lunes, 15 de julio de 2024

Obras y amores de Quinto Terco. Capítulo VIII. Telón


 

La obra estaba consiguiendo el éxito del respetable a pesar de los esfuerzos de Cómodo y Tranquilo por reventarla. El público gozaba del ridículo en el que estaban poniendo al gobernador, y Pomponio, bajo la careta y el pelucón de Próculo, sentía el aplauso y más imitaba las maneras de Próspero, que no se atrevía a suspender la representación por miedo a que se soliviantara la plebe. Además, los sacerdotes, magistrados y demás tribunos también reían por lo bajo la sátira del histrión. Menos mal que su dulce esposa no estaba presente para ver cómo le abochornaban.

Ya avanzada la obra, se produjo el encuentro entre los amantes en una esquina del escenario, mientras en la otra esquina Protopito intentaba distraer a Próculo para que los tortolitos puedan estar a sus anchas.

Protopito: ─Mi señor Próculo, sepa que su mujer no tiene ojos más que para usted.

Próculo: ─Ya, pero no soy el único que tiene ojos para ella, por eso la vigilo con los dos, aún más, con los tres ojos que tengo.

Actimelia: ─Yogurino, amado mío, libérame de esta prisión en la que ciega permanezco.

Yogurino: ─Mi amor, si es necesario, te daré mis ojos  para que veas la luz, y echaré a tu marido a lo más profundo del puerto con una piedra al cuello para que vaya con su cháchara a los chicharros.

Protopito: ─Y que todos sus pensamientos van dirigidos a usted.

Próculo: Sí, pero últimamente se me antoja que sus pensamientos se dirigen a ponerme más cornamenta que al Minotauro. Pero no, que vive en la riqueza gracias a mí.

Actimelia: ─Para qué quiero riquezas si comparto lecho con una momia, por Júpiter, que se parece al cuñado de Ramsés.

Yogurino: ─Yo mismo con mis manos he de meterle todos sus cuartos por el ojo del culo, ya que cree que el amor se compra con dinero.

Protopito: ─Y los relatos de sus gestas inflaman su corazón.

Próculo: ─Bien sé que mis victorias la encandilan, que no más empiezo una siempre me dice “no sigas, no sigas, que me emociono”.

Actimelia: ─Ya no puedo más Yogurino, antes hacerle la manicura al airado Marte o fregar de rodillas la fragua de Vulcano que volver a escuchar una de sus batallitas.

Yogurino: ─Yo le cerraré para siempre la boca a ese carcamal, que todo el mundo sabrá cuantas ristras de cebollas vendió en cada batalla, y abriré la tuya a besos.

Protopito: ─Bien se ve en sus ojos que el señor hace feliz a su mujer.

Próculo: ─Cierto es, que con los años y la experiencia, un poco que haga uno es mucho, y aún diría más, que las jovencitas siempre han preferido los hombres maduros.

Actimelia: (echándole mano al paquete de su amante) –Quiero, Yogurino, beber de la fuente de tu juventud y olvidar a mi viejo marido, que no es fruta madura sino manzana pocha caída del árbol.

Yogurino: ─Bébeme y cómeme, démonos un banquete mientras Protopito hila la hebra con tu plomizo consorte.

Y Actimelia, interpretado por Turbo Multo, pues las mujeres no estaban bien vistas en el escenario, empezó a usar de sus artes de volatinero y contorsionista para montar una serie de poses lo más procaces posibles junto a su Yogurino, mientras Próculo se iba por las ramas contando su triunfo en la batalla de Trapisonda. “Fóllatela, fóllatela, e irás a galeras”, “a ti tampoco se te levanta, Próspero, por eso quieres que los demás estemos a pan y agua”, “caballo viejo no puede con yegua joven” y gritos similares se oían por doquier. El público, ya completamente desmadrado, reía y jaleaba a los amantes que en escena componían posturas amatorias nunca vistas.

─¡Esto es lo que entiendes por comedia edificante, esto es lo que escribes para defender la familia y el matrimonio!─ le gritó Próspero a Sexto mientras le arreaba un pescozón entre el pitorreo general del auditorio. ¡Dos jovenzuelos fornicando como conejos y un esclavo burlándose de su amo!

─Es lo que mejor conviene a la economía de la comedia─ atinó a decir Sexto, que no veía llegado el momento de estrujarle el pescuezo a Pomponio, morder así la mano que le da de comer.

─¡Te voy a hacer comer tu comedia, y aún más, no voy a economizar esfuerzos hasta desterrarte al más remoto lugar que pueda hallar!─ le gritaba al oído mientras le tiraba de la oreja.

Mientras, en el escenario Yogurino y Actimelia seguían con sus juegos acrobático─sexuales escenario arriba y abajo, cada vez más crecidos ante los vítores del público. En uno de estos lances dio un traspié la juguetona de Actimelia, agarrándose para no caer a los cortinones que cerraban el frente escénico que estaba sin rematar. Al caer parte de la cortina, apareció tras ella Quinto con Julia, que aprovechando la discreción que le ofrecía ese escondite, había puesto a cuatro patas a la sobrina de Augusto con la saludable intención de hacerle olvidar su jaqueca. La gente cuando los vio follando allí en medio rompió en una cerrada ovación, vivas y pañuelos al viento. Cómodo, Tranquilo y su cuadrilla lanzaron al escenario todo el arsenal que llevaban escondido, berzas y cebollas podridas, criticando que según las leyes de la comedia de Aristóteles ese tipo de golpes de efecto más que la catarsis provocaba el cachondeo colectivo. La gente gritaba de todo: “así, así se romaniza a los íberos”, “esto es democracia, la sobrina del emperador y el hijo de su madre”, “que buena actriz la gobernadora, el papel de ramera lo borda”, “al final la familia del César ha doblado la rodilla ante los hispanos” o  “qué bien follan las matronas romanas”. La aludida, desenganchándose de Quinto y componiendo su vestido, salió de escena con la dignidad propia de una princesa imperial, entre berzas voladoras, gestos obscenos y gente que pedía la vez para hacérselo con ella. Totalmente sobrepasado y lívido de la ira, mandó Próspero al centurión que desalojara la escena y echara a la gente del teatro, mucha de la cual ya cantaba coplillas sobre su cornamenta y lo convincente de su campaña para volver a las antiguas costumbres, que estaban dispuestos a secundar si incluían un revolcón con su mujer. Otra que estaba enfurecida era Gala, gritándole a Julia mala puta, vete con tu viejo y deja a mi Quinto en paz. Sexto, en un acto valeroso, había decidido desmayarse abrumado por los acontecimientos. Pomponio, aunque sin haber conseguido acabar la representación, recogía los aplausos del público, único a quien un dramaturgo de su talla se debe. Quinto gozó de su momento de gloria al ver a todo Tarraco muerto de envidia mientras se trajinaba a la bella Julia, pero optó por una discreta retirada, que en la cara del gobernador no era la envidia precisamente lo que se reflejaba.

El brusco fin de la representación no fue bien recibido por la plebe que se lo estaba pasando en grande, por lo que hubo insultos, forcejeos y tortas con los soldados que evacuaron el teatro a punta de lanza. En días sucesivos se llenó toda la ciudad de grafitis en los que se hacía mofa y escarnio de Próspero, que pasaba de la ira de verse ridiculizado en público a la vergüenza de verse cornudo, también públicamente. Además, ni un simple reproche pudo echarle hasta la hace poco fiel esposa, que le amenazó con escribirle una carta a su tío quejándose de lo abandonada que se sentía por su marido.

 Con los que pudo vengarse a gusto fue con Sexto y con Gala, culpables de todo a su parecer, pues el cuento de que la obra era de Pomponio no hizo sino enfurecer más a Próspero Póstumo. Decidió desterrar a esta pareja de indeseables al más remoto confín de la provincia, al más aislado y rampante lugarejo olvidado de todo dios. En definitiva, que los infelices acabaron sus días en Ventorrillo, en una pobre casona rural con vistas al amplio páramo. Con el tiempo acabaron por aclimatarse a la nueva situación, pues todos los años llegaba una nueva remesa de legionarios que catar para Sexto, mientras Gala se especializó en el producto local, que tenía un juego de cadera que le recordaba a su querido Quinto. Sin olvidar nunca su añorada Roma, fueron un catalizador del proceso de romanización de la zona, y llegaron a ser un referente cultural de primer orden en los contornos. Hay escritos que los equiparaba con los más grandes, como rezaba en el Liber Ventorrorum del autor local Cetrino Cecino: “Agamenón, señor de amplios dominios, Aquiles, el de los pies ligeros, Sexto, el del culo en pompa.”

La carrera política de Próspero no fue la misma desde el incidente del teatro. Los ecos del escándalo llegaron a Roma, Julia acabó quejándose a su tío Augusto de lo desatendida que se sentía, y éste, que no estaba esperando más que un desliz de su plúmbeo acólito para librase de él, concedió el divorcio a su sobrina y destituyó a Próspero de su cargo de gobernador de la Citerior. A cambio, le concedió la jefatura de un proyecto destinado a revolucionar las comunicaciones. Le mandó a los confines de la Galia, a la zona del estrecho que separa el continente de Britania para estudiar la posibilidad de construir un túnel por el que invadir esa bárbara isla, y con la orden de no volver a verle hasta que no consiguiera resultados concretos. Así acabó la brillante carrera de Próspero, bajo tierra en lucha sin cuartel intentando conquistar nuevas tierras para el imperio, hasta que un buen día una roca aplastó su cabeza y sus ínfulas.

Quinto, por miedo a las represalias del marido burlado, se refugió en la casa y los brazos de Rufo, donde aplacó a modo toda la furia erótica que corría por sus venas, hasta el día que fue a buscarlo Turbo Multo con la noticia de que aquella misma tarde embarcaría toda la compañía rumbo a Massalia. Próspero les había exculpado de lo ocurrido, pero les conminó a abandonar la ciudad antes de que cambiara de idea. Con la marea subió al barco con el resto de sus compañeros y con Pomponio, feliz por el triunfo artístico cosechado, aunque tuvieran que salir por la puerta de atrás. Ahora que contaba con la inestimable ayuda de Quinto Terco, embaucador de almas y amante a destajo, el futuro se le ofrecía venturoso. Quinto dejaba atrás por siempre Hispania, como había dejado antes Ventorrillo, siempre huyendo hacia adelante, impelido por esa energía dionisiaca que como un huracán caía sobre hombres y mujeres cubriéndolos con su pasión, y por su apolínea querencia a la poesía y la música, con la que conseguía la llave de cualquier voluntad. En Massalia muchas y muy sabrosas aventuras corrió junto a sus compañeros, pero esa es ya otra historia.

lunes, 1 de julio de 2024

Obras y amores de Quinto Terco. Capítulo VII. Comedia


 

Como ven ustedes, más que a partir un piñón, a partirse los piños estaban las relaciones entre Sexto Parco y Próspero Póstumo. Éste le había puesto como objetivo de su campaña de rearme moral, y el vinatero  bujarrón no se explicaba por qué se había empecinado en perseguirle, a no ser por la envidia de un advenedizo ante la sangre noble que corría por sus venas. Pomponio, por su parte, utilizando su viejo sistema del plagio descarado, esta vez del Miles Gloriosus de Plauto (de copiar, hacerlo a lo grande) había terminado en una semana el encargo y entregado la obra a Sexto. Como sospechaba, el noble ni se molestó en ojear el texto, dándose por satisfecho al tener un libreto con el que librarse de las broncas del gobernante. Se limitó a preguntar por el argumento, a lo que Pomponio dijo que era una obra donde se hacía una encendida defensa de institución matrimonial y de la familia romana, con lo que Sexto quedó conforme. Esto mismo le trasladó a Próspero, que le insistió en que la pieza debía tener un carácter didáctico y moralizante, y que se cuidara bien de poner sus libertinas costumbres en escena. Sexto perjuró que nada de esto sucedería, que lo último que esperaba el confiado noble era que el orgullo artístico de Pomponio pudiera más que su sentido común.

Una vez que ya tenían obra, se iniciaron los preparativos para las fiestas con que iba a ser inaugurado el nuevo teatro. Realmente, aún no estaba terminado, faltaban parte de las arcadas del frente escénico que cerraba la escena por detrás, pero las ansias  del gobernador por comenzar su mandato con un golpe de efecto hicieron que se colocaran unos grandes cortinones en las zonas inacabadas para salir del paso. Aunque Próspero prometió que correría con todos los gastos de la fiesta inaugural, él personalmente se encargó de convencer a los más ricos de la villa para que hicieran generosas aportaciones. Sexto también tuvo que aflojar la bolsa, encima que ponía la comedia todavía le tocaba pagar. Con lo recaudado dio para pagar los gastos y todavía le quedó una buena parte destinada a sanear las cuentas del gobernador.

El día señalado con gran tino como fasto o propicio por los sacerdotes, se inició la celebración con una gran procesión desde el foro al templo de Júpiter Amón y luego al teatro. Abrían el cortejo los estirados sacerdotes de cerúlea tez y oliendo a incienso viejo, el gobernador, decuriones, senadores y jefes militares, cerrando el pueblo llano. Después de darle matarile a un buey a las puertas del templo para ganarse el favor de los dioses y haber interpretado las vísceras, que auguraban un largo porvenir al teatro y a su impulsor, fueron todos a ocupar su localidad.

Aunque la comedia atribuida a Sexto e interpretada por Pomponio y su compañía eran el plato fuerte, antes hubo actuaciones de mimos, saltimbanquis y recitadores. La orquesta del teatro, reservada a las autoridades, con Próspero y su mujer en primera fila y Sexto y la suya al lado, estaba engalanada de guirnaldas. Las gradas bajas aparecían repletas de militares, caballeros y ciudadanos romanos, y las superiores por libertos, colonos, mujeres y esclavos. Todos estaban soliviantados contra el gobernador, al que recibieron con murmullos de desaprobación, pues la gente ya empezaba a estar cansada de su rectitud moral y de tanto meterle mano a sus bolsillos. Además Decio Tranquilo, ya recuperado del susto de la noche del banquete, junto a Cómodo, un primo suyo, receloso del éxito literario de su enemigo Sexto, había llevado un grupo de partidarios con el fin de reventar la función. Los tendidos altos y medios estaban llenos de gente con ganas de pasar factura tanto al autor como al promotor, mientras Pomponio lucía radiante en el magnífico escenario ante el que iba a actuar. Hizo oídos sordos a los consejos de Turbo Multo y los demás, que le pedían  recortar los fragmentos más comprometedores, no fueran a acabar el día en prisión. Pomponio se negó en redondo, en parte convencido de que las críticas de la obra no eran para tanto y pensando que Próspero no se desprestigiaría atacando a la compañía que solo era portavoz de una obra escrita por Sexto. Quinto fue contratado para cantar varias de sus canciones, las menos procaces, antes de que empezara la obra. Luego, junto a otros músicos tocaría varias piezas durante la obra, por lo que permaneció tras los cortinajes la mayor parte de la representación.

Después de mimos y saltimbanquis, de las canciones de Quinto, aplaudidas a rabiar por las mujeres que ocupaban los altos graderíos y pitadas por los partidarios de Cómodo y Tranquilo, dio comienzo la representación. En ese momento, una repentina jaqueca indispuso a Julia, que con permiso de su marido se retiró a los aposentos tras el escenario a descansar un poco.

Todo soldado es un amante era el título de la obra, y en ella Próculo Porcíno, militar cojitranco, con el pellejo curtido en el humo de mil batallas, aunque solo se le hubiera visto en las cercanías y nunca en el meollo de ninguna, avaro y adinerado, había casado con una jovencita, Actimelia, que ni le quería ni le aguantaba. Con la ayuda de Protopito, esclavo de Próculo, ésta engañaba a su viejo marido con Yogurino, apuesto vecino de éstos y antiguo amante de Actimelia. Próculo Porcíno, engreído y ciego de todo lo que ocurría a sus espaldas, gastaba verbo florido y frases ampulosas, de las que ponen en trance de salir huyendo a los interlocutores.

Próculo Porcíno: ─ Vienen a mi memoria, servil Protopito, los días en que Próculo Porcíno luchó en Britania contra Artajerjes. Cuando rompió su espada tras haber machacado más de mil cráneos enemigos, empuñó una lanza con la que ensartó decenas, aún diría más, centenares de adversarios, y cuando quedó inservible, armado con un plumero que allí mismo encontró, él solo puso en fuga al ejército enemigo.

Protopito: ─Desde luego, es comprensible que el enemigo huyera en cuanto le vio el plumero.

Próculo Porcíno: ─Tienes razón, y aún diré más, que desde aquella los persas quitan el polvo con telas o bayetas, que la sola contemplación de los plumeros los aterroriza.

Protopito: ─A mí la hazaña que más me maravilla de usted es cuando le dio su merecido al mismísimo Hércules, (en un aparte) ─que mira que es viejo el condenado, pero nunca le hubiera echado de la quinta de Hércules─.

Próculo Porcíno: ─Pues sí, lo que pasa es que es episodio poco conocido por la mucha envidia que hay, que hace que no se sepan de estos grandes hechos de armas. Estando Próculo Porcíno  un día a las afueras de Gades se encontró con que el mismo Hércules había entrado  a un bancal de melones con el fin de robarlos y hacerle un collar a una morena de Malaka por la que bebía los vientos. Pero Próculo le dijo que con los melones tendría que pasar por encima de su cadáver, y después de un combate que duró de sol a sol, se fue con las manos vacías, y al final se tuvo que conformar con regalarle una gargantilla de higos chumbos.

Protopito: ─Desde luego que ese hombre sí que sabía contentar a las mujeres. Pero estos lances hay que recogerlos en poemas épicos que hagan justicia a su valor y queden por los siglos. Después de La Ilíada y La Odisea, La Melonada, aunque La Porculada, perdón, La Proculada también quedaría bien, en cincuenta cantos como mínimo.

Próculo Porcíno: ─Creo que serían pocos, que son muchas mis hazañas, y algunas verdaderamente increíbles

Protopito: ─Todas son increíbles, mi señor.

El público ya empezaba a percibir el parecido entre las bravatas del protagonista y las del gobernador, acentuado por Pomponio, que en el papel de militar fanfarrón imitaba los gestos y maneras de Próspero Póstumo, que empezaba la recelar de lo que veía, mientras a Sexto no le llegaba la túnica al cuerpo.

─¿Pero esto qué es? Los persas en Britania, Hércules robando melones, ¿se puede saber en qué taberna maloliente has aprendido historia, más aún, no estarás intentando reírte del arrojo y valor de la legiones romanas?─ preguntó irritado Próspero.

─Ni por asomo, no es más que una licencia poética─ balbuceó como excusa Sexto.

─Más te vale, si no quieres que te licencie yo, pero de esta vida─ amenazó mientras con la mano hacía como que le rebanaba el gaznate.

En otro momento se produjo el siguiente diálogo:

Actimelia: ─¡Ay, cuan lánguida es mi vida!

Protopito: ─Será, señora mía, que su marido la tiene abandonada.

Actimelia: ─ Será será, que se ve que gasta todas sus energías en contar sus sestercios y también en contar cuantas veces levantó su espada, y ahora lo único que levanta a veces es el codo, que de lo demás…

Protopito: ─Pues la lengua la maneja bien, que esta mañana pilló desprevenido a Yogurino, vuestro apuesto vecino, y le contó de corrido toda su campaña en el Cáucaso.

Actimelia: ─Ni caso, que son todas fanfarronadas e invenciones de viejo chocho. Próculo tuvo la suerte de hacerse con la exclusiva del suministro de cebollas de la legión, y todas sus hazañas se resumen en ir tras el ejercito con el carro hasta las trancas de cebollas rojas, que era aparecer él y romper en lloros todo el mundo, y si a algún enemigo hizo huir, sería del pestazo que desprendía su carro, y no digamos su boca, que le huele peor que al porquero de Agamenón. Así hizo su fortuna, que se entendía de maravilla con el intendente general y vendían la misma mercancía varias veces.

─Mira mira, como nuestro gobernador. Próspero ¿A cuánto les vendías las cebollas a los cántabros?─ se oyó un grito anónimo entre el gentío.

─¡Quien osa mancillar mi nombre!─ rugió Próspero, levantándose e increpando a las gradas altas de donde había salido el comentario. Después, dirigiéndose a Sexto, más escamado ya que sirena varada─ esto es cosa tuya, tirando por los suelos el honor imperial.

─Pero señor, no es más que mera ficción, no tiene nada que ver con la realidad.

─¡Te vas a empapar de realidad en las minas de Galaecia donde vas a pasar los próximos cuarenta años, piltrafa!