El demonio cristiano no tiene que maquinar mucho a la hora de buscar
tentaciones, nuestra natural inclinación al vicio y la depravación juega
a su favor. El diablo musulmán, en cambio, ha de hilar más fino pues
lidia con gentes de sólida formación moral, impermeables a las
asechanzas del maligno, así que sus celadas tienen que ser más
sibilinas. Pero siempre hay guardianes de la virtud dispuestos a
desenmascarar las múltiples formas en que el maldito busca nuestra
perdición. La más novedosa ha sido recientemente denunciada por un jeque
saudí cuyo nombre suena como un grajo con garrotillo. El prenda se ha
despachado una fatua condenando a los muñecos de nieve por anti
islámicos y por fomentar la lujuria y el erotismo.
Aquí entra en
juego la manía iconoclasta de estos barbudos, que no les permite recrear
figuras humanas, aunque muchos muñecos recuerden más a osos obesos o a
sacos de patatas con una zanahoria pinchada. En lo que no habíamos
reparado la gran mayoría, a pesar de ser pecadores impenitentes, es en
su contenido sexual, por muchas curvas que tengan. Quizás en Arabia, tan
reprimidos como están, la gente se ponga muy caliente ante los muñecos
de nieve, masturbándose compulsivamente al ver unos níveos muslos
clamando para que te hundas entre ellos. Pero el jeque este se puede
estar tranquilo que no hay mal que cien años dure, y más tratándose de
esculturas de nieve, a las que los calores primaverales suelen sentarles
fatal.
Desde luego, ni la mente calenturienta de Wolinsky, al
que hace poco unos hermanos en la fe han dado matarile para mayor gloria
de Alá, hubiera imaginado tan gélida aberración. De hoy en adelante,
cuando veamos uno de esos diabólicos muñecos, actuaremos con frialdad y
cambiaremos de acera para evitar la tentación. Pero advertimos, como
alguno se nos insinue, vamos a fusilarlo a bolazos de nieve.