Nestlé es una de esas multinacionales dedicadas en cuerpo y
alma a la alimentación, lo que se traduce en llenar nuestros estómagos de
azúcares y grasas y de plásticos todos los vertederos. Especialista en alimentos
ultraprocesados, en cuestión de envoltorios no procesa nada, lo deja al albur
de su clientela o de los poderes públicos. Como su pasotismo empieza a chirriar
un poco han cambiado de estrategia y hacen como que hacen algo. Su delegación
en Japón ha cambiado los plásticos del Kit-Kat y otros manjares de la marca por
el papel, más fácil de reciclar. Como regalo, las fundas de las chocolatinas
vendrán con instrucciones para hacer papiroflexia con ellas, podrás
convertirlas en dragones de sulfuroso aliento o colibríes de vuelo vivaz.
Con tan simpática iniciativa Nestlé pretende lavar su imagen de
productor de deshechos al por mayor, aparte de dispensador de comida basura al
por menor. Han prometido, si su cuenta de resultados no lo impide, ir utilizando
menos plásticos de aquí a un incierto futuro, que tampoco es plan de poner
patas arriba a una empresa con semejante enjundia. Como se ve, voluntad no les
falta, otra cosa es la voluntad para llevarlo a cabo antes de que sea demasiado
tarde.
Gracias a Nestlé y a otras empresas del mismo pelo el futuro
que se dibuja es el de gentes con lorzas y michelines de todos los tamaños flotando
en un mar de plásticos multicolores. El Apocalipsis no vendrá de la mano de un ángel
exterminador, sino de una lluvia de bolsas de patatas fritas sabor barbacoa.
Mientras tanto tomémonos un Kit-Kat haciendo pajaritas de papel.