lunes, 18 de febrero de 2008

Loquillo, o el rocker de salón



El afán de figurar es lo que lleva a muchos al negocio de la música, y si no hay tienen a Loquillo, ejerciendo desde hace décadas de portavoz de los rockers ibéricos, y todavía en la pomada contra viento y marea, gran mérito para alguien que aparte de percha y chulería, poco más tiene que rascar.

Pero, ¿qué es ser rocker? Suponemos que ser aficionado al rock and roll, música vitalista, juvenil y rebelde, que sirve para canalizar inquietudes, frustraciones y anhelos, y hacer más llevadera la vida gris de muchos. Pero hay vivos que hacen de esto su forma de vida, pontifican sobre lo que es más auténtico, quien va de legal, y montan una mitología a base de hombres sin suerte, tipos que venden su alma al R&R, trajes de lamé, revoluciones de mesa camilla y demás zarandajas, viviendo del cuento tan ricamente. Aquí nuestro hombre se mueve como pez en el agua, impartiendo cátedra entre los que hacen que una música cargada de futuro sea coto de cuatro viejos llorones.

Empezó como chico de la calle que vive su canción. Como el baloncesto no llenaba su ego lo suficiente, se pasó a la magra escena rocker de la Barcelona de los primeros ochenta, donde dio con Sabino Méndez, que le surtió de temas durante siete discos y le encaramó en el firmamento de la fama desde Rock and roll star hasta Morir en primavera. Forjó su leyenda de duro y deslenguado como corresponde a toda estrella que se precie, bocazas y arbitrario, actitud lo llama él, y siempre muy autentico. Pero bajo el cuero negro se veían la bata y las polainas del pequeño burgués que siempre ha sido, de hijo de un obrero al que nunca le faltó dinero en el bolsillo. De una generación que se encontró con la transición hecha y sin revoluciones pendientes, pero que utiliza el mesianismo político para engordar su cuenta corriente.

El Loquillo de sus comienzos tenía una voz bronca en directo apenas audible, era un pésimo letrista y nunca ha compuesto ni media melodía. Eso sí, en el escenario da muy bien su metro noventa, y de ello y saberse juntar con la gente adecuada ha vivido hasta la fecha. Pero ahí quedan No surf, María, Pégate a mí, Siempre libre, La mataré (el valiente ya no la canta en directo, el políticamente incorrecto), y tantas otras, de lo mejor de la época.

Pero llegaron los noventa, se fue Sabino, y el loco empezó su travesía del desierto, huérfano de buenas canciones y apuntándose a un bombardeo con tal de seguir a flote: le canta a la aurora de Nueva York, que siempre ha sido algo poeta, escribe dos novelas, afortunadamente ya saldadas, se luce como actor y enreda todo lo posible para que se siga hablando de él. Va de culto, que se vea que los rockers también leen, como si con Gil de Biedma bajo el brazo aumentara su rocanrol actitud. Intenta eso tan difícil, sino imposible, del rock adulto, que esto es una música rebelde y juvenil y lo demás son milongas, y sus canciones se empiezan a poblar de perdedores, hombres llorando su pasado, profesiones de fe y demás imaginería con la que mal que bien sigue vendiendo discos y dando bolos, aunque las nuevas generaciones se le ríen a la cara.

Si algo sabe hacer bien es resistir, hasta que dio con Igor Pascual, savia nueva que le proporciona buenos temas con los que reverdecer viejos laureles. Además, con los años ha llegado a ser un letrista medio decente, y ese vozarrón lo ha metido en vereda. Sigue con esos himnos de reafirmación roquera adoctrinando a la peña, no se vayan a descarriar, pero saca un par de discos bastante buenos, y crítica y público dejan de percibirle como un patético cascarrabias. Aprovecha para volver a vender el mismo pescado por enésima vez con recopilatorios, antologías, homenajes, directos y demás, que ir de auténtico no está reñido con hacer caja.

Y ahora sin los Trogloditas se enfrenta a un nuevo disco, a ver que sale, cercano a la cincuentena y con una carrera llena de altibajos. En su haber está el llegar hasta hoy sin oler demasiado a vieja gloria, no como otros compañeros de generación que se arrastran patéticamente por ahí grabando con orquestas sinfónicas. Siempre consigue salir a flote, así que tendremos Loquillo para rato, y hasta seguro que todavía nos regala alguna que otra buena canción, por lo que seremos indulgentes con sus melonadas. Mientras, en esas noches frías, cuando los náufragos de la vida se aferran a la barra del único bar abierto, se oyen las notas de Rock suave y los corazones se llenan de rabia y de coraje, que no es otra cosa el R&R.

8 comentarios:

Srta. Effie dijo...

Dos veces he visto a Loquillo en directo y dos veces acabó jostiándose con el público.
Tenía carácter la criatura.

Chafardero dijo...

Si si, mala baba le sobraba. Yo también estuve en algún concierto en el que llovía de todo, y no precisamente agua

Anónimo dijo...

pues cada vez que he visto a loquillo (varias) ha sido todo un caballero, elegante y con actitud...Gran disco Balmoral

Chafardero dijo...

Ya me gustaría saber qué es eso de la actitud... y muy bueno el disco de Balmoral

Anónimo dijo...

PUES PARA SABER QUE ES ESO DE "LA ACTITUD" TENDRA QUE PERSONARSE EN EL ALGUN CONCIERTO. LE ASEGURO QUE NO LE QUEDARA DUDA ALGUNA, CABALLERETE.

Chafardero dijo...

En el caso de Loquillo, creo que su "actitud" se traduce en chulería y arrogancia, caballero

Anónimo dijo...

Es la imagen... seguro que es su máxima... es una estrella, no cabe duda. Aún recuerdo cuando trabajaba en conciertos con el peto naranja y casi me arroya al pasar a mi lado en el parque Tierno Galván... sin embargo Carlos Segarra me invitaba a copas... jajajaja... distintas "actitudes" o distintas "imágenes", pero una cosa está clara. ¡Qué grande es el Loco, coño! (y Carlos también) y menuda banda que lleva en directo, madré mía creo que nunca me cansaré de verle.

Chafardero dijo...

Si dejamos de lado la imagen, coincido contigo de que es grande, y no solo en centímetros, y ha sabido mantenerse en la brecha todos estos años. Y por darte envidia te diré que dentro de poco iré a verle.