miércoles, 9 de abril de 2008

Ver para creer



Muchos son los signos que a lo largo de los tiempos han dado fe de la existencia de Dios: el testimonio de profetas y apóstoles o el sacrificio de mártires y beatos. Recordemos la labor de los padres de la iglesia, la Summa Theologiae de Santo Tomas, las cruzadas y bulas. Más tarde, hemos sentido en la nuca el aliento divino gracias al proselitismo de Escribá de Balaguer, el amor a la juventud de Marcial Marciel o la catequesis planetaria de Juan Pablo II, aún desde el más allá. Pero todo esto queda en nada ante el prodigio del que acabamos de ser testigos. Nuestro señor, que quiso ser el último entre los mortales naciendo en una cuadra y muriendo entre ladrones, no iba a aparecerse entre sedas y oropeles no, sino en el más humilde de los objetos: un calcetín sudado.

Si antaño se aparecía a los simples de corazón, hoy lo hace a jugadores del fútbol: uno de ellos, después de un partido bajo la lluvia, comprobó al sacarse las botas que la mismísima estampa de nuestro señor Jesucristo en toda su gloria había quedado impresa en la planta de su calcetín. En vez de prorrumpir en cánticos de alabanza o crear una orden monástica que salvaguardara la reliquia por los siglos de los siglos, cual mercader del templo, corrió a subastarlo en Ebay. Prueba de que los tiempos están llegando a su fin es que la puja no superó los quince euros.

Desde aquí emplazamos a las autoridades eclesiásticas competentes para que tomen cartas en el asunto y pongan a buen recaudo la sagrada reliquia en el único sitio que le corresponde, la catedral de Turín, para que los fieles puedan adorar al alimón el Santo Sudario y el Santo Calcetín Sudado.

2 comentarios:

Srta. Effie dijo...

Bah!

Mucho más adecuado es el museo de Onda para esos menesteres.

Chafardero dijo...

Ya podrá el museo con la avalancha de peregrinos que una maravilla como esta genera?