lunes, 12 de marzo de 2012

De cómo don Quijote rompió una lanza con el caballero del Flequillo Flojo (II)



Visto que ninguno iba a cejar en la defensa de su dama, y que don Quijote no se sentía inclinado a entrar en los misterios de Lolo, se convino aderezar el campo de batalla en un secarral cercano. Marco Parco ciñó como buenamente pudo la traqueteante armadura de su señor, montado en Rampante,  percherón al que habían enajenado de la vieja noria para batallar contra todo caballero peregrino.

-No se lleve a engaño mi señor por lo enjuto de su contrincante, que dicen en los mentideros que el Quijote este posee un bálsamo que le da una fuerza sobrehumana -advirtió Marco Parco a Tirso Terco mientras intentaba ajustarle la celada que le giraba tonta sobre el colodrillo.

-Bien me se yo las malas artes que gasta, pero yo pongo mi fortuna en el hermano viento, que soplando a mi favor no hay caballero ni caballo que se me resista.

-Vea su merced que el fulano del flequillo tonto tiene más miga de la que parece, pues he oído decir que cuando lucha, las aspas de su molino giran como llevadas por el mismo demonio, dándole una fuerza que contradice su poca chicha -informó Sancho a su señor, a la vez que le ajustaba peto y espaldar.

-No temas, Sancho amigo, que si salí con bien del lance con aquellos gigantes, mejor acabaré con este lacayo suyo.

Como la mañana era calurosa a pesar de la estación, se convino que el lance concluyera cuando uno de los dos caballeros resultara descabalgado, aceptando el derrotado las condiciones impuestas por el vencedor; a saber, por parte de don Quijote que fuera el del Flequillo Flojo al Toboso a rendir pleitesía a Dulcinea. Por parte de don Tirso, que su oponente ingresara en la logia de Eolo y contribuyera a expandir los misterios volanderos.

Según cuentan, ni Rocinante ni Rampante tenían el día batallador, uno porque ya había barrido la Mancha varias veces, el otro porque añoraba la dulce monotonía de los cangilones de la noria en vez de andar todo el día de la ceca a la meca. Si sus amos vivían todavía en los tiempos heroicos en los que todo se solucionaba a base de mandobles, sus cabalgaduras estaban en pleno proceso de aburguesamiento y ciertamente ahítas de cargar con los inquietos traseros de sus señores. Por tanto, al ver como se aprestaban a batirse el cobre a la hora en el que el sol del páramo no conocía la clemencia, con tres relinchos y un par de cabezazos acordaron amañar la justa.
Al grito de ¡mi lanza por mi dama! entre batir de cascos y nubes de polvo se lanzó don Quijote a la carga, el brazo armado buscando al del Flequillo Flojo y el corazón inflamado en devoción por Dulcinea. Tirso Terco, clavando espuelas, a oscuras y encelado pues la visera no le dejaba ver cosa, las aspas girando locas, arremetió con toda la fe que da el nacer bajo el influjo de una tormenta de arena una tarde de julio. Las lanzas en todo lo alto fueron bajando para apuntar al enemigo, las monturas lanzadas al galope  trituraban  los oscuros matojos, los escuderos con el alma en vilo contemplaban este hecho de armas llamado a figurar con letras de oro en los libros de caballería.

Cuando parecía que el encontronazo era inminente,  que las afiladas picas mellarían el duro hierro del oponente esperando echarle por tierra, se vio algo que ni Tirante ni el mismo Amadís hubieran imaginado. Rocinante y Rampante frenaron en seco su carrera cuando apenas quedaban unos pasos para cruzarse, de tal manera que sus señores salieron disparados de sus monturas, cayendo al alimón el uno encima del otro en loco amasijo de miembros, armas y armaduras. Los caballos, una vez despachado el asunto, se fueron en busca de algún brote tierno que echarse al belfo. Sancho y Marco acudieron en auxilio de sus señores, que con el norte algo perdido y salpimentados de polvo, intentaban desenredar la madeja en que se habían convertido.

Una vez que hubieron recuperado por completo la consciencia y la compostura se aprestaron a buscar razones convincentes para el comportamiento de sus monturas.

-En lo que a mí se me alcanza, no hay mejor explicación que un mal aire de los muchos de los que por aquí se encuentran ha enfriado las meninges de esas pobres bestias -dijo don Quijote, con la frente descalabrada y los huesos molidos.

-No diga cosas vanas, que Rampante lleva toda su vida en el páramo sin pasarle cosa tal. Ya será una treta de esos magos malandrines con los que tanto platica - respondióle el del Flequillo Flojo, que en el percance había perdido dos aspas del molino y un diente y ganado unos cuantos chichones y moretones.

- Yo más me inclino a que lo de estos es pura pereza -añadió Sancho, que miraba como pastaban tranquilamente a la sombra de una encina.

-Ya le dije a mi señor que no era al caso hacerse con los servicios de una caballería que solo sabe andar en redondo, y a la primera que ha tenido que ir por derecho, por necedad o por despecho, ha tirado con todo.

Estando en esto, cayó en la cuenta don Quijote que en ningún anal ni manual  de caballería había leído arbitrio alguno para resolver este lance, en el que los dos contendientes habían mordido, y aún comido, el polvo. Según don Tirso, por la zona Capadocia y Trebisonda, donde se desayunan día si y día no con hazañas caballerescas, se vio alguna justa parecida, y los implicados actuaron como si hubieran sido derrotados ambos dos; así que lo mismo convenía hacer.

-Vaya pues a la reja donde acostumbra mi dueña y señora a coser y bordar, y nárrele por menudo como su caballero ha puesto su persona en peligro solo porque su nombre resonara en los cuatro confines -pidióle el caballero del Flequillo Flojo a su par.

-Pero vea  a qué hora se acerca su señor a la reja -dijo Marco Parco a su colega -que la señora Brisilda, entre puntada y puntada, acostumbra a folgar con algún doncel de los alrededores, porque mi señor muchas razones y donosuras, pero de trato carnal la tiene ayuna.

-Pues preséntese en casa de mi señora Dulcinea y hágale saber que su caballero sigue fatigando selvas y removiendo fronteras solo  por loor a ella, la que engalana su pecho.

-Pues vea de llevar a su caballero a horas prudentes, no se vaya a encontrar a su dama entretenida en cuidar gorrinos o pasear el cántaro de casa al pilón -recomendó Sancho a su vez.

Y cuentan las crónicas que en éstas quedaron las justas entre estos dos arrojados caballeros. Don Quijote fue a rendir pleitesía ante Brisilda, que los despidió con un cubo de agua ante tantas alambicadas razones que le refirió. El del Flequillo Flojo, después de haber preguntado por todo el Toboso en balde por Dulcinea, terminó por decirle cuatro lindezas a una tal Aldonza que andabas cuidando pitas y que le pareció de buen ver para su encomienda. Pero eso ya es otra historia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto viene siendo una alegoría: de cómo las clases trabajadoras -en este caso los humildes cuadrúpedos- se rebelan contra el mandato de sus explotadores y se deshacen de ellos sin miramientos.
O así lo he visto yo. De todos modos, seguro que don Miguel se habría sentido orgulloso de un Quijote apócrifo como este.
Queremos más.

Luis Cóngrio dijo...

Jodó. Creí que ya había comentado esta inmarcesible creación literaria.
Pues volveré a decir que los cuadrúpedos de esta historia son infinitamente mejores que los de la realidad actual. Ahora nos gobiernan con muchísimo más desprecio por la dignidad y las libertades.
Hermosa, a la par que educativa, entrada.

Chafardero dijo...

@ paseante
Como de aquella no se había inventado todavía la huelga general había que buscar otros métodos

Chafardero dijo...

@ Luis C
No creo que a Rocinante y a Rampante le haga muchas gracia que los compares con ese otro tipo de animales que citas