lunes, 28 de septiembre de 2020

Psicofonías sexuales (y V)

Psicofonías sexuales

 

Después de correrse otra vez por su cuenta Paki quedó tirada en el asiento medio amodorrada entre eructos de cerveza y algún ronquido ocasional. En ese derroche de familiaridad entendí que había una sintonía de fondo, la de tipos que sobrevuelan la mediocridad y suben el nivel del cotarro. Con esta tía podría pasar horas muertas montando El Halcón Milenario, machacando chusma en el fortnite o tardes románticas en el sofá viendo la saga completa de Alien. Me las prometía muy felices con mi bruja con tacón de aguja, que se había corrido dos veces en la primera cita, cosa que no me había pasado nunca.

Cuando se despertó al de un rato me miró como si no se acordara de mí. Bajó a mear, se vistió y cogió el camino de vuelta sin decir ni mu. Yo la entendía, había sido una experiencia muy fuerte, polvo salvaje entre los muertos, normal que necesitara tiempo para asimilarlo por muy siniestra que fuera, pero es que no puedo estarme callado. Así que saqué uno de esos temas ligeros y a la vez interesantes. Le hablé de que estaba poniendo un rodapiés en el pasillo de mi casa que imitaba mármol blanco, lo más en decoración de interiores. Estás invitada a la inauguración le dije, por la mirada que me echó supuse que era más partidaria de la madera que del mármol. En una hábil pirueta salté a las motosierras y su despliegue en el cine, con pelis, modelos, tipos de dentado y tal. Por ahí creo que abrí una brecha en su muro de silencio pues le arranqué algún monosílabo, aunque también comprobé que le pisaba más a la furgo. Cuando puso a Alice Cooper a todo dar me callé pues total ya estábamos llegando. Me dejó frente al bar, le dije que estaba invitada cuando quisiera. Si eso ya tal respondió quemando goma y perdiéndose calle abajo.

En los días siguientes no apareció por el Tichi´s y no sería porque no la invitara por whatsapp. Al principio me daba largas, luego fue el silencio y al final descubrí que me había bloqueado. Y eso que me lo curré, le mandé fotos de todas mis figuritas de zombis radioactivos, mis posters de Marylin Manson y la invité a ver en mi casa Holocausto canival, pero como si nada. Te roban el corazón, se lo comen crudo y te dejan en carne viva. Como a todas, a Paki le entró el miedo en el cuerpo a cuerpo conmigo. Es que doy demasiado y no aprendo.

A pesar de la breve pero intensa relación con Paki, tengo que reconocer que me dejo huella, y no solo por los arañazos en la espalda. Mientras Marisol me echaba Betadine repetía pero qué gilipollas eres. Aparte de sus croquetas, otra cosa que le envidio es cómo lleva treinta años con Mat. Siempre me responde lo mismo, él no mete el morro en mis cazuelas y yo no husmeo en sus asuntos. Muchas tías han tenido la suerte de llegarme a conocer, pero mi mundo interior es tan rico que asusta, como cuando te metes en un bazar chino abarrotado de mil cosas distintas. Pero Paki me enseñó la dimensión transcendente del amor, el poder follar con una tía mientras te jalean voces del más allá es una experiencia religiosa. Desde que estuve con ella ya no concibo otra manera de hacerlo. El problema es que muchas tías están apegadas a la rutina y no piensan más que darle alegría al cuerpo sin alimentar el alma. Pero ahora que tengo apoyo espiritual estoy seguro de que no tardará en llegar la mujer de mi vida. Mientras tanto, todas las noches me miro al espejo y soy feliz mientras me la casco, oyendo de fondo explosiones y gritos procedentes de la quinta dimensión.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Psicofonías sexuales (IV)

Psicofonías sexuales




Mientras repetía Odium humani generis, Tenochtitlan, Odium humani generis se fue desnudando. Yo estaba acojonado por el costo fumado y el ataque preventivo que me barruntaba de la heavy, pero ver sueltas aquellas tetas con cruces invertidas tatuadas y un macho cabrío encima del coño me puso más cachondo que piratear Netflix. La calavera de pareja que me había echado solo tenía oídos para los aullidos que salían de la cinta y sus monsergas, pero al quitarse el tanga y ponérseme encima me pilló con la polla tiesa esperando su visita. Se movía con la rabia de todas las calderas del infierno. Mira que he tenido citas raras, pero pocas como esa, al lado de un pueblo en ruinas con sus muertos gritando desde un casete y poseído por una posesa. Es difícil hacer el amor en un simca mil, pero en la furgo de una satánica tampoco es fácil por más que no hubiera problemas de espacio. La reina de la noche de Belchite se agitaba como una loca mientras gritaba Antofagasta, Halicarnaso, Samarcanda y cosas parecidas, que no sé si había aprendido en Pasa Palabra o le salían en los huevos Kínder. La chica tenía algo especial, la chica era guerrera con sus tetas apuntando como misiles a mis empañadas gafas. Yo quería bailar la guerra mientras ella gritaba Dies irae, Peloponeso, Dies irae, y sus uñas como cuchillas de afeitar cruzaban mi espalda de arriba abajo, que parecía que me estaba follando a Eduardo Manostijeras. De pronto puso los ojos en blanco y el cuerpo tieso como una tabla, luego sus tetas de goma dos y nitroglicerina empezaron a temblar como en el terremoto de San Francisco. Me clavó las uñas en la espalda y empezó a susurrar como un mantra Pernambuco, Pernambuco. Satisfecha, se tiró a un lado mientras de la cinta maldita seguían saliendo tiros y gritos. En el infierno hay mucho vicio, bien lo sabía Paki, que no contenta con lo que le di se puso a acariciarse el chocho al ritmo del casete y un Salve Satán, Vladivostok, Salve Satán. Como a mí no me había dado tiempo a correrme fui a montarla por acabar la faena, pero de otro arreón me quitó de encima y me soltó un cáscatela en la calle que no me pareció muy constructivo. En fin, que entendía suficiente de psicología satánica como para saber que Paki estaba todavía haciendo el duelo del pavo que la había chuleado. Me daba que esto era el principio de una relación de largo recorrido, ir tan lejos para una primera cita no tenía otra explicación. Era apasionada y le gustaba mi chorizo, seguro que vendría a por más.


 

lunes, 14 de septiembre de 2020

Psicofonías sexuales (III)


 

—Hola, mamoncete, ¿qué haces por aquí? —me soltó nada más parar la furgo en la que pasó a buscarme. Pisándole fuerte autopista adelante me fue contando el programa de fiestas. Íbamos a Belchite, pueblacho abandonado tras la guerra civil, a grabar psicofonías. Las voces de los muertos me ponen mogollón dijo con mirada viciosa. A mí también, le seguí la corriente a la muerta viviente mientras me concentraba en sus tetas. De camino me contó cómo le había roto el corazón otro seguidor del diablo que le ponía los cuernos con una colega de secta. Vale que se la follara, pero no va el cabrón y me suelta que se había enamorado, es que flipo, tío, se quejó entre lingotazo y lingotazo de cerveza. El romanticismo está matando el amor respondí entre caladas del porro que me pasó y que me dejó como si me asfaltaran el cerebro.

Al atardecer llegamos a Belchite, Paki medio ciega y yo flipado entero. Aparcamos a las afueras, sacó un espray y dibujó en el suelo un círculo satánico. En el puto medio puso un radio casete de cuando Escorbuto potaba por las esquinas, pues según la experta para grabar a los del más allá hay que usar material analógico. Le dio al record y nos metimos al coche mientras la cinta daba vueltas en medio del círculo, a la escucha de almas en pena. Paki improvisó una oración a base de dolores, almas atormentadas, prisiones infernales, unas gotas de odio y palabrejas raras. Yo me hice una composición de lugar: si una siniestra te trae hasta Mordor es que quiere tema, así que intenté meterle mano. Me respondió con un manotazo mientras seguía su cháchara con los ojos cerrados, como en trance, invocando a Belcebú o a Benny Hill, vete tú a saber. En vista de que seguía a lo suyo sin mirarme, tentado estuve a hacerme una paja para no irme de vacío, cuando salió a recoger la cinta que ya había acabado. Yo creía que aquel cachivache como mucho grabaría los ronquidos de algún saltamontes, pero hete aquí que lo que salió del escacharrado radiocasete fue algo realmente terrorífico: el Payo Juan Manuel cantando Una vieja y un viejo van pa Albacete. Paki se cagó en los muertos más frescos de todos los payos y gitanos, y dijo que el casete era de su viejo. Corrió hacia delante la cinta, le dio la vuelta, y desaparecieron viejos y payos. De hecho, durante un rato nadie aparecía ni a saludar, algo que ya sospechaba, pero no le iba a quitar la ilusión a Paki. El silencio era incómodo, mi churri con los ojos cerrados a la espera y yo sin saber si intentar otro acercamiento antes de que apareciera Belcebú y me chafara el plan. La vieja cinta se pasó cinco minutos sin nada que decir, hasta que de repente sobre el ruido de fondo brotaron repiques de campana, gemidos, ráfagas de metralleta y otros ruidos raros. La verdad, a mí me parecía un trozo de la Chaqueta metálica u otra por el estilo, pero el caso es que Paki se puso como una moto.