Gwyneth Paltrow no solo es una famosilla del cine, también una empresaria visionaria. Comercializa productos indispensables para la vida moderna, de los que necesitas dos vidas para poder pagarlos. Aunque su empresa Goop vende cuchillos para el pan a trescientos euros y otras minucias, su fuerte son los artefactos sexuales. El que no se consuela es porque no quiere, porque la actriz vende consoladores por quince mil euros, un lujo al alcance de cualquiera. Los huevos de jade para meterse en el chocho también son marca de la casa, por si no tienes bastante con el consolador. Y si todavía te quedan ganas de marcha te tomas uno de sus batidos de polvo sexual para acabar convertido en polvo de estrellas. Gwyneth reconoce que sus productos son ridículos pero espectaculares, y siempre hay espectaculares gilipollas dispuestos a soltar un pastizal por cualquier ridiculez.
El producto estrella de Goop las pasadas navidades era una vela aromática. A qué coño huelen estas velas se preguntarán. Pues al de ella misma, sin ir más lejos. Por unos módicos 58 euros podían ambientar la cena de nochebuena con un aroma que parece recordar al del chocho de la Paltrow. Qué mejor manera de callar al pelma de tu cuñado y escandalizar a la suegra que esparcir los secretos humores de la rubia entre turrones y polvorones. Pero Jody Thompson, inglesa que ganó una vela en un concurso, vio cómo explotaba ese oscuro objeto del deseo, un fuerte fogonazo y trozos saltando por todas partes. La mujer sobrevivió a la cera perdida pero el susto no se lo quita nadie. Colegimos del episodio que la vagina de Gwyneth es tan ardiente que un simple cirio no puede con ella. Hasta ahora solo temíamos las velas negras de la pitonisa Lola, pero este ya es otro nivel.
Como esta chuminada se convierta en tendencia ya pueden ir tapándose las narices. Imaginen por un momento velas olor a sobaco de Loquillo o que imiten la caspa de Ortega Smith. Y chicas tan creativas como Leticia Sabater seguro que le dan una vuelta de tuerca a la idea y nos dejan sin respiración. El fetichismo no tiene más límite que la imaginación, pero lamer zapatos es menos contaminante, y más barato.