La piara de
porqueros que seguía las locas razones de Tirso Terco no paraba en mientes a la
hora de reír las sandeces que oían, y vivamente exigieron al posadero
protección contra los hechiceros esos de los que hablaba Flequillo Flojo, no
fueran a aparecérseles en mitad de la noche encadenados con ristras de chorizos
y se los comieran por los pies. El ventero, viendo que la chacota de los
parroquianos igual le deparaba algún rato de solaz y alguna cántara más de vino
vendido, dijo:
̶ Si su merced tiene el secreto para correr malos espíritus, sea bienvenido.
Su escudero bien puede dormir en las caballerizas, que entre las bestias se va
a sentir como en casa, mientras usted mantiene a raya a los hechiceros
hechizadores.
Y tras estas
palabras caballero y escudero se entraron en la venta, sucio tugurio lleno de
mesas cansadas de bregar con viajeros de toda condición, a aquella hora de la
tarde concurrida por una parroquia ya apercibida de la llegada de aquel que se
daba al mandoble y tente tieso con almas en pena y cuerpos del delito. No bien
habían tomado asiento cuando dos arrieros se les acercaron con el terror
pintado en sus semblantes. Dijo uno con desparpajo:
̶ Poderoso caballero, a vos nos encomendamos, sálvenos de este mal paso.
̶ Decid, buena gente, qué os atribula, que yo os devolveré el sosiego que
os han hurtado.
̶ Sabrá, su merced, que en el cercano puerto de Cabra habita una serrana
que tiene en vilo a toda la comarca. La moza gasta unos bigotes que para usted
los quisiera, su talle resulta inabarcable para un hombre, e incluso para dos, y
la garrida va siempre con un palo de azada con el que se carga de razones. Como
por esos lugares serranos es raro ver algún cristiano, Robustiana, que así
llaman a la prenda, cuando algún alma descarriada, sobre todo varón, se allega
a sus dominios, no duda en echarle el guante, llevárselo a su cabaña y fornicar
hasta dejarlo seco. Eso quiso hacer con nosotros hace unas horas. Arreamos al
carro como locos y pusimos tierra de por medio, lo cual mucho contradijo a
Robustiana. No paramos nuestra carrera hasta llegar aquí, pero ahora temblamos
al pensar que la serrana resentida se baje de sus pagos por la noche y se
presente en la venta con la intención de darse una alegría a nuestra costa, que
sabemos que es muy rencorosa ̶ dijo el arriero mientras con sorna
componían él y su colega cara de terror fingido.
̶ Pierdan ustedes cuidado mientras vele yo en esta venta, que tengo leído
en la novela de don Cardabobo de Cerdeña cómo dar su merecido a esas fementidas
harpías que aterrorizan caminantes, y que en viendo mi escudo y determinación,
huirán al infierno del que nunca debieron salir.
̶ Sobre todo cuídese de su palo de azada, que hace poco atizó con él a un
bachiller y ahora no pasa de escolar el pobre.
̶ Bueno, bueno, dejen a mi señor, que bien sabrá componérselas ̶ los despachó Marco, que veía el cachondeo que se llevaban con su
señor. Pero al
punto se acercó el ventero con otro recado.
6 comentarios:
Así que Robustiana... Ya el nombre intimida. De niño pensaba que ese nombre (de varón o hembra) solo lo llevaban los robustos, precisamente. Y si en esta hacía juego su tamaño con su lascivia, es para salir corriendo. Claro que al final será todo un embuste de los otros, y en estos casos nunca se sabe qué es peor, si la verdad o el embuste...
Así que fementidas harpías... la vieja pesadilla de algunos hombres de la mujer castradora con voraz apetito sexual. Desde luego está claro que si alguien puede con ella es Flequillo Flojo, otro molino de viento a derrotar.
Dan mucho juego las mujeres poderosas y liberadas en los relatos antiguos sean sueños de la razón o miedos del subconsciente, en eso estoy con U-topía. Es el miedo y no el odio el que que les genero mala fama en aquellas sociedades mentecatas y abusivamente patriarcales.
@ Rick:
Yo tuve un compañero de clase que se llamaba Robustiano el pobre y no hacía honor a su nombre. Robot le apodábamos.
@ U-Topia:
Tiro del tópico de la literatura clásica de la serrana, que bajo su condición de asilvestrada tenía claro qué es lo que quería y no se paraba en nimiedades para lograrlo.
@ Doctor Krapp:
Tienes razón, imponían más respeto que miedo, que a muchos hombres es lo que le producen las mujeres con criterio propio.
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