Gothan,
lejana y sola desde lo alto. Las grandes venas de la metrópoli evacuaban su
diaria carga de dolor, esperanzas incumplidas, soledad y desamor. La noche se
cernía con su cargamento de sueños rotos mientras el lado salvaje de la ciudad
se preparaba para tomar las calles.
Desde su
puesto a la sombra de una gárgola que remataba un cansado edificio del centro,
Batman vigilaba. El viento cortante como navaja no impedía al guardián de Gothan
perder detalle de lo que pasaba al fondo de la calle. Llevaba muchas horas
controlando aquel garito. La lluvia castigaba los ángulos rectos de los edificios
mientras repasaba mentalmente el entramado de deficiencias administrativas,
funcionarios corruptos y agentes de la ley que hacían la vista gorda necesario
para que ese nido de podredumbre abriera sus puertas todas las noches como si de
un honrado negocio se tratara. A cuánta gente habrá comprado el capo para que
pueda pasear impunemente en un coche de cien de los grandes con dos bellezas
neumáticas escoltándole como si fuera una estrella de la NBA, mientras mata poco
a poco a la juventud de Gothan.
En la noche
mostraba la ciudad sus heridas abiertas al frío del invierno. Los habitantes
rumiaban sus existencias tras las paredes de sus refugios mientras se escondían de
las dentelladas del temporal. Del garito salían un grupo de chavales, ninguno
llegaba a los veinte. Batman apretó los puños, impotente. Nada podía hacer por
ellos, salvo esperar a pillar al pez gordo con las manos en la masa.
Las horas pasaban
monótonas. La lluvia seguía cayendo. El hombre murciélago continuaba al acecho,
esperando su presa. Si sus informaciones eran buenas, hoy pasaría a recoger las
ganancias. Poco faltaría para la medianoche cuando un cochazo paró ante la
puerta del local. Era él, Al Giornelo, cuya familia controlaba todos los antros
de mala muerte del centro.
No lo pensó.
Saltó al vacío desde la alta cornisa. En el aire, uno de los batgarfios se fijó
a una pared. Luego, ya cerca del suelo, otro se anudó a una farola moribunda,
lo que le permitió frenar el salto y dar un giro para caer con los pies por
delante encima del gordo seboso que se estaba estirando el traje tras bajar del
coche. Con dos golpes certeros tumbó al guardaespaldas. El chófer tragó saliva
y se estuvo quietecito dentro del coche.
8 comentarios:
Estaré pendiente del desenlace de esta trama donde el héroe justiciero ya se empieza a dar gusto.
Saludos!!!
Bien. La cosa promete. Da gusto recordar esa época en la que nos dejábamos llevar por las fantasías de superhéroes, que en el fondo son igual de creibles que la supuesta realidad actual. Una cosa es lo que vemos, otra la que nos cuentan y otra la verdadera, que nadie sabe cuál es. Así que, ya puestos...
Es emocionante, espero que sigas. Mis superhéroes, en cambio, suelen ser ridículos.
Estamos al acecho. Ya que el héroe no puede defraudar, aunque a veces se dejen ridiculizar.
Saludos.
@ Aristos
pues el desenlace va a ser sabrosón, ya verás
@ Rick:
estos justicieros siempren han oscilado entre lo épico y lo patético. Son personajes involuntariamente ridículos, ahí reside su gracia.
@ dr Krapp
éste también va a rondar por esa zona, no te creas.
@ Rafa:
es una de las señas de identidad de Batman, esperar colgado de cualquier alero hasta que el facineroso asoma el hocico.
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