Reportamos suceso acaecido en Málaga, que ha tenido gran
repercusión por las especiales características del hecho delictivo. Todo
comenzó cuando en la centralita de la policía local se recibió la llamada de un
ciudadano, visiblemente inquieto al escuchar en su edificio varias
detonaciones. Con la presteza que la caracteriza, varias unidades de la policía
se personaron en el lugar de los hechos, donde, tras una inspección preliminar,
localizaron a un individuo armado y muy alterado. Se había atrincherado en su
piso, tras haber colocado en el descansillo una bombona de butano que amenazada
explosionar. En una operación relámpago, los municipales sacaron la bombona a
la calle y desalojaron a los vecinos más cercanos. A continuación, intentaron
negociar con el hombre, que se encontraba muy soliviantado y se negaba a abrir
la puerta. Le convencieron de que tirara la pistola, que resultó ser una
imitación, por la ventana. También se apercibieron que dentro del piso había
otra persona que pedía socorro. Esto agudizó el ingenio de las fuerzas del
orden, que intentaron entrar en el domicilio del presunto sospechoso en un
momento en que abrió una rendija la puerta. El tipo había colocado una
barricada de muebles tras la entrada, dándoles a los agentes con la puerta en
las narices. Ante el empecinamiento del individuo y el temor por la seguridad
de la persona retenida contra su voluntad, se pidieron refuerzos. Estos
entraron a las bravas y detuvieron al sospechoso, que se defendió con uñas y
dientes, y sobre todo con una silla con la que repartió leña a diestro y
siniestro. A continuación, se procedió a liberar al hombre que pedía auxilio y
que estaba encerrado en una habitación. Tras la batalla campal se procedió a la
consiguiente investigación para esclarecer los hechos. Prima facie, el hombre
secuestrado resultó ser un fontanero, que acudió al domicilio del presunto
alborotador con el objeto de realizar una reparación. Según el relato de la
víctima, cuando le presentó el presupuesto el hombre entró en combustión. No
solo se quedó escandalizado de las cifras que vio, sino que se puso hecho un
basilisco, fue a por la pistola de pega que tenía, encerró al fontanero en una
habitación, empezó a gritar que iba a quemar el edificio y alguna que otra
barbaridad más.
Aunque la respuesta de este ciudadano airado se haya pasado
tres pueblos, ilustra perfectamente el embolado en el que te puedes meter si
necesitas hacer obras en casa. El dueño ya está con el alma en vilo y la
cartera con respiración asistida cuando el profesional llega a la zona cero, ya
sea una humedad en la pared, la jamba de una puerta que va por su cuenta, el
grifo que gotea monótonamente o una baldosa floja y vacilona. Su ojo experto
analiza la avería, se rasca el mentón como si sopesara usar un pico o dinamita.
Luego mueve la cabeza con el aire de quien va a necesitar maquinaria pesada.
Saca una libreta del chaleco acolchado con el nombre de la empresa, tal que
Gremios García, presupuestos sin compromiso, y garabatea unas cifras. Luego
queda meditabundo unos instantes, que lo mismo está pensando en el próximo
partido de su equipo y a ver cómo se apañan con toda la defensa con diarrea por
beber garrafón en una disco de moda, que en el precio del cemento en el mercado
de futuros de Chicago. Luego suelta la frase lapidaria, la que echa a temblar
hasta al más templado: Hay que picar, y luego ya se verá. Aquí es cuando el
propietario empieza a echar cuentas, saco la pasta del fondo de pensiones, me prostituyo
en OnlyFans, o ya de perdidos, pido un crédito en Cofidis. El del presupuesto
enumera las múltiples contingencias que pueden darse: que si la tubería está
podrida, que la pared está viciada, que ya no se fabrican este tipo de juntas,
que la bajante la hicieron a mala fe, que si el anticiclón de las Azores le
pega de lleno, que si debajo de la baldosa está la playa. Y cada una de ellas
engorda el presupuesto. Eso sin contar con que al abrir no encuentren la tumba
de un rey godo, lo declaren monumento nacional y te echen a la puta calle.
Así que pocas opciones tenemos. O pagas o secuestras al
fontanero. O nos hacemos con una enciclopedia de bricolaje y destrozamos
nosotros mismo la casa.