Los esforzadostrabajadores de la ruta viven sobre ruedas bregando con guardias de
talonario fácil, caravanas de domingueros, atracadores de caminos apostado en
los peajes y demás azares. Una vida dura mientras alimentan los engranajes del
libre mercado. Y más si como nuestro hombre te dedicas al transporte de
mercancías peligrosas en condiciones extremas. Observen el gesto de profunda
concentración, como negocia las curvas de la carretera mientras inspecciona las
curvas de su churri. Quizás no sea una conducción ortodoxa, pero cumplir
horarios tiene sus servidumbres, y todos los psiquiátricos de la zona sur
esperan su cargamento de lexatin. Esperamos que este fogoso encuentro en la
cabina no acabe en accidente al meter la marcha atrás.
La inteligencia artificial está de moda, visto que la natural
cada día escasea más. Chismes de todo tipo parece que son capaces de decidir
por sí solos tan bien o mejor que los humanos. A día de hoy los coches
autónomos atropellan con toda naturalidad a los despistados peatones. Los
móviles maquillan de oficio los selfies para dulcificar esas caras de
espantapájaros apaleados que pone la peña a las cinco de la mañana del sábado.
En el futuro no hará falta ser más inteligente porque hasta el más tonto podrá
mandar a una máquina para que les saque las castañas del fuego. El problema es
que por ahora los avances son limitados.
Buen ejemplo es lo que ha ocurrido en el aeropuerto
neoyorquino de La Guardia, donde han contratado un robot que patrulla la
terminal a la caza de carteristas, conductores ilegales y demás gentes de
dudoso proceder. El cacharro con forma de pepino responde al rimbombante nombre
de Knightscope K5, y va armado hasta los dientes con sensores, cámaras y micrófonos.
No se mueve una mosca sin que él lo sepa, el problema es que infunde el mismo
respeto que si patrullara Peppa Pig. La peña sigue con sus trapicheos mientras
se ríen del pobre K5.
Como los malosos pasan de él como de pisar mierda, el robocop
ha decidido incordiar a los viajeros, no se sabe si para aumentar su autoestima
o por algún cortocircuito. Varias usuarias se han quejado de que la máquina se
acerca a ellas y se queda pegada mirándolas fijamente. Alguna dice que le ha
lanzado miradas lascivas, aunque quizás la mujer haya puesto mucha imaginación
en el lance. Las que han intentado quitárselo de encima han recibido amenazas
del tipo”¡cuidado conmigo!”
Ya ven, no han disminuido los delitos pero sí aumentado las
mujeres incómodas. Mientras los negocios ilegales siguen viento en popa en el
aeropuerto, la compañía arrendataria del robot cobra entre 5000 y 6500 euros al
mes. Y todos contentos, menos los viajeros acosados. Habrá que esperar próximas
versiones del robot policía a ver si afinan un poco más. El modelo K5 solo ha
sido un precursor, el futuro KH7 será el que haga la verdadera limpieza que el
aeropuerto necesita.
El mundo de los juegos ha evolucionado mucho. Solo cuatro
nostálgicos se pasan las horas muertas comprando hoteles en el Monopoly o comiendo
una y contando veinte en el parchís. Los billares ya no congregan a lo peor de
cada casa, los futbolines no reúnen a los chulo piscinas con su tiquitaca
arrabalero. Se han pasado todos a los videojuegos para ponerse al volante de
una bestia parda de dos mil caballos e ir a tumba abierta por la interestatal incendiando
el asfalto. También los hay que van a pie, se embuten en una armadura de marine
psicópata y limpian de charlis hasta la última alcantarilla.Pero nada de eso se puede comparar a una
buena partida de petacos, sobre todo si entre carambola y carambola te van
torpedeando por la popa, como en la viñeta que ilustra esta sesuda reflexión.
El gran Nazario fue un adelantado a su tiempo, el primero en trabajar el
concepto de realidad aumentada, que buenos eran los cipotes que salían en
Anarcoma, heroica travesti capaz de pasarse por la piedra un tercio entero de
la legión antes de desayunar. Y después de comer un buen orgasmo agarrada a la
máquina de petacos, nada mejor que correrse en plena bola extra mientras le das
la vuelta al marcador.
Vivimos en un mundo con prisas, con el tiempo
tasado: ocho horas de sueño, ocho trabajando y ocho viendo series. Este formato
televisivo que antes gozaba del mismo prestigio que la carta de ajuste lleva
unos años campando por sus respetos hasta el punto de que raro es el día que no
estrenan nuevo culebrón de tropecientos episodios. Ya no eres guay si no sigues
al menos docena y media de estos engendros catódicos, que gracias a las nuevas
plataformas puedes consumir en cómodas dosis hasta enloquecer. Cada mes nos
informan de las cuarenta series recién paridas que no puedes dejar de ver, que
se suman a las que ya venías arrastrando. Antes para dártelas de rarito y
enterado presumías de algún oscuro grupo de nu metal de Baltimore o aquel grupo
indie tan cuco de Villarobledo. Ahora toca mirar por encima del hombro al
desgraciado que no conoce el nombre del prota de esa serie neozelandesa sobre
babosas zombis con problemas de autoestima, o no sigue la carrera del director
de la serie britis de culto en la que unos skates anarquistas luchan contra los
expendedores de snacks adulterados. Por supuesto, si se te ocurre confesar que
sigues Aquí no hay quien viva o cualquier otro bodriete patrio serás expulsado
a las tinieblas exteriores.
El caso es que hay teleadictos tan
enganchados que no dan abasto a visionar toda la sarta de series, hasta el
punto en que empiezan a reportarse casos de gente que ve los episodios a una
velocidad de 1,5x y 2x. Sí, al doble de velocidad, que tragarse siete temporadas
y setenta horas de urgencias hospitalarias aderezadas con gilipollas con
problemas de socialización, o de ciberpolis resolviendo casos a golpe de tecla
mientras superan traumas de instituto requiere un tiempo del que no se dispone,
de ahí que aceleren el reproductor, se salten los tiempos muertos, subtramas y arcos
argumentales que solo están de relleno. Lo importante es decir que la has visto
antes que nadie, a poder ser en versión original, soltar alguna parida sobre el
uso de la elipsis en el episodio piloto, o criticar el diseño de vestuario de
la tercera temporada.
Nosotros estamos con los clásicos, lo bueno
si breve dos veces bueno, y no cuentes en cinco temporadas lo que puedes contar
en cinco capítulos. Pero hay que sacar los cuartos a la peña, marear la perdiz y
vender el mismo pescado diez veces. Normal que la gente acelere para acabar
antes. Una lástima que esa opción no estuviera disponible cuando emitieron
Marco, que así hubiera encontrado a su madre en la mitad de tiempo y nos
hubiéramos ahorrado muchos disgustos.
Si hay algo que excita de igual manera a viajeros habituales
u ocasionales es el chacachá del tren. La rutina de los largos viajes se ve
moderada con un buen orgasmo con olor a mantecadas de Astorga o entre los
riscos de Despeñaperros. Los trenes modernos con su insulso diseño de autobús
interurbano no favorecen el folleteo como los de antaño con sus recatados
compartimentos, escenarios de tórridos encuentros. Con la sobria estepa
castellana como único testigo el viajante de máquinas de coser podía intimar
con la solterona que iba a la capital a comprar un hisopo para el señor cura y
lo que surgiera, o el opositor a notarías que daba el do de pecho entre los
pechos de una oronda soprano de zarzuelas. Pero quienes más gustaban de los
orgasmos ferroviarios eran los exhibicionistas, siempre calientes ante la
posibilidad de ser interceptados mientras sincronizaban sus golpes de cadera
con los vaivenes del expreso nocturno. Y si esos amores furtivos eran
descubiertos por el señor interventor el orgasmo era catedralicio, lo que no
impedía que el funcionario les cobrara un recargo por el uso indebido del
material rodante.
Si hay un clásico americano por antonomasia es el de entrar a
tiros en un high school, levantarle la tapa de los sesos a media docena de
animadoras y finiquitar a toda la clase de segundo de clarinete. Otra variante
con mucha aceptación entre asesinos ecuménicos es acribillar familias en el
burger del centro comercial y ver como la sangre se mezcla con el kétchup mientras
los compradores desalojan saltando por las ventanas.En un país donde te puede tocar un AK45 en la
rifa dominical de la iglesia es normal que la peña solucione sus diferencias de
criterio, pleitos y paranoias a tiro limpio. Un estudio reciente ha llegado a
unas conclusiones nada sorprendentes, pero sí muy llamativas. El New England
Journal of Medicine indica que las lesiones relacionadas con armas de fuego
disminuyen en mas de un sesenta por ciento mientras se celebran las
convenciones estatales de la Asociación Nacional del Rifle. Cuando la
convención es a nivel nacional solo lo hace un veinte.
Los amigos del rifle no serán los principales culpables de
todos los tiroteos ocurridos en los USA, seguro que hay pistoleros sin sindicar
apostados en cualquier esquina a la caza. Pero visto el bajón que sufren los altercados
mientras están reunidos, la solución para el problema de las armas es fácil. Se
convoca una asamblea permanente y de obligada asistencia y se acabó la sangría.
Mientras estén en el cónclave discutiendo sobre el calibre ideal para reventar
seseras o los pros y contras de las bombas de mano no van matando por ahí.
Aunque la solución ideal sería que un descerebrado entrara en la convención
escupiendo plomo, a ver si era recibido con una cerrada ovación o con ráfagas
de metralleta.
El orgasmo como principal pasatiempo sería el
sueño húmedo de muchos. Los pocos que alcanzan tan dulce meta acaban aburridos
de él, que hasta lo bueno en demasía cansa. Por eso lo mejor es aprovechar el
acto para que la satisfacción sea completa, bien en horizontal, bien en vertical.
Nada más excitante que intentar adivinar la planta cucurbitácea de doce letras
contigua al nombre cirílico de Sebastopol mientras el placer recorre tu cuerpo,
jadear entre yunques de platero y la patria chica de Abraham, para llegar al
orgasmo con la sacrosanta sílaba hindú en los labios, de placer llena y con el
crucigrama sin casillas vacías.
Que la gente está muy mal no es ninguna novedad, pero además
los hay que están fatal. Tanto, que ya no hay recurso humano que les avíe y
echan mano de animales. Hasta ahora existían mascotas utilizadas como apoyo
emocional para personas con discapacidades, más o menos el perro lazarillo de
toda la vida. Pero en la desquiciada sociedad que nos ha caído en suerte se
necesitan animales para toda suerte de situaciones que algunos humanos no son
capaces de manejar. Hace poco United Airlines prohibió subir al avión a una
pasajera que llevaba al hombro un pavo real. No sabemos si el pajarraco le fue
prescrito para superar la timidez o si pavonearse con él subiría su autoestima,
pero para subirse al avión no le sirvió. Le recomendamos a la buena mujer que
la próxima vez pruebe a embarcar con un buen altavoz del que salga a todo trapo
Pavo Real de El Puma, clásico que abre cualquier puerta.
Otro caso parecido acabó en tragedia. Esta vez la compañía Spirit Airlines le dijo
a una viajera que no aceptaban roedores a bordo, y la pobre mujer no sabía qué
hacer con su hámster, animal que colmaba lagunas vitales muy difíciles de
satisfacer por otros medios. Al final optó por el camino del medio, echó al hámster
por el retrete y tiró de la cadena, no sin gran dolor de corazón. Las secuelas
psicológicas de semejante drama están por tasar, pero no es descabellado pensar
en una demanda millonaria a la compañía que la empujó a semejante magnicidio.
En casos como este, ni el mismísimo Puma puede hacer nada.
Como ven, el apoyo emocional animal es un problema de altos
vuelos, pero aun podría ser peor. El transporte por excelencia de Arabia Saudí
es el camello, hasta el punto de celebrar el concurso de Miss Camello, certamen
en el que eligen el animal más bello de la península. Este año saltó el
escándalo al saberse que a varios de los participantes les habían inyectado botox
para realzar sus labios y narices, siendo eliminados sin contemplaciones.
Sabido es que los seguidores de Alá tienen almas recias, pero en caso de que un
beduino necesitara apoyo emocional echaría mano de su camello sin lugar a duda.
Y como se decida a viajar con él puede haber más de un problema en el
aeropuerto. Impagable la escena del camello y su dueño en clase business
mientras suena Que un negro con una negra
es como noche sin luna, chevere, chevere, pavo real, pavo real. Porque para
apoyo emocional y lo que se tercie, el Puma se sobra.