lunes, 13 de mayo de 2013

De cómo aún a su pesar el caballero del Flequillo Flojo declaró sus hazañas (I)

Amaneció un nuevo día y con él el caballero del Flequillo Flojo se echó a los caminos en busca de doncellas que socorrer, menesterosos a los que auxiliar, entuertos que enderezar, y sobre todo, dejar constancia que los ojos de la su dama eran los más bellos de toda la cristiandad y que no tenían par desde la pérfida Albión hasta el reino del preste Juan. Montado en Rampante, su fiel percherón, y con Marco Parco, su leal escudero, a su diestra, iban por una vereda que bordeaba un fresco sotillo, y tan sabrosa soledad trajo hasta su memoria los días en que allá en la inmortal villa de Ventorrillo pasaba las tardes bajo la reja de su amada, Brisilda de la Solana, aquella por quien bebía los vientos, recitándole versos de su puño y letra en los que alcanzaba a contarle todo lo que en su pecho bullía cada vez que pasar veía su cuerpo gentil por el vano de la ventana.
Bien es sabido que cuando un enamorado saca sus penas de amor a paseo el camino se achica por no cansar al afligido corazón. Marco Parco, al que la víscera que más le preocupaba era su estómago, iba renegando del magro desayuno que le dieran en la venta y de lo incierto que se presentaba el almuerzo. En estos asuntos iban caballero y escudero cuando toparon cerrándoles el camino dos carretas cruzadas guarnecidas con hombres de armas, a pie y a caballo. De entre todos ellos destacaba un gentilhombre vestido de negro, golilla inmaculada, bigote fatuo  y capa corta, que delante de las carretas había emplazado una silla y una mesa  con recado de escribanía, que bien se diría que era un despacho ambulante lo que allí habían pergeñado.
– ¡Alto en nombre del rey! –le conminó el que a la mesa sentado estaba.
–Así haré si es el rey el que lo pide –respondió Flequillo Flojo.
–Decid, os lo ruego, vuestra nación y filiación –continuó el de negro mientras los hombres armados estaban prestos a atajar  cualquier falta de colaboración.
–Este que os habla es Tirso Terco, hidalgo de la noble e invicta villa de Ventorrillo, capital del Páramo, y el que me acompaña en calidad de escudero es Marco Parco, convecino mío.
– ¿Y a qué se debe vuestro paso por estas tierras?
–A que de un tiempo a esta parte, enamorado de Brisilda de la Solana, dama principal de Ventorrillo, he decidido tomar los hábitos de la andante caballería para pregonar a los cuatro vientos las gracias de mi señora, además de ganar gloria y honra para mí.
–Como caballero andante que es, estará informado de la nueva tasa que el rey nuestro señor ha tenido a bien imponer a todos los de su condición –dijo el escribano mientras se atusaba las guías del bigote.
–Voto a tal que no he tenido noticia de semejante nueva, pero quiero participarle que yo, Tirso Terco, provengo de los más nobles linajes de Ventorrillo, y las armas de mi escudo ya hacían volver grupas a los infieles en Covadonga, por lo que puedo decirle que estoy exento de cualquier tributo o estanco que quiera su merced aplicarme.

2 comentarios:

Rick dijo...

Uy, qué mal pinta la cosa. Mucho me temo al final el noble hidalgo va a tener que pasar por caja o ser embargado. Y menos mal que en aquella época no había preferentes ni subordinadas contra las que estrellarse a falta de molinos.

Y tenga cuidado usted también, que ya su antecesor, don Miguel, las pasó canutas con Hacienda...

Chafardero dijo...

sabedor de que don Miguel acabó en prisión por culpa de hacienda, yo he procurado poner a buen recaudo todos mis millones en un paraíso fiscal, y voto a bríos que no han de dar con ellos.