lunes, 28 de febrero de 2022

El caso Gerión (IV)


 

No hacía falta un Poirot engominado para deducir que Curro no me contó todo, ni un Maigret ebrio de calvados para pensar que había gato, o toro, encerrado. El Guindi podía conseguir lo que quisiera solo con chasquear los dedos, y no se iba a pringar con un toro de su querido enemigo si no tuviera buenas razones para ello. Algo tenía ese Gerión que le hacía tan deseado, o estos dos viejos figurones querían llevar sus rencillas hasta el absurdo y más allá. Pero solo debía localizar al animalito en el mapa, luego que se arreglaran entre ellos. O eso pensaba.

Con los datos que me pasó Curro empecé a moverme. Esteban González era una de las grandes fortunas del país. Empezó a amasarla en los ruedos pero pronto saltó la barrera para dedicarse al turismo, la construcción, la alimentación y alguno más. Como empresario y ganadero controlaba un circuito de plazas en Andalucía y Valencia donde era amo y señor. Últimamente había empezado a extender su imperio de Madrid para arriba, donde hasta hace poco no era bien recibido.

 Gracias a mis contactos en el registro mercantil y en el de la propiedad pude hacerme con un listado de sus empresas y posesiones. Como suele pasar en estos casos, una ensalada de siglas difíciles de seguir. Empresas tras las que se ocultaban los negocios y apaños de éste nuevo rico hecho a sí mismo.

Tras unos días masticando el capital del Guindi, me quedé con una pequeña lista por dónde empezar a buscar. Se supone que un toro no puedes esconderlo bajo la cama. Tampoco lo iba a meter en una zona urbana, que la gente se siente incómoda si se tropieza con un morlaco en un semáforo. Así que lo propio sería husmear por las fincas que tenía el tipo, que no eran pocas.

Una mañana temprano cogí el coche en dirección al sur. Marisol no acababa de ver claro el caso. Que tu no distingues un toro de Osborne de uno de verdad, que lo tuyo son los cornudos, no andar buscando cuernos por esos mundos de Dios. Mi mujer siempre tiene razón, pero nunca le hago caso. Y para variar, andábamos apurados de pasta, así que había que tragar con lo que fuera. Le prometí que no me metería en más líos de los necesarios.

El mapa de las posesiones del Guindi no tenía nada que envidiar al de la Casa de Alba. Era un terrateniente con fincas en toda la piel de toro. Yo iba a husmear en aquellas que por su extensión dedicaba a la cría de ganado, bravo o manso, con la foto de mi objetivo en la cartera. Primero me dejé caer por un par de terrenitos en Toledo y Salamanca. Pasaba antes por el pueblo más cercano a ver lo que podía sacar. Generalmente poco, por lo que no me quedaba otra que ir hasta la finca. La de Toledo, tras dos días de vigilancia, concluí que estaba medio abandonada. Solo un par de peones trabajaban allí y lo más bravo que vi fue un gallo esmirriado. En Salamanca tuve que saltar la valla y acercarme hasta el complejo de edificios desde donde administraban el cotarro. Lo hice de noche y con la mountain bike de mi hijo que había echado al maletero. Era la manera más rápida y silenciosa de moverse por aquellos andurriales. Aquel sitio sí que tenía ganado de lidia que dormía plácidamente a la luz de la luna. Si Gerión estuviera por aquí estaría apartado del resto, que los toros, como muchos humanos, no ven con buenos ojos a los forasteros. Los corrales del tentadero estaban vacíos, y tampoco vi ninguna cuadra especialmente habilitada para toros vips. Un puto perro a punto estuvo de delatarme, pero los que allí curraban no estaban muy preocupados por las visitas intempestivas, porque a pesar de la bulla que metí me fui tan campante, pero sin noticias de Gerión.

lunes, 21 de febrero de 2022

El caso Gerión (III)


 

Sí y no. Con el triunfo de mi enemigo y sus secuaces la calidad de la fiesta ha caído en picado. Da vergüenza pisar una plaza hoy. El ganado está aborregado, ni casta, ni trapío ni nada. Toritos tintureros que a lo más que llegan es a darle con una banderilla al diestro. Por negocio, el toro bravo ha desaparecido de los ruedos. Los toreros sufren más accidentes de tráfico que de trabajo. Pero yo he conseguido recuperar el toro Curro, que ni por un momento había dejado de componer su figura ante un tendido imaginario, terminó la frase como cuando rematas una serie con un largo pase de pecho. En ese momento entendí que había triunfado sobre el Guindi.

Sabrá usted, mejor dicho, no sabrá usted que el toro de lidia es un producto del hombre. Lleva años cruzando distintos tipos de animales con unas características determinadas, buscando ejemplares que den el tipo en la plaza. Todos los genes de aquel toro originario que pastó en las praderas de la antigüedad se fueron diseminando entre distintas razas, y de entre ellas, los ganaderos de reses bravas han acabado seleccionando unas muy concretas, con los resultados que conocemos: todo lo que salta al ruedo está cortado por el mismo patrón. Se ha perdido la riqueza genética, solo se busca la estampa y que no dé problemas al matador. Yo tenía claro que para salvar el mundo en el que creo tenía que rescatar esas castas olvidadas, mezclarlas con el criterio adecuado y parir una nueva raza. Gerión es el resultado, un trabajo que me ha llevado años. Así habló el gran oráculo, el supremo guardián de las esencias. Volví a pensar que estaba como una chota.

Y va el Guindi y se lo birla.

No tengo pruebas, pero sé que ha sido él. Siempre me ha vigilado. Me he movido en secreto con este asunto, pero el planeta taurino es un mundo muy pequeño y todo se acaba sabiendo. Por eso le he contratado a usted. Darío me dijo que era un tipo legal que no se paraba en legalismos.

Pero por saltármelos cobro suplemento no se fuera a pensar que le iba a salir barato el andar peinando las dehesas en busca del toro de sus ojos.

No ando sobrado, pero le pagaré lo que pida. Solo quiero que le localice, luego mi gente se encargará. Es un poco bocazas, pero no le conocen en el gremio, por lo que podrá moverse con más libertad. El Guindi hoy es todo un magnate, con fincas y posesiones por toda la geografía. No le va a ser fácil dar con él ni con Gerión.

¿Y no ha considerado la opción de la policía?

No tengo pruebas. Gerión desapareció una noche sin dejar rastro. Lo anestesiarían y lo cargarían en un camión. Sabían lo que hacían, se lo llevaron cuando iba a empezar a cubrir vacas. Y la policía no va a entrar en los corrales del más poderoso empresario de España solo porque yo tenga un pálpito.

Y aunque tuviera algo más tampoco, que ésos nunca se meten con los que tienen la sartén por el mango.

Así es. No soy más que un viejo olvidado por todos, pero Gerión es mi razón de vivir. El Guindi es hoy el que corta el bacalao en todas las plazas de importancia. Quita y pone toreros, encumbra ganaderías o arruina ferias. Tiene contactos con banqueros y políticos. Todos le deben favores. Es un tipo de cuidado, se lo advierto.

Usted no me ha visto a mí de malas dije con chulería torera, y más me hubiera valido callarme.

lunes, 14 de febrero de 2022

El caso Gerión (II)


 

Bien, escúcheme. Soy un hombre de campo. Desde niño me sentí fascinado por los toros. Descalzo, con una manta vieja, di mis primeros pases en la profundidad de la dehesa y entendí que mi vida estaría ligada para siempre a esos animales tan hermosos. Luché mucho para llegar arriba. Sudé sangre, pero me hice figura sin perderle ni el miedo ni el respeto al toro, porque en la plaza es lo único importante. Yo solo era un instrumento, aquel que descubría el velo para contemplar la indómita belleza de ese animal que en el celo y el empuje de un muletazo nos olvida de nosotros mismos. El toro es la encarnación de la naturaleza, a la que nosotros llevamos tanto tiempo dándole la espalda. El toreo es el único rito antiguo que nos queda, un sacrificio pagano en el que rendimos tributo a las fuerzas de la naturaleza que nos alimentan, que nos unen a la madre tierra. Y yo que pensaba que era una forma de sacarse un dinero extra con la reventa los días de feria, pensé para mí, claro, que ahora que el hombre se había arrancado no le iba a parar.

Mis faenas eran como estas paredes. Desnudas. Cuando en un natural se puede insinuar toda la profundidad y fugacidad de la vida, no hace falta más. Crear arte en el filo de la vida y la muerte, ese es el fin. No se necesita más. Ni adornos ni aspavientos. Pero hay otros que no piensan igual.

Como El Guindi.

Como Esteban González, el Guindi. Otro desertor del arado dispuesto a lo que fuera por triunfar. Cuando yo llegué a la cima a finales de los sesenta él empezaba a despuntar. Era atrevido, temerario, poco ortodoxo. El público jaleaba sus desplantes, sus saltitos adelante y atrás. No era un torero, era un payaso. Pero en aquel entonces el país empezaba a cambiar, y como siempre para peor. La gente no pisaba tierra sino asfalto, y en verano arena de la playa. Nos modernizamos y dejamos de ser lo que fuimos. Las plazas se llenaron de turistas, de domingueros e ignorantes que se creían que estaban en el fútbol. Y los toreros, quitando unos pocos, se acomodaron a ese público ramplón. Se vendieron. Y a la cabeza el Guindi, que siempre vio en esto un negocio.

¿Pero qué tiene que ver lo que me cuenta con el toro que le han birlado?

Todo, escuche. Nunca dije una palabra, ni buena ni mala, sobre él en mis quince temporadas en activo. Él tampoco. Pero todos sabían que éramos enemigos irreconciliables. Nuestra visión de la fiesta era totalmente distinta. Nunca accedí a hacer el paseíllo con él. Nunca me avine a tratarle. Me negué en redondo a matar ciertas ganaderías que consideraba de su cuerda. Una vez despedí a un mozo de espadas solo porque se fue de picos pardos con uno de su cuadrilla. Se formaron dos bandos en las gradas, aunque él siempre tuvo más público de su parte, y a mí solo me defendían los que creían en la dignidad de la fiesta.

¿Y él qué pensaba de usted?

Parecido. Yo era uno de esos anticuados, puristas nos llamaban, que torean de espaldas al tendido. Mi toreo no tenía fuegos de artificio ni me frotaba la taleguilla contra los cuernos. El nuevo público se aburría conmigo, y los entendidos cada vez eran menos, o se pasaban a la chacota que vendían el Guindi y sus amigos.

Me quiere decir que toreaba por amor al arte.

En la profesión de investigador no se dará mucho, pero en la mía sí. Además, el arte no está reñido con el dinero. Yo hice mucho. Pero el Guindi hizo más. Con el tiempo se pasó a empresario en un puñado de plazas por el sur donde van los guiris a sudar la sangría. Luego metió el morro en alguna de primera, y también compró ganado. Y comenzaron mis problemas.

Supongo que no toreó mucho en sus plazas.

Ni en las otras. Empezó a repartir sobres entre los críticos para que fueran a por mí. En la plaza pagaba a la chusma para que me pitaran. En el mundillo, la gente me fue retirando el saludo, y luego, poco a poco, dejaron de llamarme.

Y todo por su culpa.

Quién si no. La envidia le corroía. Sabía que era mucho mejor que él y que en la plaza yo poseía la verdad. Pero me segó la hierba bajo los pies. Sus tentáculos llegaban a todas partes y me asfixiaban. Tuve que dejarlo. Soy de pocas palabras y luzco poco en sociedad. Él es dicharachero y amable. El antipático tuvo que dejar paso al nuevo astro de la fiesta, saltimbanqui en la arena, luego muñidor de chanchullos y pelotazos.

Y se dedicó a la cría de toros.

A qué si no. Me hice con esta ganadería de segunda con la que surto de género a las ferias de los alrededores. No puedo aspirar a más porque el imperio del Guindi no me deja. Pero tenía otra idea cuando monté el negocio.

Devolverle el golpe al Guindi.