lunes, 30 de enero de 2023

De cómo Tirso asistió a su propio entierro a pesar de no ser llegada su hora (I)


 

Salamanca la vieja, ¿quién te mantiene? Las fachadas repujadas con primor quizás, los severos muros reflejados en el padre Tormes, la luz no usada que hiere los aleros, las callejas empedradas de chanzas y chacotas, los traidores encontronazos con sombras embozadas, el hambre atrasada que se pega a las suelas de los zapatos, los escolásticos púlpitos donde sabias manos dibujan el infinito, la febril algarabía de la estudiantina, las ansias sin tasa o el dulce frenesí de unos ojos negros. Quién te mantiene, Salamanca la vieja, sino los jóvenes que van y vienen, y dejan, en el fondo de tus calles, palabras de miel y hiel, palabras.

Hacia aquella bulliciosa ciudad llena de sabios y de listillos se llegó Tirso. Su familia no puso ni un clavel para su formación, y aunque el mecenazgo de Don Rodrigo era arbitrio tal que hasta el Consejo de Castilla le diera sus parabienes, la aportación pecuniaria tiraba a escasa, por lo que el estudiante solo pudo procurarse un hospedaje de mala muerte y peor comida en el pupilaje de Don Gayferos. El dómine regentaba una casona en los alrededores de la plaza de San Martín, cuya fachada guardaba la verticalidad de puro milagro, el tejado a dos aguas hacía aguas por los cuatro costados, y los suelos eran más inciertos que los de un galeón a punto de hundirse.

Entrar en el pupilaje de Don Gayferos era codearse con la flor y nata de la peor sociedad salmantina. Bajo su capa cobijaba una nutrida corte de supuestos estudiantes, maestros en artes de libertinaje. Truhanes, tahúres, haraganes, fulleros, trileros, rufianes y algún que otro desprevenido escolar frecuentaban las estancias donde cualquier iniquidad era posible. El cándido Tirso, imbuido de los altos ideales de la caballería, se dio de hoz y coz con buscones de toda condición, arribistas con mucha escuela, licenciados en follones y catedráticos en cates. Al frente de aquella escolanía del trinque y de la tranca se situaba Don Gayferos, que, además de su querencia por los muchachos en flor, tenía arte y parte en todos los tejemanejes que bajo su techo se hacían.

Medio padre nuestro necesitó el dómine para percatarse de la bisoñez de su nuevo pupilo, y dos credos más tarde ya había puesto al cabo de la calle a Carancha y Caracandil, dos jaques que frecuentaban la institución y que entendían de haciendas ajenas tanto como de las propias. Al punto acordaron entre los tres aligerar las alforjas de Tirso. Para ello creyeron que lo más fácil sería acercarse cuando durmiera y arramplar con todo. Pero Tirso tenía a bien dormir de lado, con un ojo cerrado y otro abierto en dirección a sus ropas y al hatillo donde guardaba sus escasas pertenencias, mientras la bolsa con sus cuartos la llevaba atada a la cintura. Viendo el celo del estudiante, un día que intentaba pescar los dos garbanzos viudos que flotaban en el agua sucia que allí llamaban sopa, acercose Carancha de esta guisa:

─ Ha tenido buen ojo el caballerito en tomar este pupilaje, que la posada de Don Gayferos es de las pocas de la ciudad donde los estudiantes crían lorzas.

─Yo elegila por ser la que más se acomoda a mi bolsa. ─respondió precavido Tirso, al que el mirar extraviado y la barba de lija de Carancha intimidaban un tanto.

─Si me permite entrar en confianzas, ¿cómo duerme el caballerito?

─Los más de los días de costadillo, ¿por qué?

─Porque donde vayas, haz como vieres, y aquí dormir boca abajo es de estudiantes veteranos.

─ ¿Y qué pasa si de lado duermo?

─Quizás nada, quizás todo, pero por serviros me gustaría deciros que esta noche un grupo de tarambanas pasará lista de novatos para buscarles las cosquillas y las costillas, y si os ven de costadillo de seguro que saltarán a por vos.

10 comentarios:

María dijo...

Con lo preciosa que es Salamanca y más tal cual la has descrito, que me parece nos has teletransportado al siglo XVI o por ahí, así como a la altura del Lazarillo de Tormes ( más que nada porque el Tormes pasa por Salamanca ; ) vaya mala suerte ha tenido el pobre Tirso de caer donde parece ha caído, o no... si en el próximo capítulo nos desvelas cómo termina el asunto este, de dormir de lado o boca abajo ; )

Me ha gustado mucho, gracias!
Un abrazo!

Doctor Krapp dijo...

Busca al buscón Don Pablos para que ayude a tu amigo Tirso del que desconozco si es pariente del de Molina que tiene el mismo nombre que cierto lugar donde pasaba alguna noche de farra en mi juventud. Cerca de la estación del metro.
Excelente texto.

Rodión dijo...

Pláceme leeros, maese Chafardero; buen gusto me han dejado vuestras letras
de tan vivo trenzado.
La escuela de Quevedo, honrasla norabuena; traes aire a las historias
que tanto he disfrutado.
Recreas con esmero, callejones familiares; resbalan las palabras que se notan
cual suelo adoquinado.
Sea Gayferos un Cabra, Tirso un Pablos, un Sayavedra el Carandil,
más le vale a Tirso andarse de vigil.
Que en casa extraña, pocos son cuidados
los bisoños, pronto manteados.
El dormir, despierto
el tumbar, de perfil.


Espero con ganas la segunda parte. Muy bien escrito, maestro.


U-topia dijo...

Esto apunta regular para Tirso, pero me parece que el zagal es listo ya la bolsa de dinero corta. Para mi que no se ha de fiar, pero veremos los acontecimientos como se desarrollan...

Rick dijo...

Este tipo de lecturas es de los que quitan muchos años de encima. Aquel bachillerato franquista que al menos tenía una cosa buena: de lengua y literatura españolas se aprendía un montón. Este tipo de lenguaje tenía un enorme atractivo para la adolescencia de aquellos tiempos, tan gris y probablemente más empática con este tipo de historias que la actual... y las peleas que nos contaban entre Góngora y Quevedo, y lo pesetero que era Lope, y cómo disfrutaba el profesor contando esas historias, probablemente las únicas que se podían contar por entonces.

Una vez más se demuestra aquí que no hay dómine bueno. Quedamos ansiosos por saber en qué va a acabar el embuste.

Chafardero dijo...

Tiene un no sé qué que enamora Salamanca, guardo muy buenos recuerdos de ella y aquí intento homenajearla

Chafardero dijo...

Pues este Tirso tiene en común con el otro su afición al teatro, aunque no llegue ni de lejos a la gloria del creador de El burlador de Sevilla

Chafardero dijo...

Agradezco sus lisonjas, sobre todo cuando son tan bien rimadas . Nuestro Tirso pásaralas canutas, pero es lo que conviene a todo escolar novato para que vaya haciendo callo.

Chafardero dijo...

Al final es lo de siempre, la bolsa o la vida. Adivina qué elige Tirso

Chafardero dijo...

Por desgracia esa literatura del siglo de oro integraba el discurso imperial facha, y eso que a tipos como el Lazarillo, Celestina o Pablos les podrían haber aplicado la ley de vagos y maleantes sin contemplaciones