lunes, 8 de julio de 2019

Felichismo (IV)

braguitas

Pero no bien hube puesto los pies en el último descansillo, allí me di de bruces con la otra Montse, la madre de Fran, con un abrigo negro largo, una camiseta de escote pronunciado, y un collar de perlas, que aunque falsas deslumbraban lo suyo.
-Tú eres uno de los amigos de mi hijo, ¿verdad?- preguntó secamente.
-Sí, sí señora, hemos estado haciendo los deberes juntos- dije a modo de escusa, pues ya veía que algo malo estaba por llegar, que su ceño acusador y la mandíbula apretada se cernían sobre mí.
-No me hace falta que me digas lo que hacéis, que  de sobra lo sé. Cerdo, que eres un cerdo- me soltó a la cara mientras que un sopapo estallaba en mi mejilla, dejándome paralizado- seguro que tú eres el que me roba las bragas. ¡Venga, confiesa, guarro!
-Yo no he sido, señora, se lo juro, yo no…-intenté defenderme
-Y quien ha sido sino vosotros. En casa no entra nadie más, y el medio bobo de mi hijo no se entera de nada. ¡Venga, dime quien ha sido!- y me agarró de la pechera y empezó a zarandearme.
-No sé, yo no sé nada-balbucí. Dentro de mí, el instinto de supervivencia me decía que confesara para salvar el pellejo. Pero chivarse era el mayor pecado que podía cometerse entre amigos. A pesar de lo julay que era el Marcos y lo merecido que tendría que esta loca le diera una buena tunda. Si la gente se enteraba que me había ido de la lengua, sería un muerto en vida, un leproso al que nunca más se acercaría nadie. Así que tragué saliva y seguí negando.
-Si no me lo dices es porque tú eres el ladrón. Pero te voy a quitar las ganas de volver a robar sujetadores, mocoso de mierda. ¿Te gustan los sujetadores, guarro? pues yo te voy a dar sujetador y medio. Te vas a acordar de ésta, por la madre que te parió- y mientras hablaba tiró un poco de su camiseta hacia abajo, quedando a la vista un sujetador negro, contenedor de unas domingas que yo no había pensado que existieran, tan grandes eran. Estaba aterrado, paralizado por la ira de esa mujer, fatal de verdad. Se echó sobre mí, me agarró la cabeza con las dos manos y me la metió entre sus tetas, incrustando mi mentón en su canalillo. Flanqueada mi pobre cabecita por esas dos moles que tenía por tetas, cerró los brazos sobre mí y apretó las tetas hacia dentro, dejándome comprimido y asfixiado entre ellas. Otro de más presencia de ánimo hubiera pataleado, arañado, lanzado manotazos. Yo quedé anonadado. Tantas noches soñando con las tetitas saltarinas de mi Montse, tantas pajas con las tetonas de Lib, tantas cuentas sobre quien las tenía más grandes en clase, tanto hablar de tetas para que la primera vez que cato unas sea para que me hagan una llave de judo con ellas. A pesar de ello, pensaba en la cara de envidia de Marcos y de la peña de los billares cuando se lo contara, que las de esta loca eran las más cotizadas del pueblo. Pero pronto me olvidé de estas cosas, al ver que la ofendida Montse no soltaba su presa, si no que apretaba más si cabe mi cabeza entre sus tetonas, y ya empezaba a faltarme el aire. Gemí, intenté soltarme, pero la bruja me tenía bien agarrado.
-Toma tetas, toma sujetadores, toma guarro, a ver si aprendes- decía en voz baja pero llena de ira, y apretaba y apretaba, y yo creía que eran horas lo que llevaba en aquella oscura  prisión de la carne, sin aire y sin saber si acabaría mi condena. Emparedado entre sus ubres encontrarían mi cadáver. Montse no querría saber de mí nunca más. Además de mis padres, ¿alguien más lloraría en mi entierro? ¿Quien se quedaría con mis novelas de Salgari y Wels, a quien darían mis botas de monte, casi sin estrenar? ¿A quién pondrían en mi lugar en el equipo de fútbol? Porque estaba ya a un paso de la muerte, por un crimen que no había cometido. Así mueren los buenos en las pelis de vaqueros.

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