizada podría dar juego.
La erótica asamblea tuvo lugar en un local de intercambio de parejas, con la clara intención de ponerse las botas, pero la mala suerte quiso que siete murieran con las botas puestas. No sabemos si el deceso ocurrió en el acto tras una sobre estimulación o les dio tiempo de beneficiarse a algún-alguna compañera-o de farra. Es una pena que fueran a darse una alegría al cuerpo y algunos acabaran de cuerpo presente, pero seamos positivos y consideremos que cientos noventa y tantos sobrevivieron a una bacanal que no se recuerda ni en los anales de Gomorra. Ya nos gustaría saber cuántos veinteañeros aguantarían semejante tren de vida.
Puestos a elegir, no es mal plan morir emparedado entre tus semejantes, entregándose en alma, y sobre todo en cuerpo, al prójimo, folgando en el epicentro mismo de la concupiscencia, siguiendo el divino mandato de amaros los unos encima de los otros. Y luego, que les quiten lo bailado.