lunes, 17 de junio de 2024

Obras y amores de Quinto Terco. Capítulo VI. Banquete


 

Quinto no tardó mucho en hacerse a la vida de la ciudad, donde los placeres y los días iban de la mano y le asaltaban en cualquier recodo de la calle. Aprendió que el fuego abrasador con el que había nacido y que tanta vida daba a sus amantes también era útil para vivir de él. Su bárbara sensualidad y el deseo animal que desprendía de manera irresistible, mezclados con los versitos picantes que regalaba meloso, le abrían todas las voluntades que se le antojaban. Tenía  contentos a sus benefactores, a los que se beneficiaba con asiduidad por aquello de procurarse el sustento, sabiendo los dos que se tenían que repartir al íbero, pero haciendo como que no veían nada. Quinto andaba sobrado de ímpetus para buscarse amantes menos viejos y fofos en tabernas, mercados o en las termas. Cada día nuestro joven desterrado de Ventorrillo olvidaba los vientos de su tierra chica y se dejaba llevar por la marea humana que, de tierra adentro, llegaba a la ciudad y de más allá del mar arribaba a puerto. Gentes hasta ahora desconocidas para él, griegos de velludo pecho, egipcios hieráticos, árabes silenciosos, galos de ojos azul marino, todos despertaban sus deseos nada ocultos. Mientras, el pico de oro de Pomponio no tuvo problema en introducirse en los círculos artísticos de Tarraco, donde desbarraba a gusto entre poetas que solo encontraban la inspiración con el vino peleón, sagaces historiadores empeñados en trazar la historia gastronómica de los layetanos o algún novelista que llevaba diez libros escritos ya sobre las fantasías onanistas de Agamenón.

 

Sexto y Gala solían celebrar banquetes para huir del aburrimiento provinciano y rememorar los días de vino y rosas en su añorada Roma. Una noche convocaron a Pomponio, Decio Tranquilo, poeta y antiguo amante de Gala, relegado ahora a la triste condición de segundón, un comerciante local amigo de la familia, y otros lugareños. Empezado el banquete, se unió a ellos Quinto, con signos evidentes de haber pasado la tarde en brazos de alguno de sus amigos. Pomponio, apurado el tercer cáliz de vino nuevo, con la lengua caliente y el verbo fácil, empezó a relatar sus historias mitológicas, de cuando Júpiter se encaprichó de la doncella Europa, y trasmutado en toro la raptó mientras paseaba por la playa. Gala propuso un juego. De ser como Júpiter, en qué se convertirían los presentes para raptarla a ella, la más bella doncella de la Cólquide. La mayoría pensaron para si que lo mejor sería en liebre u otro ágil animal para poner tierra de por medio de semejante partido, pero callaron. 

Pomponio se inclinó sobre el triclinio de Quinto para recordarle lo importante que era para la compañía complacer a sus anfitriones, así que la adulara sin contemplaciones. Empezó Decio afirmando que una dama romana como ella solo por la loba que amamantó a Rómulo y Remo podía ser raptada. Eso eso, que la rapte la lupa y la lleve al lupanar, dijo por lo bajo Pomponio, mientras se levantaba y decía que él, como Júpiter, se convertiría en lluvia dorada con la que cubrir tan preciado objeto. Gala advirtió cierta retranca en su declaración, pero la que en verdad esperaba era la de Quinto, que, sin pensárselo, se despachó con que iría de Alejandro Magno y con su espada cortaría el nudo gordiano que la tenía apresada para que pudiera huir con él. Un tajo seco y definitivo, que tus correas caigan para siempre al suelo. Oído esto, Sexto creyó que el tajo iba dirigido a él, que era el lazo que ansiaba cercenar Quinto. Empezó a sudar ante la posibilidad de que su amado quisiera hacer ejercicios de esgrima a su costa, lo que le sumergió en una flojera de la que intentó defenderse con un faisán relleno de perdices. Gala creía flotar en medio del Olimpo al oír tal declaración. Ya se imaginaba con Quinto viviendo como salvajes su amor en el fondo de las selvas de hayas del interior de Iberia, de donde había salido el moreno de carnes prietas y corazón de roca.

El plato principal del banquete era un puerco asado relleno de manzanas, pero cuando dio llegado los comensales iban borrachos perdidos y desbarraban a dos manos, hablando sin orden ni concierto sobre la cosecha de ese año, los vestidos de la mujer del gobernador, la crisis del teatro o lo holgazanes que salían los esclavos de la Bética. Decio Tranquilo, dando la espalda a su nombre, se disponía a soltar una arenga patriótica de la cual solo pudo decir Delenda est Carthago antes de enmudecer víctima de un hueso de pernil estampado en mitad de la boca. Tras esta sugerencia, decidió dirigir su arte hacía la lírica, regalando a su amada un epigrama más destartalado que carreta galaica, que la parca Gala ni tomó en cuenta, viendo las maniobras de su esposo por acercarse a Quinto, recuperado del susto de imaginarse con el gaznate rebanado.

Cerca de la medianoche, lentamente entró la brisa del sur que encendía al hijo de Ventorrillo sus instintos más salvajes. Trastabillando vio salir hacia el atrio a Sexto, y tras él se fue encelado. En ansias inflamado lo atrapó en la oscura esquina alejada de la sala de banquetes, deslizando rápidamente sus manos bajo la túnica.

─ ¿No eras tú el que quería cortarme en dos de un tajo, Alejandro de pacotilla, magno truhán, adulador de brujas?

─Ven aquí pichón, que mi espada no quería cortar sino clavar.

Desesperada ante lo que se imaginaba que estaba pasando fuera, Gala Rala le estaba dejando hacer a su poetastro, una vez que el resto de los comensales habían quedado fuera de circulación entre vapores etílicos. Tranquilo la convenció para que salieran al amplio atrio y se enmascararan entre las sombras, y ella se dejó llevar a ver si levantaba los celos de Quinto, que ya tenía a su querido marido a cuatro patas.

Así, mientras Quinto en una esquina ponía al señor de la casa mirando hacia Roma y Tranquilo en la otra a la señora mirando  hacia Alejandría, presidida la romántica escena por la pelotuda estatua de Cupido que remataba la fuente central, entró de repente Próspero Póstumo con su mujer y parte de su séquito, advertidos de que en la casa del rico comerciante había banquete. La visita sorpresa tenía por objeto ver si los rumores sobre el comerciante en vinos y su esposa eran ciertos. El encontrarse a Quinto y a Sexto tras un seto del atrio en postura poco recomendada para un ciudadano romano, más aún, propia de un sátiro en celo revolcándose con un actorzuelo semi bárbaro, y a Gala en la otra punta dejándose hacer por un tísico pelma y barbilampiño, no hizo más que confirmar sus sospechas sobre los dueños de la casa.

─Para eso me batí yo en duelo singular en lo más profundo de los bosques cántabros contra el bruto caudillo Barcitauro y le despeñé de tal mandoble que rompí mi espada, y yo solo armado con una lanza rota hice retroceder a sus hordas malolientes, para que la gloria conquistada por mí para Roma se vea mancillada por el comportamiento indecoroso de sus ciudadanos, que no saben tener quieta su entrepierna.

─Verá gobernador, esto no es lo que parece─ intentaba defenderse Sexto

─No, no, esto es lo que parece, y aún diría más, esto parece un burdel en hora punta en vez de una casa patricia.

Pomponio, que había despertado de la borrachera con los gritos de Próspero y se había hecho cargo de lo apurado de la situación, intentó echarle una mano a su protector.

─Vea usted que esto no es más que un pequeño ensayo de una obra que ando escribiendo, y todo lo que aquí parece haber visto no es más que fingido.

─Ya, pues felicite a sus actores de mi parte, que jadeaban con mucha convicción, incluso diría más, juraría que la estaban gozando. Y no me haga preguntarle sobre el argumento en el que se incluye semejante escena, que igual le contrato yo para una comedia muy divertida en la que un hatajo de tunantes reman de sol a sol amarrados al remo y al banco de una trirreme. Y usted, Sexto Parco, su única relación con la caballería parece ser el que, como los caballos, pasa más tiempo a cuatro patas que a dos. Les recuerdo a los dos que como vuelvan a faltar al decoro y a la decencia que se espera de unos ciudadanos romanos acabarán sus días en alguna inhóspita aldea a orillas del Mar Negro pelando quisquillas.

─Señor gobernador, quizás nos hemos dejado llevar por el calor de la situación, pero no volverá a suceder─ balbuceaba Sexto

─Eso espero por su bien. Y la comedia que le encargué, ¿está concluida? Mire que no voy a tolerar ningún retraso.

─No se preocupe, que está muy bien encaminada─ mintió Sexto, que ni media página había emborronado sobre el asunto, que su imaginación no daba más que para algún ripio de circunstancias, y semejante encargo se le antojaba más arduo que copiar la Ilíada al revés.

Como su marido no parecía percatarse de la presencia de Quinto, Julia se acercó hasta él.

─Veo que te esfuerzas en satisfacer a tus anfitriones.

─Solo quería agradecer la hospitalidad que tienen conmigo.

─Pues yo puedo ser más hospitalaria si cabe que estos rancios trozos de tocino que te trajinas. Un adonis como tú cómo pierde su tiempo y energías con una arpía que huele peor que las tripas de los besugos y viste como una matrona con almorranas, o con su marido, un calvo lleno de vino y menos seso que una gallina descabezada.

─Mi agradecimiento hacia mis protectores no me prohíbe el atender sus súplicas, bella Julia, y cuando quiera estaré encantado de enseñarle todo mi repertorio.

─Julia, vayámonos ya de este antro, no sea que la inmundicia nos invada─ dijo Próspero Póstumo a su mujer, que tuvo que separarse rápido de Quinto. ─Y les vuelvo a recordar que no toleraré este tipo de comportamientos.

Una vez ido el gobernador y pasado el sofoco, dijo Sexto:

─Este hombre va a acabar con nosotros. Ya ni en nuestra propia casa podemos darnos una alegría. Ahora entiendo por qué lo mandaron a Tarraco y se lo quitaron de encima en Roma.

─Tú que te revuelcas en cualquier parte, como los animales─ le recriminó Gala

─Fue a hablar la que estaba haciendo calceta mientras tanto. Mejor estarías callada, o echándole un cubo de agua al fantoche que tienes como amante, que del susto se te ha desmayado. Pomponio, escucha, tienes que ayudarme, por favor escribe para mi una obra que pueda presentarle a ese guardián de la moralidad.

─Pero el encargo era para vos, y no estaría bien que yo me entrometiera─ respondió airado.

─Sí, pero a mí las musas no me han llamado por ese camino, y como no le presente algo a ese viejo es capaz de desterrarme a la Galaecia. Quizás tendría que recordarte que vives holgadamente aquí gracias a mi generosidad, y que no estaría de más que ayudaras a tu patrocinador si quieres que lo siga siendo.

─Nada más alejado de mi intención que negar la ayuda a alguien que se ha portado como un padre con nosotros, pero ceder una obra así como así, por las astas corniveletas del Minotauro, casi es como cederle a un hijo de mis entrañas.

─Pero serás recompensado por ello, además de que influiré en Próspero para que sea tu compañía la que haga el estreno.

De muy mala gana aceptó el encargo Pomponio, en parte porque le hubiese gustado que en los avisos escritos a tiza en la puerta del teatro apareciera su nombre como autor y no solo como actor, y en parte porque tampoco tenía nada preparado y el tiempo apremiaba. Pero era cliente de Sexto y estaba obligado a ayudarle. Prometió ponerse manos a la obra al día siguiente, en el que ya recuperado de la melopea nocturna, vio que podía refundir alguna comedia antigua y sazonarla con elementos propios de la ciudad, y de paso saldar cuentas con algún que otro personaje. La idea de soltar estopa en el escenario agudizó su ingenio, y se puso manos a la obra, copiando a los antiguos para hacerlo pasar como propio. Era lo que solía hacer, que el público teatral era de memoria frágil y se le podía vender el mismo pescado varias veces.

lunes, 3 de junio de 2024

Obras y amores de Quinto Terco. Capítulo V: Gala y Julia

Una vez terminado el sermón del representante imperial, se relajó la concurrencia. Se formaron corrillos donde se cotilleaba sobre la coqueta gobernadora, se comentaron las últimas novedades traídas de allende del mediterráneo o se ponderaba si Prospero sería tan rapaz como su antecesor. Éste tomó asiento y, con mucha ceremonia, empezó a recibir pleitesía de lo más destacado de la sociedad local. Muy a su pesar, Sexto y Gala, con sus protegidos, fueron a darle la bienvenida. 

─Qué ven mis cansados ojos, si, es el caballero Sexto Parco. ¿Qué haces en Tarraco, lejos de las casa de juego y los lupanares de Roma?─ atizó el gobernador.

─Próspero, es para nosotros un honor teneros entre nosotros. Espero que tu administración sea provechosa para todos. Seis meses hace que aquí llevo los negocios de mi suegro.

─Luego te has casado.

─Sí, esta es mi esposa, Gala Rala, hija de Renco Ralo, comerciante de vinos de Ostia.

─Si, conozco a ese rico comerciante, pero estoy casi seguro, más aún, pondría la mano en el fuego, de que su hacienda no ha tenido nada que ver en tu matrimonio, viendo la clase y hermosura de la hija.

─Gracias, señor gobernador. Mi esposo me eligió de entre todas por mi hermosura, igual que supongo que la suya le eligió a usted  por su juventud y  sobria oratoria─  terció Gala con fingida desgana, que bien le hubiera sacado un ojo al viejo.

─Bueno, también os quería presentar a Pomponio Porto  y Quinto Terco, protegidos míos y miembros de una compañía de teatro.

─Actores, mal asunto. Donde andan ellos anida el vicio─ miró con gesto displicente hacia el histrión y su amigo.

─Señor gobernador, la rectitud de nuestras costumbres está fuera de toda duda─ se empezó a defender Pomponio

─No me cabe duda, si, pero Sexto, dime, ¿sigues jugándote hasta las correas de las sandalias a los dados?

─Creo que ya he escarmentado de mi desordenada vida.

─Me alegra oír eso, que yo no estoy dispuesto a tolerar conductas licenciosas, y menos entre los ciudadanos romanos de la colonia, que sirvan de mal ejemplo para la población local. La sobriedad, la austeridad, el respeto a la familia y a las costumbres son las que han hecho a Roma cabeza del mundo.

─Señor gobernador, soy más austero que una vestal, sobrio que no parezco tratante de vinos y el alto concepto de la familia es lo que me ha llevado al matrimonio.

─Me alegra oír eso. Y dime, ¿sigues escribiendo?

─Bueno, quizás menos que antes

─Pues has de ponerte manos a la obra, que me han dicho que las obras del teatro están ya casi terminadas, y qué mejor que una comedia educativa escrita por un noble romano para inaugurarlo.

─Pero yo nunca he escrito teatro, solo algún que otro poema.

─Paparruchas, no tiene que ser tan difícil. Es mi voluntad y basta.

─Es un honor para mí, pero igual no estoy a la altura de las circunstancias. Quizás Pomponio, que además de actor ha compuesto muchas piezas, estaría interesado.

─Yo podría escribirle una pieza con la que la inauguración del teatro quedaría por siempre en la memoria de la ciudad─ dijo Pomponio, viendo la posibilidad de hacer un buen negocio.

─Pero yo soy de la opinión, aún más, defiendo abiertamente que los actores donde mejor están es trabajando en las minas. Como no queda más remedio que echar mano de ellos para las representaciones, transijo, pero que encima esos sacos de bajas pasiones escriban las obras ya es demasiado. Sexto, te emplazo de aquí a un mes a que me presentes la obra para ser estrenada si no quieres enfrentarte a mi cólera.

Mientras esto se dirimía, preguntó Julia a Rala:

─Querida, ¿Dónde te has hecho ese tocado? ¿No lo llevas algo torcido?

─Si bueno, me he corrido, digo que he venido corriendo porque llegaba tarde y quizás se haya movido un poco.

─Sí, ya te vi entrar hace un momento con tu protegido. ¿Quinto se llama? Casualmente aparecisteis por el lado de donde parecía venir ese alarido como de asno que sonó hace poco. Y tú, Quinto, ¿cuales son tu cometidos en la casa de tus señores?

─Yo estoy para complacerles con mis poemas, canciones,  bailes y todo aquello que gusten─ dijo zalamero a Julia.

─Me gusta, me gusta este bárbaro letrado. ¿Cuándo podrías recitarme todo tu repertorio?

─Estoy seguro que la señora gobernadora disfrutará más con las campañas de su señor esposo, veterano y curtido, que con los gorgoritos de un aprendiz de poeta, demasiado joven para ti, más amiga de las canas y arrugas─ soltó furiosa Rala.

─Tranquila querida, que no pretendo que deje desatendidas sus ocupaciones para contigo. Y ese vestido, parece un poco anticuado ya. Acaso tenéis un sastre lusitano. En Roma acostumbran a vestir así las libertas del mercado del pescado.

─Aquí a Tarraco tardan en llegar las novedades, pero visto lo que llevan algunas, prefiero no ponérmelas, no sea que por la calle me pregunten por los honorarios de mis servicios.

─Pues tranquila, querida, que yo te voy a poner al día. Ya quedaremos para renovar tu vestuario.

─Muchas gracias señora─ dijo Rala mientras se retiraba pues su marido acababa ya la plática con Próspero. Los dos salieron de la presentación igual de soliviantados y ninguneados.

─¡Habrase visto la mocosa!

─Ese pellejo advenedizo que ha hecho carrera sisando en todas las legiones me viene a dar órdenes a mí, que pertenezco a la más antigua aristocracia.

─Con un asno y con una pescadera me ha comparado.

─Cuando mi padre era cónsul el suyo andaba destripando terrones.

─Lecciones de moda, ella que va como una ramera siciliana.

─Y me manda escribirle una comedia como quien encarga hacer un botijo. Esto es humillante. El estado gobernado por desertores del arado, y nosotros, la nobleza, vendiendo vino. ¡Qué tiempos, qué costumbres!

─Para ir enseñándolo todo no hace falta sastre sino desvergüenza. Y su marido dando clases de moralidad mientras su mujer va poniendo calientes a todos los machos de la ciudad.

Airado iba también Pomponio, que además de las amenazas nada veladas de mandarle bajo palio de piedra a la mínima, veía cómo, aunque a su pesar, el elegido para inaugurar la temporada teatral era el pluma floja de Sexto, despreciando el talento de uno de los mejores autores de comedias de la época, en cuya mano comían las musas. Quinto era el único que salió contento de la recepción, pues después del revolcón que le había dado a Gala se había encontrado con una Julia bastante interesada en él, y en la reunión descubrió un nutrido grupo de bellezones exóticos con los que no le importaría intercambiar impresiones en aras de un mejor entendimiento entre las distintas razas del imperio.