lunes, 7 de marzo de 2022

El caso Gerión (V)


 

Y seguí mi camino rumbo al sur. Bien se notaba que el Guindi era andaluz, pues la mayor parte de sus cortijos estaban en la zona de Sevilla, Cádiz, Huelva y alguno más en Badajoz. Yo que llevo las brumas del cantábrico como una segunda piel, ante la luminosidad de aquella tierra me escondí tras las gafas de sol. Podría presumir de que llegué a La Imperiosa por una corazonada, por mi instinto de sabueso, o tras un minucioso estudio de probabilidades. La verdad es que empecé por la más grande, que supuse que un magnate de la tauromaquia no iba a pasar estrecheces, y mucho menos el semental que se había llevado, al que le montaría un harén con lo mejorcito de lo disponible. Voy a correr un velo de silencio sobre por qué parte caía la finca, no sea que mañana vayan todos a meter las narices por allí. Como siempre probé suerte en el lugar civilizado más cercano, en este caso un pueblo de esos que parece que acaban de despertarse de una siesta de siglos, encalado de arriba abajo para que la luz rebotara una y mil veces, y donde los únicos seres vivos que encontré estaban acodados a la barra del bar. Me recibieron con una mezcla de indiferencia y recelo que no pude por menos que soslayar. Charlar con gente de este pelo es difícil, y sacarles algo misión imposible. Al ver que me interesaba por la finca del Guindi se cerraron en banda y ante la pregunta de si estaba por allí por un casual, el más locuaz, uno con una barba blanca de tres días y un estrafalario peluquín rubio, me dijo que Don Esteban solía venir mucho por allí, pero que ahora mismo no estaba. Nada más contaron los parroquianos. Acabé la caña y me marché calle abajo. Estuve dando una vuelta sin rumbo fijo hasta que en una pequeña plazuela encontré a unos niños jugando. Ésta es la mía pensé, y me acerqué a uno moreno que se estaba dejando los pulgares en la Nintendo. Le pregunté si quería ganarse veinte euros. Me dijo que sí sin apartar la vista de la pantalla.

¿Qué sabes de la Imperiosa?

Que tiene muchos toros.

¿Y estos días hay alguna novedad?

Sí, ayer y hoy no hacen más que entrar cochazos a todas horas.

¿Y qué celebran?

Pues no lo sé, pero se ven tíos con corbatas muy largas y tías con faldas muy cortas. Era observador el enano. Le di sus euros que cogió sin mover los ojos del strike fighters o lo que fuera a lo que estuviera jugando. Parece que tendría que cursarles una visita de cortesía a los del cortijo.

Ya dije que la Imperiosa era la principal hacienda del imperio del Guindi, pero hasta que no estás en ella no te das cuenta de lo grande que es. Aquí sí que puedes decir que todo lo que alcanza la vista, y más, es suyo. Estuve haciendo una inspección visual antes de la caída de la tarde para orientarme, y a la noche salté la alambrada y empecé a pedalear. Una pista de tierra cruzaba la finca de norte a sur, y de ella salía un ramal que iba a dar al cortijo y demás edificios. Yo procuré ir en paralelo al camino para no tener algún encuentro no deseado. Había visto a varios hombres a caballo haciendo la ronda por el perímetro y un todoterreno vigilando en un cruce. Aquí había más que guardar. De repente los focos de un deportivo negro me obligaron a echar cuerpo a tierra, y en la lejanía se dibujaban más faros acercándose. Decidí alejarme de la carretera para evitar a los invitados que no dejaban de llegar, pero no sé muy bien cómo acabé metiéndome donde no me llaman.

Sabrán ustedes que uno de mis muchos oficios es tocar los teclados en una de esas orquestas pachangueras de bodas, verbenas y demás. Muchas veces había tenido que darle a esa cumbre de la música hortera que es el Toro y la Luna que hace que la gente berree cosa mala. Pero créanme que en una dehesa a las doce de la noche el perfil de un toro no mueve a dar palmas si no a salir por patas. No sé si yo me metí sin saber en algún cercado, o si el toro salió a ver el desfile de bugatis. El caso es que ahí estábamos frente a frente. Visto con más tranquilidad, creo que el toro pasaba bastante de mí, pero el miedo no me dejó sopesar la situación. Agarré la bicicleta y metí el piñón pequeño. Ahí me hubiera a mí gustado ver a Sherlock Holmes, bregando con un animal de 500kg y no con ése caniche de los Baskerville. Iba tan concentrado en meter tierra por medio del torito guapo que perdí de vista todo lo demás. Llegué a una cerca, tiré la bici al otro lado y pasé. No parecía que me siguiera nadie por detrás. En ese momento creí notar un movimiento por mi izquierda, miré y vi dos caballos atados a un árbol. Luego sentí un fuerte golpe en la sien. Mientras caía redondo iba pensando en lo imbécil que había sido.

9 comentarios:

Rodión dijo...

Se te notan las tablas como escritor, porque estoy enganchado a esta historia. El final de este capítulo, la pérdida de la consciencia por parte del detective en apuros, un clásico en el género. Lo de su afición por tocar el teclado en verbenas es una nota humorística que le personaliza más.

'...tíos con corbatas muy largas y tías con faldas muy cortas'. Ese niño promete, sí. Las dehesas extremeñas que conocí eran en comparación mucho más humildes y pequeñas, de la zona de las Hurdes, de donde viene mi familia materna (parte en Granadilla y parte en el Jerte), pero trabajé un año en Almadén, la de la mina, que linda tanto con Badajoz como con Córdoba, y eso es otra cosa... Has recreado bien esos pueblos encalados con ese tipo de parroquianos, incluido el del peluquín. Por no hablar de las pilinguis de lujo, el mayor reclamo de esas monterías que allí son algo más que secretos a voces. Mientras anduve por ahí me topé con Urdazi, y parece que llegó al pueblo el propio Aznar, aunque a ese no lo vi. En fin, seguimos la historia con interés.

Rodión dijo...

Urdaci, perdón. Me refiero al periodista.

Rick dijo...

"Los detalles, los benditos detalles son los que hacen creíble una historia", decía Nabokov, y tenía toda la razón: el comentario del niño, como dice Rodión, o el tipo con barba de tres días y peluquín rubio le dan autenticidad al relato.

Y sí, el detalle del golpe en la cabeza para terminar una escena es muy del género; hasta a Sam Spade le pasaba. Parece que ha dado con el sitio, aunque no tengo muy claro que pueda sacar algo en limpio como no sea su propia integridad personal. Veremos.

Doctor Krapp dijo...

Ten cuidado con las dehesas que allí crece muy rápido el pelo, como dice el refrán y al final terminas por no ves nada. ¿Será esa la causa de la repentina indisposición de tu viajero?

Laura Vicente dijo...

Nunca pensé que una dehesa contuviera tanto peligro, aunque bien mirado no lo había pensado bien porque los toros son una presencia. Pero visto lo visto no son el único peligro.

Chafardero dijo...

@ Rodión:
las monterías también son un evento muy carpetovetónico, lugar para los negocios y el placer, en un marco incomparable.

Chafardero dijo...

@ Rick:
Dejar fuera de juego al prota es un clásico del género, sí, dejando de paso al lector con la intriga.
El del peluquín está basado en un tipo real, que no tenía ningún problema en llevarlo, uno moreno entre semana y otro rubio para ir los domingos a misa. Un figura

Chafardero dijo...

@ doctor Krapp:
El pelo de la dehesa, según la literatura médica, no provoca pérdidas de conciencia, pero mengua la actividad neuronal de manera notoria.

Chafardero dijo...

@ Laura Vicente:
Como se verá en próximas entregas, aquí dan más cornadas los humanos que el ganado.