lunes, 19 de mayo de 2025

La gran carrera


 

Dicen que el deporte es una actividad que estimula el cuerpo, aunque en el intento quede embrutecido el espíritu. Ganar, triunfar, ser el mejor, esa es la meta en el modelo social. El cómo es lo de menos. Te adorarán si das patadas con maestría a una pelota, si la metes con garbo y gancho en una canasta, si desarrollas un elegante swing para colarla en un agujerito, o si corres por pistas cubiertas, desiertos y montañas. También puedes ir a tumba abierta en motos y coches, con la lengua fuera en bicis o patinetes, el caso es demostrar tu superioridad sobre el resto de los mortales. Para aquellos que nunca alcanzarán el pódium queda el gym, el templo del culto al cuerpo, el sacro santo lugar donde el músculo bien torneado es dios, donde babean por igual hombres y mujeres ante una tableta de chocolate.

Es lógico que en un ambiente tan sportivo haya surgido la carrera de la que venimos a hablar. Si la vida es una competición, hagamos también de los orígenes de la vida una competición, se dijeron los organizadores de la primera carrera de espermatozoides. Si una vez que estas células tan dicharacheras son eyectadas en dirección al lejano óvulo inician su loca carrera, hagamos un espectáculo de todo ello. La idea la parió Eric Zhu, un chaval de diecisiete años de Los Ángeles que ha montado la starup Sperm Racing. Como toda idea rocambolesca que se precie, gracias a ella ha recaudado millón y medio de dólares para la corrida. Ha montado un circuito que simula el órgano reproductor femenino, de unos veinte centímetros, donde corrieron dos participantes el pasado 25 de abril. Los involuntarios atletas pertenecían a lo mejor de la juventud local. Tras unos rigurosos análisis y una estricta dieta, se seleccionó a dos espermatozoides, quedando ganador el de la escudería de Tristan Milker, un universitario de veinte años que se embolsó diez mil dólares. No se sabe si los va a compartir con su subalterno.

 Todo este circo es para concienciar sobre la fertilidad masculina, hace tiempo por los suelos. Quizás no mejore la fertilidad con estás carreras, pero lo de correrse por una buena causa seguro que le mola a la peña.

lunes, 5 de mayo de 2025

Amor y fe (y VII)


 

–También cae dentro de los dominios del pecado, pero a ojos de Nuestro Señor sería menos ofensivo si para saciar nuestro deseo te conociera analmente.

– ¿Qué quieres decir?

–Que a ojos de Nuestro Señor el orificio anal no reviste la misma trascendencia que la vagina.

–Quieres decir que para contentar a tu señor me quieres dar por culo– le empecé a gritar.

–No mujer, así dicho suena muy crudo, pero…–no le dejé terminar.

– ¡Y tan crudo, quieres romperme el culo para no escandalizar a tu Dios! ¡Serás cabrón!

–No hables de esa manera, amor– intentó tranquilizarme poniendo carita de angelote de Murillo.

Amor, amor, decía el desgraciado. Si es que era como todos. De eso se trataba. Mucho hacerse el estrecho y el mojigato para que luego me venga con ésas. Mira que me han pedido cosas raras en esta vida con las razones más peregrinas, pero pedirme que me deje encular por el amor de Dios ya pasaba de castaño oscuro. Así que todos estos largos prolegómenos eran para ponerme tan cachonda que ya me diera igual por donde me la metiera, por el culo, por la oreja, por donde sea que ésta está más mojada que el mapa de las Azores. Si es que andando entre curas tarde o temprano tenía que salirle la vena bujarrona.

Aparte de que no estaba por la labor de poner mi culo en ofrenda en el altar de nuestro amor, semejante propuesta tuvo el efecto de romper el hechizo que me tenía atada a Sebas. Él daba por descontado que me iba a poner a cuatro patas nada más me lo pidiera, por lo que se quedó desconcertado ante mi sonora negativa acompañada de un coro de insultos que sacarían los colores hasta a la pescadera más deslenguada.

Ante la que le estaba cayendo intentó volverme a su redil, tranquilizarme diciendo que otras habían accedido sin tanto remilgo. Encima eso. Yo me sentía engañada por un tipo que fríamente había planeado sodomizarme desde el primer momento que me vio y que además esperaba que le diera las gracias. ¡No te puto pilles con un creyente! ¡Menudos son los católicos! Con la iglesia he topado y casi pierdo el culo. Allí mismo le mandé a que buscara refugio en el trasero de algún sacristán y se fuera olvidando del mío, que no iba a volver a ver en toda su puta vida. Por mi se podían ir él, su señor, su iglesia y toda la comunidad ecuménica a hacer puñetas. E hice votos de ir a buscar ya mismo a algún ateo, o cuando menos agnóstico, que follara como Dios manda. Y en lo sucesivo iba a sustituir mi trato con los hombres por un dildo y un loro. Con el dildo le doy gusto al cuerpo, y el loro me hace la misma compañía que un tío y tiene más conversación.