lunes, 26 de marzo de 2012

Como moscas

como moscas al amor

Nosotros, los hombres, desde la cúspide de la pirámide evolutiva, miramos hacia abajo con la superioridad que nos da el haber conseguido dominar nuestros impulsos primarios. Pero desgraciadamente aquí viene la ciencia a recordarnos que no es tanta la distancia que nos separa de otras formas de vida. En uno de esos chuscos experimentos que tanto gustan a las mentes preclaras y que acaban publicados en Science nos  enteramos de que los machos de la mosca de la fruta que son rechazados sexualmente prefieren las bebidas alcohólicas.
Vaya por delante nuestra absoluta ignorancia en los usos y costumbres amorosas de tan entrañables insectos. Más allá de su zumbido machacón, el vuelo monótono por los techos de las habitaciones, la chulería con que lo mismo se te posan en la nariz que en la rabadilla, ya estés haciendo la siesta o el amor, poco más podemos aportar sobre estos animalitos tan hogareños.
Pero saber que el pobre moscón al que alguna mosquita muerta con ínfulas le habrá dado calabazas acabará olvidando sus penas en alcohol  nos hace ver que no son tantos los eslabones de la escala evolutiva que nos separan. Según los científicos, es la ausencia de sexo y no el rechazo lo que provoca que se tiren al vicio. Entre nosotros, con todo nuestro ego a cuestas, duele más el rechazo, que lo del sexo ya nos apañaremos por ahí.
Esperamos que a partir de ahora, cuando vean a una mosca mojar las antenas en la espuma de su caña, antes de despacharla con un manotazo piensen en el duro trance por el que está pasando y se solidaricen con ella. Quizás pasado mañana, cuando apoyados en la barra del bar se pregunten por qué la Maripili no les hizo caso, esa misma mosca pase de largo y les dejará a solas con su cogorza, sin incordiarles, que no hay nada que una más que los males de amores.

lunes, 19 de marzo de 2012

Los mundos de Moebius

Moebius en su ultimo viaje


…Arzach, garajes  herméticos con horizontes infinitos, la perla de Chihuahua bajando las escaleras del saloon, el metabarón y sus problemas edípicos, los ojos del gato, aquella nave cablera averiada, la mina del alemán perdido, un detective de clase B en apuros, Arzak, el séptimo de caballería en su laberinto, profesores de filosofía embarazados, ciudades pozo flotando sobre mares de ácido, el mayor Grubert esclavo del continuará, el dédalo de las cuevas cantarinas, Venecia celeste, un ataúd repleto de oro sudista, ove tenebrae, el hombre del puño de acero tras el caballo de hierro, disgregaciones moleculares en  Faragonescia, planetas asexuados, el fantasma de las balas de plata, el espíritu santo preñando jovencitas en la Sorbona..

lunes, 12 de marzo de 2012

De cómo don Quijote rompió una lanza con el caballero del Flequillo Flojo (II)



Visto que ninguno iba a cejar en la defensa de su dama, y que don Quijote no se sentía inclinado a entrar en los misterios de Lolo, se convino aderezar el campo de batalla en un secarral cercano. Marco Parco ciñó como buenamente pudo la traqueteante armadura de su señor, montado en Rampante,  percherón al que habían enajenado de la vieja noria para batallar contra todo caballero peregrino.

-No se lleve a engaño mi señor por lo enjuto de su contrincante, que dicen en los mentideros que el Quijote este posee un bálsamo que le da una fuerza sobrehumana -advirtió Marco Parco a Tirso Terco mientras intentaba ajustarle la celada que le giraba tonta sobre el colodrillo.

-Bien me se yo las malas artes que gasta, pero yo pongo mi fortuna en el hermano viento, que soplando a mi favor no hay caballero ni caballo que se me resista.

-Vea su merced que el fulano del flequillo tonto tiene más miga de la que parece, pues he oído decir que cuando lucha, las aspas de su molino giran como llevadas por el mismo demonio, dándole una fuerza que contradice su poca chicha -informó Sancho a su señor, a la vez que le ajustaba peto y espaldar.

-No temas, Sancho amigo, que si salí con bien del lance con aquellos gigantes, mejor acabaré con este lacayo suyo.

Como la mañana era calurosa a pesar de la estación, se convino que el lance concluyera cuando uno de los dos caballeros resultara descabalgado, aceptando el derrotado las condiciones impuestas por el vencedor; a saber, por parte de don Quijote que fuera el del Flequillo Flojo al Toboso a rendir pleitesía a Dulcinea. Por parte de don Tirso, que su oponente ingresara en la logia de Eolo y contribuyera a expandir los misterios volanderos.

Según cuentan, ni Rocinante ni Rampante tenían el día batallador, uno porque ya había barrido la Mancha varias veces, el otro porque añoraba la dulce monotonía de los cangilones de la noria en vez de andar todo el día de la ceca a la meca. Si sus amos vivían todavía en los tiempos heroicos en los que todo se solucionaba a base de mandobles, sus cabalgaduras estaban en pleno proceso de aburguesamiento y ciertamente ahítas de cargar con los inquietos traseros de sus señores. Por tanto, al ver como se aprestaban a batirse el cobre a la hora en el que el sol del páramo no conocía la clemencia, con tres relinchos y un par de cabezazos acordaron amañar la justa.
Al grito de ¡mi lanza por mi dama! entre batir de cascos y nubes de polvo se lanzó don Quijote a la carga, el brazo armado buscando al del Flequillo Flojo y el corazón inflamado en devoción por Dulcinea. Tirso Terco, clavando espuelas, a oscuras y encelado pues la visera no le dejaba ver cosa, las aspas girando locas, arremetió con toda la fe que da el nacer bajo el influjo de una tormenta de arena una tarde de julio. Las lanzas en todo lo alto fueron bajando para apuntar al enemigo, las monturas lanzadas al galope  trituraban  los oscuros matojos, los escuderos con el alma en vilo contemplaban este hecho de armas llamado a figurar con letras de oro en los libros de caballería.

Cuando parecía que el encontronazo era inminente,  que las afiladas picas mellarían el duro hierro del oponente esperando echarle por tierra, se vio algo que ni Tirante ni el mismo Amadís hubieran imaginado. Rocinante y Rampante frenaron en seco su carrera cuando apenas quedaban unos pasos para cruzarse, de tal manera que sus señores salieron disparados de sus monturas, cayendo al alimón el uno encima del otro en loco amasijo de miembros, armas y armaduras. Los caballos, una vez despachado el asunto, se fueron en busca de algún brote tierno que echarse al belfo. Sancho y Marco acudieron en auxilio de sus señores, que con el norte algo perdido y salpimentados de polvo, intentaban desenredar la madeja en que se habían convertido.

Una vez que hubieron recuperado por completo la consciencia y la compostura se aprestaron a buscar razones convincentes para el comportamiento de sus monturas.

-En lo que a mí se me alcanza, no hay mejor explicación que un mal aire de los muchos de los que por aquí se encuentran ha enfriado las meninges de esas pobres bestias -dijo don Quijote, con la frente descalabrada y los huesos molidos.

-No diga cosas vanas, que Rampante lleva toda su vida en el páramo sin pasarle cosa tal. Ya será una treta de esos magos malandrines con los que tanto platica - respondióle el del Flequillo Flojo, que en el percance había perdido dos aspas del molino y un diente y ganado unos cuantos chichones y moretones.

- Yo más me inclino a que lo de estos es pura pereza -añadió Sancho, que miraba como pastaban tranquilamente a la sombra de una encina.

-Ya le dije a mi señor que no era al caso hacerse con los servicios de una caballería que solo sabe andar en redondo, y a la primera que ha tenido que ir por derecho, por necedad o por despecho, ha tirado con todo.

Estando en esto, cayó en la cuenta don Quijote que en ningún anal ni manual  de caballería había leído arbitrio alguno para resolver este lance, en el que los dos contendientes habían mordido, y aún comido, el polvo. Según don Tirso, por la zona Capadocia y Trebisonda, donde se desayunan día si y día no con hazañas caballerescas, se vio alguna justa parecida, y los implicados actuaron como si hubieran sido derrotados ambos dos; así que lo mismo convenía hacer.

-Vaya pues a la reja donde acostumbra mi dueña y señora a coser y bordar, y nárrele por menudo como su caballero ha puesto su persona en peligro solo porque su nombre resonara en los cuatro confines -pidióle el caballero del Flequillo Flojo a su par.

-Pero vea  a qué hora se acerca su señor a la reja -dijo Marco Parco a su colega -que la señora Brisilda, entre puntada y puntada, acostumbra a folgar con algún doncel de los alrededores, porque mi señor muchas razones y donosuras, pero de trato carnal la tiene ayuna.

-Pues preséntese en casa de mi señora Dulcinea y hágale saber que su caballero sigue fatigando selvas y removiendo fronteras solo  por loor a ella, la que engalana su pecho.

-Pues vea de llevar a su caballero a horas prudentes, no se vaya a encontrar a su dama entretenida en cuidar gorrinos o pasear el cántaro de casa al pilón -recomendó Sancho a su vez.

Y cuentan las crónicas que en éstas quedaron las justas entre estos dos arrojados caballeros. Don Quijote fue a rendir pleitesía ante Brisilda, que los despidió con un cubo de agua ante tantas alambicadas razones que le refirió. El del Flequillo Flojo, después de haber preguntado por todo el Toboso en balde por Dulcinea, terminó por decirle cuatro lindezas a una tal Aldonza que andabas cuidando pitas y que le pareció de buen ver para su encomienda. Pero eso ya es otra historia.

lunes, 5 de marzo de 2012

De cómo don Quijote rompió una lanza con el caballero del Flequillo Flojo


En llegando a este punto de la historia los cronistas no se ponen de acuerdo sobre el lance en el que se vio envuelto don Quijote con el caballero del Flequillo Flojo. Cide Hamete Benengeli guarda un escrupuloso silencio sobre el episodio, mientras que el licenciado Avellaneda se muestra muy liberal en todo tipo de detalles, aunque siempre se sospechó que estaba pagado por el vil metal de la siempre vil villa  de Valdenabo.

Sea como sea, es comúnmente aceptado que en busca de entuertos que desfacer, doncellas que socorrer o hechos de armas en los que mayor fama ganar, don Quijote juntamente Sancho Panza fueron a dar, siguiendo esos caminos que se ofrecen, al páramo donde sita es la muy noble y antigua villa de Ventorrillo, barrida noche y día por los vientos que forjan el carácter montaraz de sus gentes.

En la jornada que nos ocupa un suave céfiro acariciaba los brotes tiernos a la par que la  diáfana luz daba un lustre primaveral  al páramo. Se suele aceptar que Ventorrillo dista pocas leguas de la ínsula Barataria, de donde caballero y escudero venían tras el fugaz  paso de Sancho como gobernador. Iba don Quijote ponderando el buen juicio de su segundo al renunciar a los oropeles del poder y seguir la empinada senda, que a pesar de trabajos y  sinsabores, lleva a la gloria imperecedera. Estaba por referirle unas sabrosas razones que había leído en Tonante de Tontópolis, espejo y guía de la andante caballería, cuando en una vuelta del camino toparon con otro de su mismo gremio, que acompañado de su escudero el paso les cerraba.

El adalid que a la sazón allí se hallaba, pertrechado como para ir a las cruzadas y correr él solo al infiel, estas razones les fue a dar:

-Sepan  que están entrando en un lugar de cuyo nombre todos guardan memoria por ser bien amado de los dioses desde antiguo. En esta villa  se rinde culto al hermano aire que vaga de un confín a otro de la tierra, y todo el que por él pasare tributo ha de rendirle -dijo el caballero, con una armadura que  había visto muchas guerras y treguas, ajada y llena de remaches, rematada por una  abollada celada que le bailaba sobre la cabeza, donde se veía un pequeño molino con sus aspas girando.

-Es de bien nacidos antes de plantear cualquier pleito dar noticia de su persona -respondió don Quijote, al que aquel desconocido no le resultaba del todo extraño -para saber si tiene la honra e hidalguía necesaria para ser su par y lidiar en el campo del honor.

-Yo soy Tirso Terco, el Caballero del Flequillo Flojo, paladín de Ventorrillo, defensor de los eólicos misterios y fiel enamorado de mi señora, Brisilda de la Solana, por quien bebo los vientos. A mi diestra mi fiel escudero, Marco Parco, que si yo cayese en combate, heredará mi escudo y armas, y mientras carga con ellas.

-Pues a mi siniestra tengo a Sancho Panza, que poco ha dejó el gobierno de una ínsula por ser testigo de los hechos gloriosos a los que estoy llamado, pues no soy otro que don Quijote de la Mancha, que ha consagrado su vida a la defensa sin descanso de Dulcinea del Toboso. Y si vos no reconocéis en el acto que mi dama es entre todas la más principal, aquí mismo se os va a caer el flequillo.

-No me asustan vuestras bravuconerías, y habéis de saber que hacía tiempo que os andaba buscando. En el pasado estío unas fiebres tercianas me impidieron batirme con vos en las playas de Castellón, pero quiere la providencia que hoy se cruce en mi camino para pagar la afrenta que hizo a los misterios eólicos.

-Voto a bríos si sé que misterios son ésos, pero sí puedo deciros que en ningún libro de caballerías he encontrado caballero como vos, con un molino de viento en la cabeza, cual aventado.

-Pues yo os he de sacar de vuestra ignorancia, que lo que corona mi frente es mi profesión de fe, que como fiel seguidor de la logia de Eolo, este molino es el símbolo de nuestra creencia, símbolo al que vosotros osasteis atacar.

-Pero que dice, mentecato, cuándo he perdido yo un instante siquiera con vulgares molinos.

-No escurráis el bulto ahora, que escrito está como os abalanzasteis como un poseso contra unos molinos que peinando estaban el aire, profanándolos con vuestra arrogancia.

-Mi señor -terció Sancho Panza -el caballero del Molinillo Flojo quizás se refiera a los que  por artes de encantamiento su merced creyó gigantes, y que tan mal parado le dejaron.

-Más respeto, gañán, para con mi señor y para con nuestra fe -le espetó Marco Parco - si no quieres que te ponga el rucio por sombrero.

-Así que vos servís a esos malhadados gigantes, que cuando vieron que pintaban bastos, porque yo no aflojaba en mi porfía, se convirtieron en molinos.

-Yo solo vengo a haceros pagar la afrenta hecha a los molinos, sagrado objeto de veneración para la secta de Eolo, y de paso, para que reconozcáis que mi dama Brisilda es la más galana del orbe entero, y que un ay suyo vale más que todos los suspiros de vuestra Dulcinea.

-Abrase visto tanta necedad junta. Comparar a la flor primera, a la dama por la cual sale el sol todas las mañanas, con esa otra vuestra, que vive en mitad de ninguna parte entre gente que tiene molinos por seseras. ¡Que me aspen si tolero semejante afrenta!

-Pues no veo otra que medirnos en el campo del honor, y que las armas hablen por nosotros.

-Sea pues, y preparaos a morder el polvo.
(Continuará)