lunes, 31 de mayo de 2021

Él vive (V)

— ¿Estás solo esta noche? —le pregunté, y por respuesta me miró con ojos vacíos e hizo un vago gesto para que me sentara. Arrimé un taburete cerca de su buzo de licra y le di un beso en los labios.

—El otro día huiste de mí.

—Sí, lo siento, es que la cosa iba muy rápida para mí.

— ¿Y hoy, a qué velocidad quieres ir?

—A la que tú quieras —sonrió y me besó despacio mientras yo tomaba sus patillas entre mis manos. Pude ver a Maika irse hecha un basilisco cuando una copa de champán llenó de burbujas mi mano. Cutter me arropó con un abrazo y sus labios mordisquearon mi oreja, luego se fueron cuello abajo. Con todos esos considerandos creí cambiar de estado, del sólido al líquido, y luego evaporarme por culpa de la estrategia de aquel fiscal togado de lentejuelas, dispuesto otra vez a que confesara de plano. Fantaseaba cómo sería la vida con un hombre que parecía ir siempre a tumba abierta, que besaba como si en cada beso le fuera la vida en ello.

—Hay que vivir deprisa, muñeca, no puedes dejar que te adelanten.

— ¿Y quién te va a adelantar a ti?

—Cuando estás en el circo del rock solo puedes vivir el momento, sin mirar atrás, sin hacer planes.

— ¿Entonces qué soy para ti, un rollito de una noche?

—No he dicho eso, baby. Pero las tías tenéis la manía de montaros historias muy rápido. Hoy estamos los dos aquí, eso es lo que vale. Porque cualquier otra cosa suele acabar mal —y se quedó mirando el vaso de güisqui antes de metérselo de un trago.

—Te tienes muy creído tu papel de rock star.

—Vale, tía, ya sé que solo soy un pringado que imita a Elvis porque no he tenido los huevos suficientes para hacer algo propio, pero el rock es mi vida. Y prefiero mal vivir haciendo lo que me gusta que fichar de siete a tres. En el escenario yo soy el rey, el mundo está a mis pies.

— ¿Pero no te gustaría retirarte algún día?

— ¿Contigo, por ejemplo? Los cantantes de rock solo tenemos sentido en garitos como éste, sobre el escenario o apoyados en la barra. La noche es nuestro medio, fuera del tiempo, en un lugar donde la gente viene a por su dosis para sobrellevar su existencia de cero a la izquierda. Gracias a nuestro estilo excesivo y al poder de rebelión que encierra el rock, ponemos una nota de color en muchas vidas tristes. Yo no sirvo para hacer las compras en el súper, no valgo para acompañarte al cumple de tu madre.

—Quizás me gustaba más el Elvis de la semana pasada, chulo y arrogante.

—Es lo que hay, sugar, el rey no está siempre de humor, también tiene sus días de bajón.

— ¿Qué es lo que te pone así?

—Un poco todo. Soy el mejor imitador de Elvis en millas a la redonda y no consigo reunir más que a un puñado en mis conciertos. Siempre en la carretera, siempre lejos de los míos. Aunque es la vida que me he buscado, en noches como la de hoy pasa factura.

—Bueno, tú lo has dicho, vive el momento —y lo besé a ver si así levantaba el ánimo, entre otras cosas. Me respondió con pasión, pero pronto aflojó hasta quedarse con la cabeza apoyada en mi hombro.

—Sabes, baby, hay veces en que besas a una chica cuando en realidad estás besando a otra.

— ¿Qué quieres decir?

—Pues que a pesar de lo buena que estás no consigo sacarme de la cabeza a otra.

— ¿A cuál? —pregunté mosqueada.

—A mi mujer. La maldita me engaña. Hoy me ha llamado un colega que la ha visto toda acaramelada con otro tipo.

— ¿Estás casado?

—Sí.

— ¿Y me vienes a contar que tu mujer te la pega?

—Es que duele.

— ¿Y tú qué estás haciendo ahora?

—Bueno, esto es distinto, muñeca.

—Eso vete a contárselo a tu mujer, muñeco —y cogí el bolso y me largué dejándolo con la palabra en la boca.

En toda la frente me habían dado. Un casado más que me la quería meter. Es otro de los peligros de salir a pillar a los cuarenta, que hay mucho casado de tapadillo. Mi Elvis parecía distinto, pero al final era otra jeta, que encima me venía a llorar que su mujer lo engañaba. Menudo morro.

No era la primera vez que un tipo se guardaba el anillo para intentar camelarme, pero esta vez me dolió más de la cuenta. Después de que una tira sus principios por la borda y se lo pone fácil a un tío, va y sale por peteneras. Le hubiera metido prisión incondicional sin fianza y tirado la llave al mar. Mejor me hubiera quedado en casa repasando derecho romano en vez de que un Apolo de pacotilla me la metiera doblada. Decididamente, el lugar de la mente donde reside el concepto de fidelidad, en lo referente a los hombres es un espacio vacío, y ya había tenido bastante con mi marido, que aparte de tocarse las pelotas en casa, cuando salía era para ver si tocaba otras tetas.

 


 

lunes, 24 de mayo de 2021

Él vive (IV)


 

La resaca emocional de aquel fin de semana se dejó sentir todos los días hábiles posteriores    al hecho causante. Cutter me había dado en la línea de flotación. Siempre que un problema no me suelta, me sumerjo en el trabajo hasta que se aburre de mí. Pero esta vez era diferente. Cómo un tipo chuleta y farandulero había dejado semejante huella en mí era algo que me turbaba, pero también me irritaba que me hubiera querido follar como a una choni cualquiera. Para eso ya estaban mis amigas. Aunque presumo de ser una tía que controlo a veces se me van las cosas de las manos. No tenía que haber pegado la espantada, pero la mirada de salido que puso a última hora me asustó. Negociando un convenio regulador a medida de las partes seguro que mi Elvis se hubiera conformado. Y si no, basta de escrúpulos, cuando un tío te interesa no hay que pararse en barras. Hasta el memo de mi ex había encontrado pareja, una farmacéutica ninfómana que le hacía meter más horas que un bombo en fiestas, y yo me tenía que conformar con un amante ocasional que hasta el culo se depilaba y no se lo podía tocar que se irritaba.

Para colmo la semana fue horrorosa. Los dos críos griposos en casa dando guerra y en el trabajo un desfile de hombres derrotados a punto de que sus mujeres los acabaran de desplumar. En otro momento me hubiera traído sin cuidado, pues los divorcios suelen ser la única situación en que nosotras salimos ganando. He ayudado a muchas mujeres a dejar a sus maridos como su madre los parió, lo consideraba mi contribución a la causa femenina. Pero ahora empezaba a compadecerme del pobre diablo que con un hilo de voz pedía un poco de tiempo para pagar la pensión a su ex o el que mendigaba un par de horas más para estar con sus hijos. La joya de mi exmarido, con la excusa de que no encontraba trabajo a su medida, se dio la gran vida mientras yo levantaba el bufete a base de esfuerzo y constancia. Convinimos entonces en que se dedicara a cuidar de los niños, pero sus responsabilidades no iban más allá de prepararles un colacao para desayunar, por lo que al final también tuve que hacerme cargo, mientras él abría una consultoría on line que no era más que una tapadera para ver vídeos de mulatas dándole al mango.  Entenderán que estaba predispuesta a culpar a la parte contratante masculina en cualquier pleito que se me presentaba. Quizás esos antecedentes jugaban en mi contra a la hora de buscar otra pareja. Por eso me arrepentía de mi comportamiento con Johnny, a pesar de que él siempre iba vestido para matar y nunca me ha gustado ir de tía fácil. Cansada de los nuevos prototipos masculinos que no sabían por dónde les daba el aire, éste era un diamante en bruto. Johnny se sabía hombre desde la punta del tupé hasta el dedo gordo y eso me ponía, me ponía mucho. E iba tras mis huesos, no de mi cartera.

Con todas esas ideas dando vueltas en mi cabeza hizo acto de presencia el sábado sabadete. El mayor estaba bastante recuperado del trancazo y el pequeño volvía a mover su inquieto culo por toda la casa. A media tarde llamé a la canguro y contacté con las amigas. No les dije de mi intención de volver al Jambalaya, pero no hizo falta. Lourdes no salía que tenía evento familiar, y Maika tampoco pues la semana en la pelu había sido dura y no se tenía en pie.

 Aunque me basto y me sobro para ligar, me gusta más ir en grupo.    No me apetecía salir sola, pero sabiendo que iba a tiro fijo me dejé caer por el garito cuando ya el concierto había empezado. Para ir a tono con el ambiente roquero proletario me vestí de vaqueros, eso sí, de Ralph Laurent, marcando las diferencias El bolo fue como el anterior, todos los roqueros de la ciudad aullando ante su ídolo vuelto del otro mundo, más alguno que otro que como yo iba por libre. Me quedé atrás con una cerveza y no tardó mucho en pasar a saludarme Efe:

— ¿No puedes dejar el rock?  —dijo con sonrisa guasona. Aquel día se había puesto un tupé más discreto y una camisa vaquera con la bandera sudista a la espalda, lo que le alejaba del show business más hortera.

—Tenías razón, una vez que caes en sus redes, es imposible huir.

—Es verdad. Elvis fue una estrella sobre el escenario, pero fuera de él no supo brillar.

— ¿Ahora le criticas?

—Soy de su cofradía, pero no comulgo con ruedas de molino. Lo difícil de ser roquer no es estar tomando birras un sábado a la noche, sino en batirse el cobre día a día.

— ¿Y cuál es tu protocolo de actuación?

—No hay recetas mágicas, solo mantener los pies en el suelo y la cabeza en las nubes. —Iba a preguntarle por la jurisprudencia que avalaba tal afirmación cuando Elvis atacó con todo: empezó a sonar Crazy Little Thing Called Love. No me pregunten qué pasó, pero toda la peña, a una, se estremeció espoleada por el tema. Se hacía difícil pensar, mi cuerpo tomaba el mando y mis ojos se comían al loco que despertaba lo salvaje que se escondía en mí. Johnny no iba tan puesto como el sábado anterior, lo que no le restaba poderío. En los temas rápidos parecía recién llegado de Menfis, sus pies no tocaban el suelo, sus caderas ponían el universo patas arriba. Pero en aquel bolo interpretó muchas baladas, donde le hacía el amor al micrófono, al que agarraba con el brazo sobre la cabeza en postura melodramática, con las piernas abiertas en medio de la pista. Su voz tenía aquella noche un deje lastimero, reconcentrado. Daba la sensación de cantar para él, ajeno al público.

Había decidido actuar como una fan fatal y lanzarme a sus brazos con alevosía y nocturnidad en cuanto bajara del escenario, pero hete aquí que se me adelantaron, y no precisamente una desconocida, sino la perraca de Maika, milagrosamente recuperada para la ocasión. Había estado desde la primera fila enseñando la mercancía a Johnny, y ahora se había echado sobre él para que la catara. Se estuvo columpiando de su cuello mientras él firmaba autógrafos y recibía parabienes de sus seguidores. Después se fueron solos hacia una esquina del escenario. A mí se me iba quedando cara de tonta y me maldecía por haber vuelto como una pringada muerta de hambre. Hay que ser muy inocente para pensar que un tipo como ése fuera a guardarme la vez, y más si a la cola estaba una amiga como Maika. Me debatía entre mandarle un matón a que le pusiera las tetas de corbata o el forense a que evaluara su grado de subnormalidad, cuando vi que Johnny empezaba a poner distancia entre los dos. Maika insistía sin darse por vencida, venga pegarse como una lapa y a ponerle las domingas encima, su principal argumento, hasta que Johnny dijo basta en tono cortante, la apartó y se fue hacia el fondo de la barra. Si un jurado hubiera visto la cara de Maika en ese momento la hubiera condenado a media docena de cadenas perpetuas, sin posibilidad de redimir la pena. Que se joda, pensé, ahora me toca a mí. 

lunes, 17 de mayo de 2021

Él vive (III)

−Bueno, nos vamos ya, que aquí no hay nada que hacer –vino a decirme Maika con cara de enfado dando la espalda a Cutter.

−Yo me quedo –repliqué sin mirarla, colgada del cuello de Elvis mientras las lentejuelas chisporroteaban sobre su pecho. Como fuera que Lourdes en ese momento estaba hablando con el guitarrista, más relajado tras el bolo, tuvo que aguantarse, aunque la comían los demonios.

− ¿Y tú de dónde vienes?

−De Rocker City.

− ¿Y por dónde cae, por Cuenca?

−En el profundo sur, ¿quieres que te lleve?

− ¿En moto de paquete?

−En Cadillac descapotable, bajo las estrellas, navegando la noche. –Además era romántico, lo que no le impedía clavar los ojos en mis tetas y que sus labios me sorbieran el sentido. Creía que se me había pasado el plazo para solicitar tíos interesantes, pero allí estaba ante su boca, fruta prohibida cuyo rebosante sabor me hacía olvidar las noches perdidas oyendo las quejas de hombres hechos y derechos sobre lo que rascan las toallas de los gimnasios o las múltiples formas de cortar el pepino para hacer un gintonic. Colgada de los hombros de Jonhny Cutter, haciendo de satélite de aquel astro radiante, creí que por fin había dado con el hombre adecuado. Me podría perder en su pecho estrellado y dejar que su brillo me inundara toda.

Estaba perdiendo el juicio en audiencia pública, todo el bar se había quedado con nosotros, sobre todo Maika, que no podía entender que el rey del rock prefiriera mí inteligencia a sus tetas. Cuando dos roqueros entrados en años y en kilos la quisieron invitar a una cerveza estalló en gritos e insultos. No se cortaron y la mandaron a tomar por culo. Nosotros nos escabullimos a tomar algo al fondo del local, al abrigo de tantas miradas y de las iras de mi colega.

El rincón no recordaba desde luego a Graceland, pero este Elvis era capaz de hacer un nidito de amor hasta enfrente del lavabo de caballeros. No se puede tener todo, un macizo en tus brazos y además en un marco incomparable. Tiempo habría, ahora lo que procedía era lo que tenía entre manos. Bailamos juntitos mientras me acariciaba la espalda y aspiraba su olor a cuero y regaliz, a humo y sudor. Me pegué a él mientras me cantaba Heartbreak Hotel con voz aguardentosa, embriagada por un tipo sombrío y drogado, canalla y caballero. Luego sacó la artillería pesada: Love Me Tender al oído. Empequeñecía mientras su voz abrasaba lentamente mi oreja y sus labios dibujaban la curva exacta de mi cuello. La respiración se me entrecortaba y el pulso trepidaba en mis sienes. Mis pezones despertaron avasallados por el poderío de Johnny, que medio en volandas me llevaba pegada a él.   Un goloso vértigo me hacía flotar al sentir su duro vientre contra el mío. El olor de un hombre forjado en los límites de la madrugada quería echar raíces en mi piel, despeinarme con su fragancia. Estaba lista para sentencia, dispuesta a pechar con lo que mi juez alto y moreno tuviera a bien imponerme.

Tras susurrarme aquella balada Johnny dejó de lado el romanticismo y procedió a meterme mano a dos manos. Seguía endosándome unos besos que me enajenaban, pero se puso muy sobón. Tuve que pararle porque quería soltarme el suje. Aun así, me pegó un pellizco en un pezón que me hizo gritar y no de placer. Sentía su paquete duro contra mí, su mano se había pegado a mi culo, y no para sopesar la calidad de la tela precisamente. En una de ésas tiró con todas sus fuerzas del tanga hacia arriba hasta estrujarme el chocho, mientras me mordía la boca con rabia loca y me daba un abrazo de oso; todos mis huesos rechinaron. Yo iba muy caliente, y ya veía al vivo de mi acompañante cargando la espoleta del misil que guardaba en la entrepierna, pero por mucho que me pusiera no me iba a ir a la cama con él a la primera de cambio. Necesito más tiempo, necesito conocer más a un tío para poder acostarme con él. No era el caso de Elvis, que me propuso montárnoslo en el wáter, cuyas oleadas de ácido úrico cada vez que alguien entraba no invitaban a nada que no fuera huir de allí. Intenté razonar, explicarle que me ponía mucho pero que era muy precipitado todo, pero el insistía, venga, sugar, que te voy a subir a las estrellas y cosas así que dichas por esa boquita no resultaban ridículas. Pero ya fuera el rey del rock o el príncipe del pasodoble no me iba a quitar las bragas la primera noche, y menos en un wáter guarro. Se puso pesado, la coca y el bourbon empezaban a pasarle factura, e insistió de malos modos. De pronto vi a un borracho baboso intentando hacérselo conmigo a toda costa, todo el glamour se evaporó entre sus eructos que olían a lanzallamas gripado. Insistió en ponerme a cuatro patas en el retrete y lindezas parecidas. Me enfadó de verdad su vulgaridad y temí que con el ciego que llevaba acabara haciendo alguna chorrada, así que le dije que tenía que preguntarles una cosa a mis amigas y le deje con dos palmos de narices. Lourdes ya había acabado de sondear la capacidad adquisitiva del guitarrista, muy baja para sus aspiraciones, y no puso objeciones a que nos largáramos del Jambalaya. Maika no pudo disimular una sonrisa al ver cómo había acabado lo mío con la rock star de pega, mientras yo intentaba quitarme de la cabeza aquellos ojos borrachos que miraban sin ver. De vuelta a casa Maika me acusó de haberle levantado el rollito con Johnny, todo para ti, maja, le dije zanjando la discusión, o eso creía.