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Juego de damas Varenne |
Si hay algo que excita de igual manera a viajeros habituales
u ocasionales es el chacachá del tren. La rutina de los largos viajes se ve
moderada con un buen orgasmo con olor a mantecadas de Astorga o entre los
riscos de Despeñaperros. Los trenes modernos con su insulso diseño de autobús
interurbano no favorecen el folleteo como los de antaño con sus recatados
compartimentos, escenarios de tórridos encuentros. Con la sobria estepa
castellana como único testigo el viajante de máquinas de coser podía intimar
con la solterona que iba a la capital a comprar un hisopo para el señor cura y
lo que surgiera, o el opositor a notarías que daba el do de pecho entre los
pechos de una oronda soprano de zarzuelas. Pero quienes más gustaban de los
orgasmos ferroviarios eran los exhibicionistas, siempre calientes ante la
posibilidad de ser interceptados mientras sincronizaban sus golpes de cadera
con los vaivenes del expreso nocturno. Y si esos amores furtivos eran
descubiertos por el señor interventor el orgasmo era catedralicio, lo que no
impedía que el funcionario les cobrara un recargo por el uso indebido del
material rodante.