lunes, 5 de noviembre de 2007

Noche toledana



Noche de difuntos, noche de almas en pena, noche en la que Afrodisio rinde culto a los que no hayan la paz. Espíritu atormentado el suyo, que hasta el sol radiante del mediodía le trae ecos de la otra vida, o el tibio susurro de una fuente le parece la cuenta atrás para ingresar en el cementerio, en este día de todos los santos ve su pecho henchirse de la melancolía propia de quien gusta de vivir en el olvido de las calles desiertas, arrastrando su vacío por los duros adoquines, a la querencia de húmedas sombras, las únicas que un hálito le dan.

Toledo, imperial y decadente, provinciana y mágica, es en estos días residencia obligada para Afrodisio y sus amigos. En su negro seno, la noche toledana abriga secretos que a generaciones han hecho bajar la cabeza y apretar el paso, hablar de soslayo cuando no oye nadie y rezar al altísimo para que los proteja.

En la taberna del Sevillano, lindando con un convento abandonado, cerca de Zocodover, la noche del uno de noviembre leyendo están el D. Juan de Zorrilla, obra maldita, de quien retar osó a los cielos, la justicia escarneció y la razón atropelló. Entre humo de gruesos hachones van desgranando los versos, toscos surcos de arado, como salmodia medieval, perpetuando la costumbre habida en la república de las letras de honrar en esta noche a D. Juan, burlador y sacrílego, capaz de condenar su alma por satisfacer sus apetitos.

Van pasando las horas y siguen nuestros amigos con lecturas fantasmagóricas, cada vez mas exaltados. Afrodisio, ahíto de cañabrava y otalidones, ve poblarse las sombras de la noche de extraños seres. Vencido un momento por el sueño, al despertarse se ve a si mismo tumbado dentro de una caja. Intenta levantarse. No puede, no le responde su cuerpo, que está como muerto. A duras penas levanta un poco la cabeza para darse cuenta de que se haya en un ataúd, conducido por siniestros seres que llevan una calabaza por cabeza y vulgares ropas rojas. Van repitiendo hipnóticamente “yo no soy tonto, yo no soy tonto”, calle abajo hacia las afueras.

“Al camposanto, Dios mío, me llevan al camposanto” grita aterrado, pero solo silencio escapa de su boca. Van a enterrarle vivo, y no puede ni mover un músculo para impedirlo. Las calabazas, con boca y ojos hechos a cuchillo, avanzan por los caminos del extrarradio mientras repiten su mantra machacón.

De pronto, se paran ante una enorme nave, rectangular arca preñada de maldad, cuyas duras aristas corta el viento de la noche. Al franquear el pórtico, lee aterrado la leyenda que rige los dominios de uno de los más disolutos dioses primordiales: Media Mark, morada Softwa-Chip, señor de la soberbia y la avaricia.

Ya dentro de ese pozo de inmundicia, Afrodisio daba su vida por perdida sin haber conocido los besos de su amada Marieta. La lúgubre comitiva recorre los pasillos de ese mercadillo de malignos artefactos, expuestos para tentar a los incautos, cuando al fondo se ve el santa santorun, el secreto centro de aquel templo de la impostura, el servicio post venta. Cuatro seres que desprenden el fétido aroma del plástico corrupto, a modo de sumos sacerdotes, esperan el cortejo, ante un arcón frigorífico abierto de última generación, con tecnología no frost (diga adiós al hielo, diga adiós a los malos olores), pantalla LCD incorporada y sandwichera lateral opcional.

La muerte blanca de manos de unas calabazas vestidas de rojo. Quieren sepultarlo en una nevera cual vulgar merluza. El poeta del verso sonoro intenta levantarse del ataúd, intenta gritar, no, no, no!!! Una mano helada recorre su espalda, suda a mares, y de repente… mira de lado y ve a Casto Castro que le habla, que le pellizca el flaco moflete.

Poco a poco empieza a mover su aletargado cuerpo, a reconocer a sus amigos de tertulia que le miran preocupados. Un sueño, solo ha sido un sueño. Desvariaba, efecto del orujo y la noche toledana. Tirita en la silla mientras revive lo soñado. La santa compaña del electro-cascajo ha venido en su busca y ha librado su alma in extremis, pero habrá próxima vez, su dios es inmisericorde, y acabará cayendo en las garras de la bestia tecnológica.

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