Volviendo sobre el asunto del espionaje, en tiempos de la
guerra fría la CIA y la KGB libraban una soterrada lucha para mangonear el
mundo del que el común de los mortales poco sabíamos. A lo que parece, los
defensores del mundo libre, que pasaban por ser los de la CIA, eran amigos de
la tecnología, utilizando satélites espías que fotografiaban hasta las caries
del camarada conserje del presídium del soviet supremo, o instalaban micrófonos
en los dobladillos del pantalón del agregado cultural de la embajada búlgara.
Los del KGB trabajaban más el rollo psicológico, comiéndole el tarro al
científico de turno, minando la moral de algún pequeño burgués para que
trabajara por la causa del proletariado, o haciendo férreos marcajes a todo el
que intentara atacar el paraíso socialista.
Ahora que las guerras han pasados de frías a templadas los
métodos en esencia siguen siendo parecidos, pero con alardes tecnológicos. El
FBI se dedica a destripar iphones de terroristas o a pilotar drones en busca de
yihadistas que poner en órbita. Los herederos del KGB siguen con sus guerras
psicológicas, pero con más desparpajo. Por lo que se cuenta, los servicios
secretos rusos facilitan los números de teléfono a Vovan y Lexus, dos gamberros
dedicados a las bromas telefónicas, para que metan caña a los enemigos de
Putin. Aprovechando el rifi rafe de Crimea empezaron llamando a las autoridades
ucranianas, y se han venido arriba. Hace poco contactaron con el presidente
turco Erdogan haciéndose pasar por su homónimo ucraniano Poroshenko, tirándole
de la lengua para que despotricara contra la arrogante Rusia. En otro de sus
lances llamaron a Elton John, que creyó hablar con el mismísimo Putin, que le
ofrecía audiencia para tratar cualquier asunto que el artista truchón tuviera a
bien exponerle al mandamás de todas las Rusias. Sir Elton se felicitaba de la
sensibilidad de la administración rusa para con ciertas minorías hasta que se
enteró de que se la habían metido doblada. Se sospecha que la próxima trastada
de este par de dos será llamar a Belén Esteban haciéndose pasar por Toño
Sanchís, que le propondrá a nuestra aguerrida primera dama ir a Raqa a promocionar
una empresa de churros congelados con los que los yihadistas abandonarán las
armas por los placeres de la buena mesa.
Convendrán que en esto del espionaje pop los rusos van
ganando por goleada a los estreñidos yanquis, pero con la llegada a la casa
blanca de Donald Trump puede que se recupere el equilibrio.