—Mi tía y yo
mucho miramos por los cristianos, y con nuestras industrias muy honradamente la
vida nos ganamos —dijo con cara angelical y voz de inocencia Fuensanta.
—Sí, os ganáis
la vida arruinando la de los pobres infelices que acuden a vosotras, sí,
malditas brujas —dijo levantándose uno de los caídos.
—¡Qué sabrás
tú, mastuerzo, que tendrías que besar la tierra que pisamos! —gritó desairada
Fuenseca.
—A vos pongo
por testigo, caballero, de que estas mangantes han burlado a medio pueblo. No
contra nosotros no, si quiere hacer justicia cargue contra ellas —interpeló el
villano a Flequillo, que ya veía que en aquel pleito además de mandobles algo
de mano izquierda sería menester.
—Quizás si
refieren en qué los han agraviado estas damas, pudiera dar yo la razón a quien
la hubiere.
—Mire usted,
caballero —le dijo el hombre, que se rascaba el dolorido colodrillo mientras
hablaba —somos vecinos de Peralejos del Legajo, a pocas leguas de aquí, villa
tranquila hasta que una semana hace aparecieron estas dos brujas prometiéndonos
curar todos nuestros males.
—Y así es,
pero con pecadores y herejes no hay remedio que valga, atajo de cabestros
—gritó la vieja.
—Halla paz y
sosiego, señora mía, y deje al hombre decir sus razones —la interrumpió
Flequillo Flojo.
—Pues estas
sacacuartos se pusieron con su tenderete en una esquina de la plaza pregonando
que tenían remedios para todas las enfermedades habidas y por haber, ya fuera
mal de amores o mal de vientre. Yo soy Pedro Viejo, pobre pero honrado labrador
que nunca dio que hablar a sus convecinos. Y sí, hace tiempo sí que peno por
una zagala, la hija del curtidor, Mari Toda por más señas, que nunca me da
señal de bien quererme. Todos los días por su calle me pasó por requerirla de
amores y siempre para otro lado mira. Una mañana que desperté con su nombre en
mis labios, me acerqué al carromato de estas mamporreras a ver si había remedio
para lo mío. Atendiome la joven, que con muchas zalamerías me convenció para
comprarle lo que llamó Adamamozas, un filtro que debería echarme sobre las
ropas y que haría que Mari Toda se me rindiera entera nada más verme.
—Y así es,
pero el filtro no hace milagros, que si eres más feo que pegar con un badajo a
un sacristán no hay avío posible—se defendió Fuensanta, olvidando de pronto su
impostada inocencia.
4 comentarios:
Claro. En esa época no se había descubierto aún el MDMA o la burundanga esa, y andaban afinando la fórmula. Mucho tuvo que perfeccionarse la cosa hasta el siglo XX...
No sé, no sé si este texto pasaría por el filtro de los politicamente correcto en estos tiempos aunque a lo mejor en vez de quemarlas a ellas, los quemaban a ellos.
@ Rick:
El Adamamozas es mucho más eficaz que la burundanga, como descubrirás en próxima entrega
Es la ventaja del siglo de oro, que la corrección brillaba por su ausencia
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