De todas las revoluciones que en este mundo han sido ninguna
tan chusca como la bolivariana. Ni el mismo libertador sabría decirnos las
bases sobre las que se asienta este movimiento amorfo y pachanguero. Con Chávez
un nuevo tipo de caudillo se ha añadido a la peregrina lista de jefazos que han
campado por las américas. Con él la revolución se hacía en chándal y en horario
de máxima audiencia. Con su personalísima forma de entender el gobierno
(sintetizada en todo el poder para mi al precio que sea) junto a sus mariachis
montó un tinglado populista apoyado en el chorro de billetes procedentes del
petróleo. El pueblo, educado a base de telenovelas y cuyo principal deseo es colocar a una hija
como próxima miss mundo, cansado de la oligarquía depredadora que los había
exprimido durante décadas, se echó en los brazos del militar que lo mismo te
soltaba una arenga que una ranchera y que prometía que los parias de la tierra
heredarían la tierra prometida, liberada al fin de las garras del imperialismo
yanqui. Entre tanto, a base de amañar elecciones y otras maniobras iba
ampliando su cotarro.
Muerto el amado líder, al que por falta de previsión no han
podido momificar para adorarlo como un Lenin caribeño, su sucesor recoge los
frutos maduros de la revolución. El problema es que la praxis bolivariana corre
peligro de irse a la mierda ante la preocupante escasez de papel higiénico que
se ha declarado en el país. Como siempre, se echa la culpa a la oposición que
hace acopio de rollos y rollos para enfangar al gobierno legítimo. El nuevo
presidente, no sabemos si inspirado en algún pajarillo que le ha cantado al
oído, ha tomado la audaz decisión de importar cuatro millones de rollos de
papel más para que nadie ande con estrecheces a la hora de rendir cuentas en el
retrete. Llama la atención que Venezuela dependa del exterior en un sector tan sensible,
y que la rutilante economía bolivariana sea incapaz de producir siquiera los
rasposos pero socorridos rollos de papel El Elefante que de tantos apuros nos
sacaron a nosotros.
La falta de papel de váter es la prueba fehaciente de que la
revolución va de culo. Los pobres venezolanos deben controlar sus esfínteres
mientras peregrinan de súper en súper en busca de un mal rollo que echarse al
ojete. Dirán que esto solo son pequeñas incomodidades materiales, pero en el
plano espiritual tampoco van a encontrar mucho consuelo. Si quieren ir a algún
templo a meditar y a reconfortarse con la palabra de dios lo van a tener
difícil pues la iglesia se está quedando sin vino de misa. Solo quedan
existencias para dos meses, luego no saben si llenar los cálices con cerveza o
con ron, que para la transustanciación
no vale cualquier brebaje. Todos los historiadores consultados están de acuerdo
en que ninguna revolución ha salido adelante sin papel de váter, y mucho menos
sin vino de misa. Tememos lo peor para nuestros camaradas.
En la larga y siniestra lista de tiranos americanos nuca
hemos tenido a alguien tan telegénico y lenguaraz como Chaves. Ha sabido agitar
a las masas para llevar el agua a su molino. Ahora las masas andan agitadas,
con el culo prieto y ni se atreven a comulgar. El libertador Bolívar estará en
su laberinto renegando de la mala suerte de su querida América.