Contra todo pronóstico, el 15M la gente abandonó los centros comerciales y abarrotó las plazas. Para sorpresa de los analistas políticos, se vaciaron bares y calles para reunirse en el corazón de las ciudades. Los tertulianos veían y no creían que las familias dejaran sus hogares por el ágora. Por un día, enmudecieron Belén Esteban y Rafa Nadal ante el vasto rumor que recorría las arterias de las ciudades. Miles de personas dejaron de ser consumidores ninguneados, contribuyentes esquilmados, trabajadores exprimidos, votantes burlados o autónomos laminados. Dejaron de ser carne de cañón y pasaron a poner toda la carne en el asador. Porque las plazas se llenaron de ciudadanos indignados, que brazos en alto, se armaron contra la clase dirigente que nos quiere digerir sin apenas masticar. Porque ya no se conforman con robarnos la bolsa, ahora también quieren nuestras almas.
Una nueva guerrilla urbana, con la razón como única arma, clamaba contra el capitalismo salvaje, contra los banqueros dinamiteros, contra los irresponsables corporativos, contra los medios de comunicación apesebrados, contra las multinacionales trileras, y sobre todo, contra la castrada clase política, que se dicen servidores del pueblo y solo son secuaces de los tenedores de deuda y los tiburones financieros.
Y gritaban que no son tontos, que saben lo que quieren, lo que siempre ha querido la gente de bien: justicia y un lugar bajo el sol. Que en la unidad reside nuestra fuerza, porque somos más, y además, nos sobran las razones. Que el futuro se conquista a golpes de corazón, y que nunca heredarán la tierra los que la están llenando de fango.
Gritaban que hay que ir a por ellos, sin darles tregua ni cuartelillo, segarles la hierba bajo sus pies mientras sienten el aliento de los indignados en su nuca. Que sepan que no les va a salir gratis la carnicería que están haciendo.
Ahora que el impulso inicial empieza a amainar, es el momento de recordar el gran avance metodológico que se ha logrado: la revolución pacífica. El estado es el único que ha utilizado la fuerza, para deslegitimarse un poco más. Y ésta sí que es un arma cargada de futuro. Porque cualquier día, confirmando los pronósticos, las plazas se volverán a llenar hasta rebosar. Un domingo corriente, como el que viene, quizás la marea humana pase por encima de nuestros sordos dirigentes. A poco tardar, todo lo que se está sembrando brotará preñado de esperanza.