La teoría nos dice que el trasto es una moderna brújula que no solo marca el norte sino el sur o cualquier remoto punto del globo al que queramos llegar. Muy útil para camioneros, representantes de capas zamoranas o jamones, viajantes de muebles y otros seres nómadas. Pero todos quieren tener la pantallita en el salpicadero del coche a pesar de que los cuatro trayectos que recorre normalmente los puede hacer a ciegas. Pero llega el finde en que quiere visitar aquel coqueto pueblo serrano o el lugar donde Almanzor perdió el tambor y le meten al navegador los datos pertinentes y a pesar de la lógica y los carteles digan que van en dirección contraria, seguirán a pies juntillas las órdenes del aparatito de marras. La fe ciega en la tecnología o la simple cabezonería hace que hasta que no divisen la bahía de Cádiz no se convenzan de que no están en los alrededores de Calatayud.
Los que no estarán de mucho humor para comprar GPS son los hasta ahora tranquilos habitantes de Wedmore, bucólico pueblecito al suroeste de Inglaterra. Hasta hace poco un remanso de paz, con casonas antiguas y calles empedradas que como mucho aguantaban los coscorrones de los borrachos que trastabillaban al salir del pub. Desde que ha salido la moda de los navegadores, el pueblecito se encuentra en el camino más corto de varias rutas, con lo que ahora tienen 1500 camiones al día por sus calles y a los vecinos de los nervios.
Como ven, no siempre el camino más corto es el correcto. Esto no ocurriría con el sistema tradicional, fijarse en los carteles y preguntarle a los paisanos, que seguro que también les mandan en dirección contraria, pero se ahorrarán el pastón que vale el GPS. Además, la gente es más condescendiente cuando te pierdes tú solo que cuando estas dos días dando vueltas a la provincia de Cuenca siguiendo las instrucciones de la caja tonta y con un humor de perros.