Muchos creíamos que nunca veríamos el día en que Perdidos echara el cierre, pero aunque a deshora al fin llegó, que las seis de la mañana no es el mejor momento para vivir ese histórico acontecimiento, sino para sobar o como mucho echar un pis. Con ese madrugón es normal que mucha peña no se enterara de nada, viéndose perdidos y con la boca abierta ante un final tan abierto.
Seis temporadas, ciento y pico episodios, cien horas de historia y todavía parece que a los guionistas no les ha dado tiempo a contar todo lo que tenían que contar. A eso se le llama capacidad de síntesis. Y encima, con un final más sobao que los de Mortadelo y Filemón: todos están muertos, pero no lo bastante. Así que los frikis están soliviantados, y los guionistas se han hecho los perdidizos durante una temporada no les vaya a caer alguna toñeja cuando vayan por la calle o a comprar el pan. Por lo menos no han usado el otro subterfugio argumental con el que se suele salir de estos embolados, el de que todo era un sueño de uno de los protagonistas, que es una burla más cruel si cabe para las hordas de seguidores que han soportado las idas y venidas de estos náufragos de diseño. Así terminaron los lagartos de V y los Serrano, entre el cabreo del respetable. Aunque Resines cuchillo jamonero en ristre haciendo limpieza en la isla hubiera sido un final un poco más cañero por lo menos.
Si algo demuestra el fenómeno de la gente que se engancha a las series televisivas es la de la falacia de que vivimos en una sociedad dominada por las prisas. Sus seguidores pueden esperar años el desenlace de una historia que por otros medios se contaría en dos patadas. Recuerdan a los lectores de folletines del siglo XIX, pero aquellos hasta tenían más enjundia. Servidor es de los que se enganchó a Perdidos en el capítulo uno y se desenganchó en el tres, que lo de andar mareando la perdiz no va conmigo.
Y en Perdidos los adictos se quejan de que han quedado infinidad de cabos sueltos. Para esto nada mejor que una pareja de la guardia civil inspeccionara la isla, que unas cuantas ostias sabiamente repartidas hacen cantar hasta al más refractario. Pero como parece que aquí hay que darles todo mascado, vamos a desentrañar dos de los secretos más peliagudos. ¿Qué es la isla? La isla es una singularidad espacio-temporal ubicada en el oído interno de Amón-Ra, lugar ideal pues sirve intercambiador dimensional inverso por el que los personajes pueden transitar en sus distintas naturalezas, vivitos o muertitos, y estados, sean sólidos, líquidos o efervescentes. Otro de los caballos de batalla, qué es la iniciativa Dharma, no es más que una artimaña de la escuela politécnica de Torrelavega para promocionar su centro y de paso alargar una temporada más la serie.
Suponemos que todos los huérfanos de Perdidos se pasarán en masa a Supervivientes, temáticamente divergentes, pero que comparten ecosistema. Y quien sabe si Bea la legionaria no es un agente doble de la trilateral, o Parada la punta de lanza de los invasores de Andrómeda. Ya saben que aquí nada es lo que parece, y a veces lo que parece acaba en nada.