lunes, 19 de octubre de 2020

Profesional


 

Cumplir con las obligaciones profesionales siempre ha sido tarea dura, pero en estos tiempos de pandemia llega a ser labor heroica. Hoy traemos el caso del esforzado docente Patrick Wilson, que imparte su magisterio así se pare el mundo. Este profesor mandó un correo a sus alumnos avisándoles de que debía cancelar alguna clase y retrasar un examen. Uno de los estudiantes le preguntó a qué se debían los cambios en la programación. El señor Wilson le respondió que le habían disparado y estaba en urgencias a ver si le sacaban el plomo del cuerpo. Como las desgracias no vienen solas, le hicieron una prueba y dio positivo en coronavirus. No se sabe si llevaba mascarilla cuando fue tiroteado, así que bien pudo pillar el bicho en otro sitio. Por ejemplo, en una discusión con su mujer, que le estaba engañando con otro. No hay datos sobre si los tiros tenían que ver con los devaneos de su cónyuge, si el virus se lo pegó algún alumno o el amante de su mujer estornudó sobre su cepillo de dientes. Sea lo que sea, a esto se le llama tener una mala racha, o ser gafe de manual. Pero el hombre, con el cuerpo y el alma dolorida, no olvidó a sus alumnos, informándoles de que si el lunes siguiente seguía vivo, tendrían examen.

El deber ante todo, que lo del covid y el tiro le pasa a cualquiera, y con las mujeres ya se sabe. En un correo posterior les dijo a sus alumnos que esperaba que en el examen, que sería on line, no le engañaran como hizo su esposa; bastante cruz es que te ponga los cuernos la parienta como para que también lo hagan tus estudiantes. Se preguntarán qué más puede pasarle al señor Wilson, pero mejor no tentar a la suerte, ni siquiera él está libre de una inspección de hacienda, o que su nuevo vecino sea un enamorado del trombón de varas. Ojalá haya tocado fondo, pues solo le queda mejorar en lo personal, no lo en lo profesional.

lunes, 12 de octubre de 2020

Altares en llamas


 

La vida sexual del clero, en teoría inexistente, siempre ha dado mucho juego. De hecho, a más de un seglar le gustaría ser tan activo sexualmente como lo son algunos clérigos. Desde la altura que les proporciona estar más allá de lo humano y de lo divino, se atreven con numeritos que ni a la gran ramera de Babilonia se le ocurrirían. La sana doctrina solo permite un misionero conejero con la luz apagada y luego un rosario por si en mitad de la coyunda se ha colado algún pensamiento lascivo. Pero los ministros del señor le ponen más imaginación, ya que pecas no te quedes a medias. Eso debió pensar Travis Clark, sacerdote católico de St. Tammany, en el remoto sur de los USA. A sus treinta y siete años quizás sentía que la parroquia que le cayó en suerte era bastante aburrida, solo cuatro viejas cuyo mayor pecado sería que se les fuera la mano con el chorro de Bourbon que le echaban al café, y ya se sabe que la ociosidad es la madre del pecado. Además del verbo divino, Travis necesitaba otros alicientes, por lo que montó un trío en el altar mayor con dos dominatrix. Mientras las buenas samaritanas le penetraban con sus vergas de goma, en una experiencia religiosa que no desmerecería las tenidas por Santa Teresa, y se grababan con un móvil, acertó a pasar por allí un feligrés que tras observar la escena y no apreciar intención eucarística alguna en ella, llamó a la policía. El trío calavera acabó en la cárcel, luego en libertad con cargos, y finalmente el cura suspendido de su función de pastor de almas, en vista de cómo pastoreaba los cuerpos. Las chicas suponemos que con la fama ganada habrán subido el caché por sus servicios, sea en lugar sagrado o profano.

Es comprensible que el jefe de Travis, el arzobispo Aymond, no esté nada contento con las fiestecitas que montaba su subordinado. Ha grabado un video en el que, aparte de pedir perdón por la actitud de otro cura al que se le fue la mano con un menor, informa que ha mandado quemar el altar mancillado por el acto sacrílego. El fuego purificador siempre le ha gustado a la jerarquía, y es lo mejor para quitar el olor a sexo sucio que desprendía el retablo. Es una represalia precipitada. Los caminos del señor son inescrutables, y en verdad creemos que con este hecho nos está mandando un mensaje de calado. Con la continua bajada de público que sufren en sus locales convenía que actualizaran sus rituales, y estos tríos molan más que el de Cristo entre los ladrones.