lunes, 15 de julio de 2019

Fetichismo (y V)

braguitas

Todo era cada vez más negro. Parte del estampado del sujetador se me estaba marcando a fuego en la cara, las falsas  perlas se me clavaban por todos los sitios, un acre olor a pachuli me llenaba el paladar, unido al sudor reseco de la arpía, mis babas y mocos. Pero yo sólo quería un poco de aire, un poco nada más, antes de morir.
Cuando ya estaba más para allá que para acá, el basilisco aflojó su abrazo y tirándome de los pelos me sacó de su seno tenebroso. Pasé del negro funeral al rojo sangre en dos segundos, pues me cruzó la cara con dos tortazos que me hicieron sangrar a chorro por la nariz.
-Así aprenderás a no andar robando, niñato malcriado. Y da gracias que no te llevo donde tu madre a que te dé otro repaso. Largo, largo de aquí, y que no te vuelva a ver más- me dijo mientras me enfilaba escaleras abajo y me daba un pescozón de despedida.
Más muerto que vivo y con el corazón desbocado baje las escaleras en dos saltos, y en otros dos salí de allí sin mirar atrás. La calle acababa en un descampado falto de farolas,  lleno de basuras, neumáticos reventados, chatarra y escombros. Era una de esas zonas sin urbanizar, tierra de nadie, donde los chavales íbamos a jugar, los adultos a deshacerse de trastos viejos y otros tantos a asuntos varios. Hacia allí me dirigí, sentándome en lo que lo debió ser la carcasa roñosa de una nevera. Tenía la cara llena de sangre, mocos y babas, y toda colorada por los sofocos pasados. Al darme cuenta de lo cerca que había estado de la muerte entre las tetas de la loca, rompí a llorar de nuevo, y al ver que me había meado, la maldije con toda mi alma.
Entre hipo e hipo, mientras me sorbía los mocos y me limpiaba un poco con la manga del jersey, oí unos cuchicheos que venían de la zona más oscura de la explanada, tras un montículo de cascotes adornado con bolsas de plástico enredadas como fantasmas hechos jirones. Poco después vi salir de la parte de atrás una pareja. Él era uno de los gallos de los billares, el Pana, un tipo de veinte por lo menos que ya estaba de vuelta de todo, con vaqueros prietos y chupa de cuero, que se había librado de la mili por yonki y abría coches más rápido que yo los  botes de colacao. Venía con un pito en una mano, y la otra en el escote de la camisa, todavía a medio cerrar, de una morena que no tarde en reconocer. Era mi Montse, dejándose magrear  por el macarra de turno. Al verme de lejos, primero se pararon sorprendidos, pero al reconocerme, se acercaron confiados. Al percatarse de mis pintas, los ojos rojos y la cara toda sucia, Montse ensayó una sonrisa de disgusto y asco hacia mí:
-Pero donde te has metido tío, ¿has estado buscando escarabajos para tu cole?- río mientras se pegaba más a su pareja.
-Pues ha pillado con uno muy grande, porque el menda se ha meado encima-  machacó el otro con el cigarro entre los labios y gesto de sorna. Al verme Montse el pantalón todo meado, dibujó una mueca de asco que me atravesó de lado a lado, mirándome no como a un bicho raro, como hasta entonces, sino como a un simple y puro bicho. Eso era yo para la chica que amaba. Un escarabajo feo y sucio, al que le hacía el favor de no pisarle cuando pasaba cerca. Después de haber sido el pelele de una loca, era el escarabajo pelotero de una niñata que jugaba a ser adulta. Sin pensar  agarré lo primero que pillé a mano, un trozo de cemento, y se lo tiré con todas mis fuerzas.
-Vete y déjame en paz, tía de mierda- grité histérico y eché a correr antes de que el Pana se me echara encima. Montse logró esquivar la pedrada, y se quedó llamándome subnormal y alguna cosa más.
 Yo seguí corriendo sin parar, sin mirar atrás. Mientras corría sentí que algo nuevo y amargo caía sobre mis espaldas. Ese dolor recién llegado, que hundía mis hombros y secaba mis entrañas,  luego supe que era humillación. Algo se rompió dentro de mí cuando huía de aquel descampado. La primera grieta, a la que seguirían otras, se dibujó para siempre en el fondo de mí. Por esas grietas iría perdiendo mis ilusiones y mi vida poco a poco, y la única manera de frenar esa sangría era la huida. Y así sigo a día de hoy, huyendo y huyendo sin parar.

2 comentarios:

Doctor Krapp dijo...

No es si es una crónica sentimental particular o una página de realismo sucio en plan adolescente. Tiene esa cutrez mítica del pasado revivido que pretende justificarse en el presente, lo cierto es que está muy bien hecha.
Felicidades

Chafardero dijo...

Muchas gracias, Doctor. La historia tiene algún destello autobiográfico unida a esa cutrez mítica que tan bien apuntas.