lunes, 30 de noviembre de 2015

Evolución (y V)


El público que había acudido a ponerse al corriente de las novedades científicas no sabía a qué carta quedarse vistas las arriesgadas hipótesis que se estaban barajando. Los enemigos de que el hombre primitivo viviera en corrales empezaron a acorralar a los defensores de la tesis de Aniceto a base de hortalizas que casualmente llevaban escondidas. Muchas mentes biempensantes se revolvieron en sus asientos al imaginarse a sus antepasados pelando la pava en el palo del gallinero. Para el cura estaba claro que al sagrado corazón de Jesús tampoco le iba a reconfortar la cacareada teoría de Aniceto. El cacique don Pancracio no acabó de entender  la nueva hipótesis, que los tecnicismos lo aturullaban, pero sí decidió subir el precio de la docena de huevos de la granja que poseía a las afueras del pueblo.
―A mí no me señala con el dedo un chisgarabís como usted ―se oyó la cabreada voz de Cirilo sobre el mar de gritos y acusaciones en que se estaba convirtiendo la conferencia, que ya parecía la típica trifulca entre conservadores y liberales ―que se cree que la verdadera ciencia se hace mientras apuesta en las peleas de gallos.
―En cambio, ya sabemos sus métodos, pues investigó concienzudamente en todas las casas de lenocinio de Londres y cabarets de París.
―Es porque me gusta la compañía de mis semejantes, y no como a otros que no han superado su frustración por no haber sido contratados como sexadores de pollos.
―Sexo es todo lo que sale de su mollera, lúbrico barrigón. Reconozca que se ha gastado toda la asignación para la ampliación de estudios en cubrir pelanduscas. Es usted una vergüenza para la ciencia, y aún diría más, un mono de feria.
―En cambio, usted es un espécimen de gran valor científico, que tipo tan imbécil merece ser estudiado con todo detenimiento.
― ¡Atorrante! Recibirá usted la visita de mis padrinos.
―Y la de su abuela si quiere, gallinazo.
Mientras Terco y Parco estaban en tal esgrima dialéctica, sus adeptos llegaban a las manos, no dejando quietas tampoco pies y cabezas, que con tal de hacer sangre cualquier miembro valía. El grueso de la concurrencia estaba encantada con los derroteros que tomaba la conferencia, que en el Páramo una buena charla no era tal si no se rubricaba con una somanta. Alguna dama de acrisolada rectitud acudió presta a don Obdulio a consultar si estaba en pecado mortal por dejar que a sus castos oídos llegara el término pelandusca. El párroco la tranquilizó asegurándole que con la intercesión de la virgen santísima y una limosna en el buzón de las ánimas ni mácula quedaría. Después fue a reclamar al señor alcalde la colaboración del ayuntamiento en la celebración de dos novenas y un triduo en desagravio de la santa fe, tan mancillada por semejante espectáculo. Don Pancracio dijo amén al cura mientras amenazaba a tirios y troyanos con su bastón de mando y se repetía que la próxima beca de ampliación de estudios sería para aprender a tocar la zanfoña en el conservatorio de Castrojeriz, donde nada se sabía de monos, gallinas ni demás zarandajas.
En estas estaban cuando hicieron acto de presencia cuatro parejas de la guardia civil con un sargento al frente y puso orden en tal desmán, llevándose por delante a los cabecillas de la zapatiesta. El conferenciante y su principal detractor acabaron compartiendo calabozo, donde siguieron explorando posibles antecesores del género homo entre puñada y puñada. Otros quince alborotadores acabaron en el cuartelillo a la espera de ser puestos ante el juez. El jefe del puesto elevó un informe a la superioridad donde recordaba que la responsabilidad última del incidente era del gobernador civil, por dar permiso a una reunión en un pueblo como Ventorrillo, donde más aventados por metro cuadrado se contaban.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Evolución (IV)


Cirilo iba a dar cumplida respuesta al ataque personal de su eterno enemigo, envidioso desde siempre de su lógica analítica, su brillante gimnasia dialéctica, de la escuela filosófica de la que era principal referente, el perspectivismo oblicuo sustantivo, y su éxito entre las damas. Pero Aniceto no le dio pie, continuando con su alegato.
—Está pronto a publicarse en la Revista de Antropología del Páramo un estudio auspiciado por mi modesta persona y un grupo interdisciplinar de científicos de Ventorrillo, entre los que destacan don Pantuflo, aquí presente, en el que acumulamos tantas evidencias sobre cuál es el verdadero antecesor del hombre, que sus peregrinas ideas quedarán para mentes crédulas y totalmente alejadas del método científico. Y es que estamos en condiciones de afirmar que el hombre desciende del gallo, y la mujer, evidentemente, de la gallina.
Semejante revelación cayó como una bomba entre el auditorio, aunque Cirilo mantuvo impávido el gesto. Pero poco a poco fueron rodando mejillas abajo unos lagrimones que terminaron en una explosión de risa y manotazos en la mesa, lo que no amilanó a su oponente.
―Ría, ría usted, so primate, que bien se ve que no tiene argumentos para rebatirme. Después de un concienzudo estudio de todos los corrales y gallineros del Páramo y de cotejar los datos recopilados, hemos llegado a la conclusión de que los paralelismos que hemos comprobado entre la sociedad gallinacea y la humana hacen que de manera necesaria la sociedad avícola sea la predecesora de la humanidad. Tanto el hombre como el gallo son animales individualistas, amantes de su independencia, y a su vez, líderes naturales y valedores del principio de autoridad. Tienen a su cargo la protección de la comunidad, a la que donará sus mejores genes en un acto desinteresado. Por otra parte, la mujer, como su antecesora la gallina, es un animal eminentemente gregario, dependiente en todo momento de la voluntad del macho, destinada a satisfacer sus necesidades y mantener limpio el gallinero. Indubitables, incontestables, definitivas son nuestras conclusiones, sacadas de la observación directa de la naturaleza, y no de vagabundear por países extranjeros gastándose el dinero de los contribuyentes en cuchipandas.

martes, 10 de noviembre de 2015

Evolución (III)


Tras la airada respuesta del filósofo naturalista, las damas de la adoración nocturna en bloque abandonaron sus asientos y se dispusieron a dejar el casino con gesto ofendido ante las herejías allí vertidas, no sin antes advertir al señor alcalde lo vergonzoso que era que con el dinero de las arcas públicas se subvencionaran semejantes majaderías. A don Pancracio, hombre práctico ante todo, le traía sin cuidado si la humanidad había bajado de un árbol o de una parra, pero que la gente de orden se le sulfurara y viniera a quejar por las teorías que Cirilo había oído por esos mundos de dios le parecía peor. Además, de la humanidad no le constaba, pero los de Valdenabo, la siempre vil, era bastante posible que descendieran de algún piojoso chimpancé.
El auditorio estaba dividido entre los que juzgaban increíbles las propuestas evolutivas, los que apuntalaban los principios de la fe armados con rosarios y estampitas, los que no se enteraban de nada y los pocos que hacían piña con el conferenciante y la modernidad que tanto tardaba en llegar a Ventorrillo. Entre tanto, el páramo se vio barrido por fuertes rachas del yermo cierzo que estremeció el paisaje desolado del invierno.  Jirones de viento helado se colaron por los recovecos y galerías sobre las que se asienta Ventorrillo, haciendo vibrar el gran órgano natural que es el dédalo de cuevas. Esa música, que desde tiempo inmemorial había condicionado a los habitantes del pueblo, sutilmente se dejó oír por los salones del casino donde se libraba la batalla entre tradición y modernidad.
De repente, sobre todas las voces que mandaban callar a Cirilo, jaleaban al cura o pedían la intervención del señor alcalde, se impuso la de Aniceto Parco, otro de los referentes culturales de la comarca. Su figura juncal, perfil de torero de salón, ademanes ampulosos y su mirada cortante se hicieron hueco entre el barullo imperante.
—Desde luego, nuestro eminente convecino hubiera excusado la tournée por media Europa que ha hecho a nuestra costa para venir aquí con esas noticias que en los más prestigiosos círculos académicos e intelectuales llevan mucho tiempo desacreditadas. Pero claro, igual el tiempo que debería haber dedicado al estudio y a la investigación lo invirtió en confraternizar con la fauna local, sobre todo en su rama femenina, y no tuvo tiempo de informarse de los últimos avances científicos. —El grupito de seguidores del historiador local dejó caer por lo bajo   piropos tales como sátiro y mujeriego a la vez que alguna dama demasiado sensible intentaba hacer como que no oía palabras tan escabrosas.