lunes, 23 de junio de 2008

Homo habilis



Vamos a llamar su atención sobre un tipo cada vez más frecuente en nuestra sociedad y que hunde sus raíces en la más profunda antigüedad. Hablamos del manitas, del amigo del bricolaje y del hágalo usted mismo.

Reflejo de otras épocas en que todo quisque se hacía sus utensilios, en la edad contemporánea, cuando cualquier cachivache se puede comprar en el centro comercial o bazar chino de la esquina, sobreviven especímenes que se niegan a entrar por el aro del consumismo y eligen la autogestión en mobiliario y utensilios.

El perfil es el de un hombre de mediana edad, casado no hace mucho e hipotecado hasta las cejas. Entre que su mujercita ya no le deja ir con sus amigotes y anda corto de efectivo, una tonta mañana de domingo, mientras se rasca la barriga tumbado en el sofá, piensa en lo bonitas que quedarían al lado del televisor unas baldas con los DVD de El País, todavía sin desprecintar. Pasando del tosco acabado y el estilo mazacote soviético del mueble, este pequeño triunfo le anima a seguir la senda de darle un toque personal a su hogar, a pesar de las precauciones de su mujer, que al final prefiere tenerlo en casa serrando chapacumen pero controlado que tomando cañas vete tú a saber con quién.

Metidos en serrín, hay que hacerse con el utillaje necesario para el trabajo, con lo que se gastara sus buenos euros, que nunca se acaba de tener todos los trastos necesarios para los mil procesos, técnicas y tareas que se pueden presentar en la vida de un chapuzas.

Estos Da Vinci de andar por casa son animales recolectores. Es normal verles en Leroy Merlin, Ikea, ferreterías de barrio o destartaladas carpinterías a la busca de esos listones de puro pino gallego en oferta, tiradores estilo imperio a peso, paneles de aglomerado imitación nogal distraídos de alguna reforma municipal, mimbre apolillado para cestería o telas sobrantes de alguna boda gitana para pantallas de lámparas.

Porque ya se imaginarán que cualquier punto de contacto entre el bricolaje y las básicas nociones de buen gusto es pura coincidencia. Nuestro hombre poco a poco va llenando la casa de obscenidades varias: un perchero hecho con cuatro hierros retorcidos, siniestras paneras que parecen querer engullirte cada vez que metes la mano, mesa camilla eternamente coja copiada de algún catálogo, reposapiés hecho con un tocón carcomido que encima apesta a barniz, flores de trapo de las que dan alergia todo el año, silla rustica que la gente cree que es potro de tortura, y así hasta conseguir un pequeño museo de los horrores por cuatro perras, que no es tal, porque entre el tiempo gastado y las herramientas, te lo compras cuatro veces más barato y el doble de bonito.

Lo más peligroso es tenerlos como amigos, pues no paran de compartir contigo su desbordante creatividad, y así en fechas señaladas te tienes que tragar un regalo perpetrado con sus manitas, cual un paragüero hecho con una lata de aceite o un pisapapeles con el escudo del Getafe, que irremediablemente acabarán en el fondo del trastero, y cuando esté en tu casa y pregunte por ellos, le diremos que se los ha llevado la tía de Alcalá, que desde que los vio se quedó prendada de su línea y funcionalidad.

Eso sí, en un hipotético holocausto nuclear, si sobrevives bien vendría tener a mano uno de estos McGiver para que hagan una fogata con un mondadientes y una piedra de mechero o un refugio a base de bolsas de la basura. Mientras tanto, del bricoarte líbranos señor.

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