Hace poco pasamos como pudimos San Valentín, fiesta ñoña
donde las haya, por lo que es buen momento de hablar de desamor, asunto tan
ampliamente tratado como el amor, si no más. A los artistas de verdad lo que
les inspira es la desgracia ajena, y sobre todo la propia, sea real o fingida.
El ejercicio del desamor suele tomar cuerpo en maldiciones al ingrato, quejas y
llantos de todo tipo. Dejando de lado las que se saltan la legalidad vigente,
el ramillete es muy frondoso. Desde el tango arrastrado al ñoñipop, desde las
rimas de Bécquer a Corín Tellado, hay tela que cortar: se fue, me dejó, será de
otro, mal rayo la parta, vivir así es morir de amor, el frío del último
encuentro, ya no puedo más, como el toro burlado, sin ti no soy nada, así no te
querrán, y así hasta el infinito. Pero siempre hay nuevas variantes en este
pozo sin fondo. En el pasado San Valentín, el zoo de El Paso, en Texas, ofrecía
a quien quisiera bautizar a una de sus muchas cucarachas con el nombre de su
ex. No consta si el aludido-aludida era informado de la suplantación de
personalidad y su bajada de nivel en la escala evolutiva. En el antiguo salvaje
oeste no se andan con chiquitas a la hora de ajustar cuentas, pues las
cucarachas recién bautizadas fueron ofrecidas en sacrificio a los suricatos del
zoo. De hecho, tal ha sido el éxito de la iniciativa que han llovido nombres de
todo el país, teniendo que recurrir a los tamarinos y a los titíes, pues los
pobres suricatos ya estaban empachados.
Confiemos que con esta nueva estrategia la peña consiga
vencer la pena, la frustración y demás, pero que se vayan dando prisa antes de
que los animalistas descubran semejante masacre, que las cucarachas podrán
sobrevivir a una guerra nuclear, pero difícilmente a tanto desamor como hay por
ahí.