Una de las galaxias en expansión del universo friki es la de los fans de los videojuegos, o gamers, que en inglés suena más molón. Pulgares afilados y ojos como platos son sus señas de identidad, pero a la hora de ponerse ante la pantalla hay gustos y juegos para todos. Unos echan una partidita en el móvil con los pajarracos cabreados de Angry Birds mientras hacen la cola en la caja de Carrefour y poco más. Los profesionales se hacen con la última consola o un ordenador con una tarjeta gráfica que vomita imágenes de realidades paralelas donde ir de masacre en masacre como en Call of Duty
y otros de tal pelaje. Y después están los que les tira la retro
tecnología, que se han quedado anclados en alguna fecha del pasado
cercano. Son los amantes de los Arcade,
los primitivos videojuegos que llenaban bares y salas recreativas en
los ochenta y noventa y que tantas monedas de cinco duros se tragaron.
Reader Player One es una novela de Ernest Cline
que homenajea a los juegos de los ochenta y a la cultura popular de la
época. En un futuro decadente e infecto la gente huye de la cruda
realidad escondiéndose en un mundo virtual en el que pueden desarrollar
potencialidades impensables en las caravanas apiladas en las que
sobreviven. El inventor y dueño de ese mundo alternativo al morir
propone un juego cuyo premio será el hacerse con su creación. La gran
prueba requiere un profundo conocimiento de los videojuegos antiguos.
Una historia para pasar el rato, bastante mal escrita, como es propio
del género, y fácil de olvidar. Pero hay lectores a los que le ha
cambiado la vida, como al neoyorquino Chris Kooluris, que desde la leyó decidió convertir su departamento en una sala de juegos, con máquinas de Pac-man, Donkey Kong, Street Fighter
II y demás. El antojo le salió por veinte seis mil dólares, entre la
compra de las consolas y la decoración del piso. Lástima que su novia no
estuviera de acuerdo con el revival ochentero y le dejara plantado con
sus comecocos y su tetris.
Chris
se consuela quedando con sus colegas para echar unas partiditas. Aunque
le gusta vivir entre pantallas de cuatro colores y sonidos de plástico,
reconoce que a veces echa de menos a su churri. Podía intentarlo con
alguna de las bizarras guerreras del Street Fighter,
porque en ese ambiente poco más va a pillar. Y si no que venda toda
esa quincalla y se compre una Xbox, que ocupa menos y no espanta a las
chicas.
7 comentarios:
Una de las cosas más terribles de lo que está pasando en este autismo tecnológico en el que vivimos es que cada vez importa menos abandonar las vicisitudes emocionales y afectivas de la vida real en pos de las ventajas sin complicaciones del mundo virtual. Creo que estamos lanzados si nadie lo remedia a un apocalipsis virtual y lo peor de todo es que nadie se va a dar cuenta porque seguirá manipulando sus propios aparatitos tecnológicos.
Saludos
Me temo que a estas alturas debe de haber verdaderas legiones de colgados. El vacío existencial hay que taparlo con algo; y sospecho que también en esto gran parte de los frikis están siguiendo, sin saberlo, las directrices del poder en una de sus formas más sibilinas: la anulación del yo social, la destrucción de un tejido social comunicativo, que interaccione y posiblemente pueda crear problemas a los que mandan. Esta es una anulación como otra cualquiera; indolora, eso sí. Y además les sacan los cuartos.
Me suena todo a chino, no he jugado jamás a ningún juego virtual (y a pocos presenciales), me aburren de mala manera, me da igual ganar que perder :(
@ Dr Krapp
qué más quieren nuestros jugones que Apocalipsis para poder subir de nivel, que lo último que se le ocurre a éstos es que la vida real se los pueda llevar por delante.
@ Rick
como antiguo adicto a los videojuegos tengo que decir que no hay actividad más absorbente y en la que el tiempo pase más de prisa. Si quieres olvidarte de todo, dale al play.
@ U-Topia
pues te recomiendo la novela, Ready Player One, para hacerte una idea de esta tropa. Además, su lectura no consume muchas neuronas.
La apunto. Me inspira curiosidad.
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