‒¡Ese necio siempre se creyó por encima de todos nosotros! – sus ojos azules hervían de rabia mientras se encendían sus mejillas – se pensaba que por tener la mejor mano izquierda del escalafón tenía derecho a decirnos qué es lo que teníamos que hacer.
‒Y por eso, cuando pudiste, le hundiste.
Te equivocas, se hundió él solo. Ese toreo esencial que practicaba no era lo que le gustaba al público de nuestra época, ni ahora. La gente no quiere drama, quiere filigrana, no quiere tragedia, quiere posturitas, brindis al sol, banderillas con una mano.
‒Y el señor Cuenca no estaba por bailarle el agua a esa gente.
‒El señor Cuenca con todo su arte nos trataba como a fenicios solo porque intentábamos mantener viva la fiesta. Aunque su estilo no era el mejor para llenar las plazas hubiera habido un sitio para él de haber sido más transigente, pero jamás se avino a razones. No se puede torear solo para cuatro críticos y dos mayorales. Todo el mundo pasa por taquilla y hay que darle a todos lo que piden.
‒Por eso le boicoteaste hasta que tuvo que cortarse la coleta – se quedó callado mientras me miraba. Viejos fantasmas parecían acecharle, dejó la banqueta y empezó a caminar por la cuadra mientras me hablaba. Se dirigía a mí, pero era a mi cliente a quien hablaba.
‒Muchas veces intenté por personas interpuestas llegar a él. Solo conseguí el silencio, mucho peor que el desprecio. Yo era cabeza de cartel de Sevilla a Bildania, yo abrí las Américas, tenía el mundo a mis pies. Mi toreo no era el más ortodoxo, pero sí efectivo. Curro jamás reconoció mi valía, encerrado en su castillo de orgullo. En secreto y disfrazado acudía a verle torear. Ese hombre tenía duende, tenía ángel. Nadie ha interpretado el natural como él. Pero el nuevo público criado en la ciudad y sin un conocimiento del ganado como las gentes de campo, solo veía series y series de muletazos. Mis pases nunca tuvieron la profundidad ni la hondura de los suyos, pero sabía hacer vibrar a la afición. Si hubiéramos seguido sus derroteros, hoy estarían todas las plazas cerradas.
‒Vamos, que todavía tenemos que darte las gracias.
‒ ¡Claro que sí, imbécil! ‒ se volvió iracundo hacia mí y me lanzó una patada. Como no era tan bueno como sus esbirros pude esquivarla. ‒ Estamos acosados por todas partes, lo nuestro es un espectáculo sangriento en el que se matan animales, mucha gente no lo entiende y quiere prohibirlo. Si encima le damos la espalda al público, en dos días nos cierran el chiringuito. Y Curro nunca quiso ver que el verdadero problema no eran los toros sino estos tiempos modernos que juegan en nuestra contra.
‒Pero al final os dejó la fiesta para vosotros solos. ¿Por qué venís ahora a guindarle el semental? ¡Tanto vale ese toro o todo es cuestión de orgullo?
‒Ya veo que no te dijo quién es Gerión, ‒ y volvió a reír con esa risa que tan poca gracia me hacía‒ Curro se retiró de los ruedos, pero siguió en secreto maquinando. En sus delirios de purismo, imaginó que la decadencia de la fiesta se debía a la degeneración del toro, que todo el trabajo de selección durante siglos hecho en las ganaderías solo había producido animales de líneas finas pero que habían perdido la bravura original. Casi todo lo que se mata hoy es Vistahermosa, pero Curro empezó a mezclar con otros encastes, y no solo eso sino que buscó razas olvidadas en comarcas perdidas de España y Portugal. En su ceguera creía que todo lo llevaba en secreto, pero yo estuve siempre al tanto de sus andanzas. Hasta le facilité sin que él lo supiera algún ejemplar. Después acabó contratando genetistas y gastó toda su fortuna en desmenuzar el ADN del toro y con recortes de todas las razas de la península crear a Gerión. Según él es el arquetipo de toro salvaje que señoreaba las dehesas de la prehistoria, el uro originario, la encarnación del poder de la naturaleza, el tótem.
‒No me vengas con que es un toro probeta.
‒Sí, Curro quiere imponer un nuevo prototipo que según sus fantasías acercará el rito del toreo a su estado primigenio. Bobadas, en la antigüedad mataban toros como un espectáculo circense. Ahora hacemos lo mismo pero con más estilo. No necesitamos esos toros broncos que no permiten el lucimiento. Por eso yo, el Hércules de hoy, le robé su toro. Porque quiere hundir el negocio, y no se lo voy a permitir. Mañana vamos a torear a Gerión en mi tentadero, he vendido las entradas a miles de euros. Hay aficionados de todo el mundo que han pagado lo que les he pedido y más por ver el toro venido de la noche de los tiempos. Rafa Rodríguez El Cayena lo lidiará, un protegido mío que viene pisando fuerte y que torea lo que le echen. Voy a llenar mis arcas con el trabajo de ése desaborido de Curro y así mi venganza será completa.
‒Eso será si yo te dejo – apunté con chulería a pesar de no ser el mejor momento. El Guindi se río a gusto.
‒Hasta en eso Curro demuestra que está fuera del mundo. Se cree que mandándome a un detective de tercera va a parar mis planes. – Tenía razón, era un detective del montón, pero me jodió y desde el suelo le lancé una patada que le lamió el muslo como un latigazo. Saltó hacia atrás, abrió la puerta y llamó a sus subalternos. Entraron y me zurraron hasta que perdí el conocimiento.
6 comentarios:
La vieja historia de siempre: la ilusión enfrentándose a la realidad. Mal asunto. Y peor aún si resulta que nuestro detective, por no cerrar la boca, sigue llevando sopapos. Poco va a poder hacer por su cliente en ese estado...
El Guindi es un todo un villano de folletín, y no lo digo como algo malo porque soy aficionado a la vieja novela gótica. De un tipo como él uno esperaría de entrada que fuera orgulloso, que despreciara a su rival y que, en el caso de admirarle en secreto, se autoengañara restando importancia a los méritos del otro. El éxito económico le respalda, a fin de cuentas, y ese tipo de gente no suele conceder ni una migaja a sus rivales caídos en desgracia. Pero el discurso del Guindi es el de un Salieri hablando de un Mozart, un individuo abiertamente maquiavélico que se recrea en la venganza.
El detective lo tiene crudo, como ya ha dicho Rick, pero veremos... Esperemos que, en el peor de los casos, Marisa sepa de su paradero. Esto está emocionante.
Un saludo.
Sin duda, como en todo, en los toros cualquier cuerno pasado suena a cuerno mejor y eso que uno ya se siente frustrado sabiendo que los vikingos no llevaban cascos con cuernos. Un motivo más para la desesperanza.
@ Rick:
El punto de vista de don Esteban es muy defendible, otra cosa son las formas.
@ Rodión:
Sí, el Guindi es más enrevesado de lo que parece, es el éxito económico frente al artístico, todo mezclado con mucho ego de por medio.
@ doctor Krapp:
A mí también me huele a cuerno quemado lo de lo vikingos, esa cornamenta que casi no entraba por los fiordos imponía lo suyo.
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