lunes, 17 de junio de 2019

Fetichismo (I)

fetichismo

Allí estaba yo, a punto de morir sin cumplir los trece. Hacía mucho que no llegaba aire  a mis pulmones. Mi nariz y mi boca permanecían  selladas, mi cabeza empotrada contra un muro duro e inamovible, tibio y férreo a la vez, de misterioso olor, que turgente se abalanzaba sobre mí negándome la luz, el aire, la vida. Nada podía contra la seca y salada pared que me asfixiaba sin remisión. Las fuerzas empezaban a abandonarme, dejaba de luchar y aceptaba mi triste fin. Y lo que más rabia me daba no era todo lo que dejaba y  que sería para otro: el álbum de cromos de la liga al que sólo le faltaba Iribar, los tebeos del Capitán Trueno, la colección de mariposas y escarabajos disecados o los luchacos. Tampoco me dolía  todo lo que me quedaba por vivir,  mi futura y prometedora carrera de astronauta o la vuelta al mundo en sidecar. Lo que en verdad me hacía rabiar en esos momentos finales de mi corta vida es la cara que se le quedaría a Montse, la chica tras la que andaba, cuando se enterara de las patéticas  circunstancias de mi muerte. Si alguna posibilidad me quedaba con ella, después de esto era mejor que me fuera olvidando. Morir a manos de una mujer, morir despreciado por la mujer de tu vida, morir sin haber conocido mujer, morir donde otros viven, esa era mi suerte. Y todo por las malas compañías.
Era en aquella época tan apreciada por los historiadores que luego se llamó la transición. Ya se acordarán ustedes: apertura, democracia, color gris cemento, cargas policiales, destape, elecciones, camisas de cuellos imposibles, pelotas de goma rebotando una y mil veces, autonomías, revistas guarras, puedo prometer y prometo, el cipote de Archidona, cantautores cantándole a la luna, disuélvanse o los disolvemos, rock enrollado, pelis de Pajares, parkas,  patillas y hasta Cristo Rey. Era una época convulsa, en la que el viejo mundo se hundía mientras otro pujaba por surgir,  y que a un pre adolescente como yo le traía perfectamente sin cuidado. Nada más hermoso que vivir de espaldas a la historia, preocupado sólo por mi pequeño mundo, lleno de fantasías viejas y anhelos nuevos. De un día para otro había descubierto que las chicas tenían un poder desconocido sobre mí. Las que hasta hace poco eran esos seres charlatanes y picajosos que con un poco de suerte sólo valían para jugar al escondite inglés, de pronto se convirtieron en misteriosos seres de miradas penetrantes, pechos juguetones y unas caderas que guardaban algo, no sabía bien qué, pero allí había algo hacía lo que mi sangre toda, puesta en pie, clamaba.
Era un deseo sin objeto claro, oscura querencia, incomprensible atracción que no sabía cómo encauzar. Las autoridades y los mayores estaban muy ocupados en diseñar el modelo constitucional, la democracia participativa y demás zarandajas, por lo que tenían bastante olvidada la educación sexual de sus futuros ciudadanos, obligados a buscarse la vida en tan importante materia. Por eso me junté con Marcos, un repetidor que de manera autodidacta había iniciado su formación. Con desorden y sin concierto, pero a conciencia, que las otras asignaturas se la sudaban, me fue poniendo al día de anatomía femenina, mecánica sexual, técnicas de aproximación, a jugar con ventaja y a meter mano sin compasión, ayudado por un variopinto material didáctico que iba desde revistas porno a casos sobre el terreno. Su fama de descarado y de sobrado le aseguraba cierto éxito con las chicas, y yo me pegué a él como un lacayo, esperando que a su rebufo algo se me quedara. Le ayudaba a robar el Lib o el Interviú en el quiosco de la esquina, que sólo me dejaba ojear por encima. Tenía controlada las casas de las tías buenas, a donde íbamos a ver sus bragas colgadas en el tendedero. Los fines de semana intentábamos tocarles las tetas a las incautas que se atrevían a ir al cine con nosotros, y cuando no había chicas nos la cascábamos con alguna peli italiana de culos y tetas. Yo sólo lo intentaba, pero Marcos tenía el cuajo suficiente para darle un buen repaso a cualquier tía que se pusiera a tiro, o más bien a mano.

6 comentarios:

U-topia dijo...

Vaya con el niño, con esos planteamientos no va a ligar nada (ni en la Transición) si es que sale del entuerto en el que se ha metido.

Rick dijo...

Muy bien conseguido el ambiente de la época. Y que no se queje el protagonista, porque ya tenía el Lib y el Interviu; los que somos de cuatro o cinco años antes vivimos la adolescencia bajo el imperio de Paco, y como mucho olisqueábamos muy de vez en cuando alguna revista guarra de los paises nórdicos que traían los comptriotas viajeros (y mayores). Para casi todo lo demás, pura imaginación.

Chafardero dijo...

@ U-Topia:
es el sino de los adolescentes, quedarse a dos velas.

Chafardero dijo...

@ Rick:
Desde luego, hoy que ese material está a un clic de distancia, y antaño era misión imposible muchas veces

Doctor Krapp dijo...

Te has pasado a la autobiografía usando un buen registro. Me has hecho recordar aquella película de mi propia adolescencia primera "Verano del 42". No te preocupes todos los males de la adolescencia son mensurables y pasajeros como seguro habrás ido comprobando desde entonces.

Chafardero dijo...

@ doctor Krapp:
Aunque solo en parte, sí que hay retazos de mi adolescencia en el relato, lejano lugar ya.