lunes, 31 de agosto de 2020

Psicofonías sexuales (I)


 

Estaba en la barra del Tichi´s desayunando mis anchoas con nocilla y leyendo el periódico como cada mañana. A primera hora la clientela no venía a gozar del calor del amor en mi bar, lo que me dejaba tiempo para pensar en mis cosas. Soy un tío informado, ahora tiro de internet, pero siempre me ha gustado la prensa escrita: los sucesos, la quiniela, el horóscopo, los anuncios. Es mi manera de estar en la pomada, lo mismo te enteras de una oferta de amortiguadores, de que al frutero le han robado el coche o de la nueva de Predator. Marisol trasteaba en la cocina, maldita sea, algún día le robaré el secreto de sus croquetas. Gracias a su mano con las cazuelas el negocio iba viento en popa, la mujer valía su peso en marisco. Solo había dos clientes en el local. Toni hablaba consigo mismo sobre sus cosas al fondo de la barra mientras se metía su segundo carajillo, desde que se separara se le había ido un poco la olla. El otro era Javier, de pie en una mesita alta, con un té rojo con limón, escribiendo en su eterno cuaderno negro la obra que daría un vuelco al panorama literario, o eso decía él. Pero es lo que tiene la hostelería, que en cualquier momento entra por la puerta alguien que rompe con la rutina y de paso te rompe el corazón. Ese día entró Paki y pidió un solo bien cargado con sacarina, maneras de vivir.

 Antes de que abriera la boca ya sabía que esa tía me molaba. Vestida de negro, llevaba una camiseta de Iron Maiden donde un diablo de dientes de sierra sonreía justo a la altura de sus grandes tetas. Pelo negro despeinado a conciencia, labios pintados de negro, cruz egipcia tatuada bajo una oreja, mirada de poseer conexión directa con el infierno, tenía ese algo misterioso que no dejaba indiferente a nadie, y a mí me ponía más que cuando en el Call of Duty le vacías el cargador a algún julay. Sabía que no podía perder el tiempo, era la primera vez que aparecía por el Tichi´s e igual no la volvía a ver. Le entré preguntándole si el solo estaba a su gusto. Respondió con una mueca que no supe interpretar. Le dije que tenía el vinilo del disco de los Maiden que llevaba en la camiseta, respondió que eran unos moñas, la llevaba por el diablo nada más. Sin previo aviso se bajó del taburete, se dio media vuelta y se largó sin decir adiós.

No es la primera vez que me dan calabazas, pero sí de forma tan contundente. El que fuera a primera hora y me pillara con la legaña puesta valía como disculpa, pero todo el día estuve con la sangre de mi tristeza haciendo de las suyas. Fue un encuentro fugaz, un instante en el que universo te muestra el camino, estaba seguro de que con aquella mujer podría bailar un rock and roll toda la noche hasta que saliera el sol. Lástima que ella no lo supiera. Pregunté a Toni y a Marisol si la conocían. El Toni sentenció que era una mongui player, categoría de su invención donde metía a todas las tías. Mi leal cocinera me dijo mientras le daba la vuelta a la tortilla con ese garbo que dios le dio que le sonaba del barrio, así que era posible un nuevo encuentro. Con eso me consolé.