domingo, 23 de septiembre de 2007

Ana Obregón


Hablemos claro: Ana Obregón es un personaje necesario, un bien cultural a proteger. Hace poco declaró que un amiguito de su hijo, de Miami, lo único que conocía de España era el chorizo y Ana y los siete. Aunque no especifica si el chorizo era de Salamanca o de Pamplona, ni entre las dos ciudades juntas han hecho tanto por difundir la cultura patria como la inefable bióloga de nuestras entretelas. No vamos a mirar ahora que la serie tuviera menos fuste que Cañita Brava en un día tonto, o que al final hubiera clamor popular para que mataran a la protagonista, lo importante es ser capaces de exportar productos audiovisuales al mismo corazón del imperio, algo que solo la Obregón y cuatro más pueden hacer.

Cuantas españolas pueden presumir de lucir palmito en series míticas como El equipo A, tontear con príncipes como Alberto de Mónaco, liarse con aristócratas decadentes del pelo de Lequio o acabar con un polaco cañón para envidia de tirios y troyanos, sin menospreciar el producto nacional y racial, como Miki Molina. Todas quisiéramos ser ella; estar siempre de compras en descapotable, vestir como una adolescente en celo, ser el norte de todas las pijas, desmentir constantemente romances, posar en bañador en loor de multitudes.

Qué gris sería nuestra vida si no viniera Ana con sus tonterías a salvarnos del tedio. Necesitamos de su vida superficial para llenar la nuestra, sus melonadas sacian nuestras ansias de trascendencia. Ella es el signo de nuestros tiempos, un cascarón vacío, una sonrisa de plástico, de un lado para otro cual gallina clueca prefabricada. Por todo ello el hacerla bien cultural sería el paso más lógico. Que haga una gira por las sedes del instituto Cervantes de todo el orbe hablando de cómo retrasmitir las campanadas de fin de año. Que imparta cursos en Harvard de merchadising para pepis, cursillos de sexología del automóvil en la Expo de Zaragoza. Su campo es ilimitado, sin contar con lo bien que da en inauguraciones y demás, y más ahora que va del brazo del Darek.

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