Terremoto musical, catástrofe artística, quiebra del pop; llámenlo como quieran, pero la espantá de Amaia del grupo líder del sonido merengado,
Y quien nos cantará ahora esas bellas melodías hechas a medida para tomar batidos de fresa en el Burger King del centro comercial, escuchar camino de la playa en el golf que te ha regalado papa, o tararear en las fiestas de cumple de las de clase. Gran dilema, al que se une el de que a pesar de su éxito, a
Cristina del Valle: desde que dejó su pareja de Amistades Peligrosas no vende un disco ni en el top manta. Lo intentó con el soplagaitas de Hevía e ídem de ídem, por lo que cual un Bob Geldof cualquiera, no se le ocurrió nada mejor para seguir en la pomada que abanderar causas solidarias, mujeres maltratadas, no a la guerra, reforestación de los Monegros. Esta faceta concienciada es la que le convendría a
Rosa de España: la pollera devenida a cantante, ejemplo de artista hecha a si misma, pero de carrera un tanto errática, aportaría el toque racial y soul para galvanizar a las masas que los sábados noches mueven el esqueleto mientras sujetan el cubata.
Tamara: la precoz cantante de boleros requetesobados, no la genial hija de
Massiel: la tanqueta de Leganitos es una fuerza de la naturaleza capaz de levantar los más melifluos temas escritos por los donostiarras. Además, el sonido tupperware de
Carmen de Mairena: quizás demasiada artista para tan poco grupo, pensarán algunos. Coplas como “Yo soy esa que pone la cosa tiesa”, elegante y sin segundas intenciones, nacida de su experiencia de la vida, y de la calle, llenaría las pasteleras canciones del grupo de sabor arrabalero, olor a puro y a colorete barato, pero sin duda, ganarían en autenticidad.
Pedro Ruiz: supondría sin duda un cambio radical la inclusión de este francotirador cultural, que ha hecho el payaso como humorista, pensador, actor, escritor y también cantante. Este galán crepuscular dejó indelebles traumas a todos los que vimos el clip de Ámame, pedazo de temazo tomatero, y junto a los chicos de