lunes, 11 de junio de 2012

La fe esférica (5-0)

pribado priorato balon dorado

El ascenso de categoría le fue recompensado a Javier con una subida poco habitual en los grados de la sociedad, pues pasó de suplente a entrenador, portando la camiseta del Sagrado Guardián del Tarro de Linimento  por el Rito Escocés. Otra vez arrodillado en el templo subterráneo de la orden ante el Comendador y otros dos altos cófrades, se preparó a recibir parte de los arcanos que, sin interrupción, habían pasado de viva voz de unos a otros de los miembros del círculo interno del priorato desde los albores de nuestra era hasta el día de hoy.
-Ha demostrado templanza para dirigir a nuestro equipo, inteligencia para sortear los retos tácticos, discreción para con los secretos de la orden y fe en la próxima venida del Sumo Seleccionador, el que elaborará la lista definitiva de los hombres de buena voluntad- comenzó en tono solemne Edgardo-. Como ya le referí una vez, la adoración de la esfera, el juego sagrado en el que se recrea la creación del mundo, surge con nuestros primeros padres y fue la columna vertebral de todas las religiones antiguas. Platón acababa sus clases en los jardines de Academos  con un partidillo entre sus alumnos más aventajados; Aristóteles, en una obra hoy perdida, escribió uno de los primeros reglamentos del fútbol con el que se pitó en los juegos olímpicos. Los tartesios, egipcios y otros muchos pueblos simbolizaban al dios sol en la sagrada pelota con la que jugaban partidos que duraban el día entero. Así mismo, en Palestina era costumbre desde antiguo dirimir litigios mediante la celebración de partidos de fútbol. De esta manera consiguió el equipo de los hijos de Jacob hacerse con un lugar bajo el sol de Canaán, o el entrenado por David, que venció al comandado por Goliat con un penalti en el minuto noventa y dos, aunque la historia después haya sido tergiversada.
Ha de saber que en el siglo uno nació en Belén uno de los mayores genios futbolísticos de todos los tiempos. Su nombre era Jesús. Desde niño dio muestra de unas habilidades con el balón que maravillaban a todo el que le veía, hasta llegar a llamar la atención de los sacerdotes del Templo, en cuya explanada se encontraba el principal estadio judío. Dio sus primeros pasos como profesional de la mano de Juan Bautista, otro crack de la época, medio volante del Cafarnaúm  Balompié. Su eterno rival, el Recreativo Nazaret, se hizo con sus servicios pagando el traspaso más caro de la época, treinta monedas de plata. Con ellos ganó cuatro ligas de Judea y tres copas inter tribus. El pueblo estaba con él, pues a su elegancia con el balón y gallardía para con el contrario unía su firme voluntad de no dejarse uncir al yugo romano. Y halló Jesús la gracia a los ojos del Sumo Seleccionador, que derramó  sobre él sus bendiciones para convertirle en el líder de su pueblo.
En aquellos tiempos los judíos estaban alzados en armas contra los romanos,  tramposos imperialistas, y como quiera que tras muchas escaramuzas y atentados, revueltas y represalias, era incierta la victoria y grande el desgaste de los contendientes, se convino un partido que decidiera la cuestión: si perdían los romanos embarcarían rumbo a Italia, y si lo hacían los judíos acatarían el orden imperial.
Mucho les iba en el envite, y Jesús y sus compañeros de selección eran conscientes de ello, pero el Sumo Seleccionador, que desde antiguo velaba por los judíos por lo bien que hacían el fuera de juego y practicaban el cerrojazo, vino en su ayuda. Gabriel, un mensajero suyo, ataviado con la camiseta de la selección judía, se apareció una noche en casa de los padres de Jesús. Allí le hizo entrega a María de un divino presente, un objeto santo con el que poder hacer frente al pérfido imperio: el Silbato Sagrado, la plasmación terrena del deseo del Supremo Hacedor de que se realizara su voluntad así en la tierra como en el cielo. En este sublime objeto, amigo Javier, con el que se imparte justicia en el césped, se transustancia la voluntad divina. Más tarde religiones torticeras han querido ver en este sagrado presente al espíritu santo, cuando su poder va más allá. Para el partido que debería dilucidar la cuestión judía, bastaba con que el árbitro utilizara ese silbato para que todas las faltas fueran en contra de la selección romana. En cosas como ésta es donde se ve la grandeza del Altísimo.
Y si cree que esto era jugar con ventaja es que no conocía a la selección romana, con la flor y nata de las cuatro esquinas del imperio. Al ya clásico catenaccio italiano se sumaban varios estilistas galos, un portero íbero casi imbatible y una delantera germánica que por donde pasaba no volvía a crecer la hierba. Era un equipo imbatible, por mucho que Jesús fuera capaz de caracolear entre líneas, hacer caños, dejar sentados a varios defensas a la vez o disparar entre los tres palos desde cualquier punto del campo. Sus compañeros, desgraciadamente, no brillaban al mismo nivel. Solo Simón Pedro, defensa central con proyección ofensiva, sólido como la roca y luchador incansable, Bartolomé, competente cancerbero y Mateo con su clarividencia para leer todas las fases del partido aportaban algo a la tarea de Jesús,  que, además, tuvo que bregar con envidias e inquinas que minaban la moral como las armadas por Judas Iscariote, que nunca aceptó de buen grado su papel en el banquillo y, a la postre traicionó a su capitán.
El partido se celebró en el estadio situado enfrente del gran templo de Salomón en Jerusalén, los romanos con su escuadra de gala y los hebreos con lo que habían podido reunir de los equipos locales. Pero la fe ciega que tenía la afición en su ídolo hacía que nadie dudara de que ese sería el día en que los romanos subirían a sus barcos para volver a casa. Aún así, Jesús no las tenía todas consigo, pues sabía que si perdían los imperiales bien podían romper su compromiso y seguir como hasta el momento. La ayuda del Sagrado Silbo le daba fuerza, lo que junto al empuje del graderío hizo que el choque se presentara muy igualado. Todas las fuentes de la época, querido Javier, concuerdan en que el guardameta íbero, Iñigo Totusparum, era infranqueable; la defensa etrusca castigó los calcañares de todo el equipo judío para que anduvieran con cuidado, y a la delantera germana daba pavor verlos entrar a rematar con la fuerza de cuatro trirremes. Pero el Sagrado Silbo hacía que el árbitro, indefectiblemente,  pitara en contra de los romanos, con lo que Jesús, Pedro y los demás podían zafarse un poco del dominio rival. Corría el minuto sesenta cuando, en una jugada de ensueño, Jesús recogió el balón en el centro del campo y, tras driblar a toda la defensa, chutó a gol entre gritos de  aleluya aleluya de toda la grada y coros celestiales. No por ello dejaron los romanos de presionar, debidamente motivados por su entrenador Pilatos de mandarlos a todos a galeras, pero el ángel del señor estuvo custodiando la portería de los justos para que no fuera hollada por las impías huestes. Acabó el encuentro y los cielos se abrieron para cantar la gloria del Señor, mientras que Jesús, a hombros de sus compañeros, recibía pleitesía de todo el pueblo judío que lo aclamaba como su nuevo mesías.
Pero bien conoces Javier la perfidia que anida en los corazones romanos, y no iban a quedarse con las manos cruzadas ante la derrota y más cuando el traidor Judas, lleno de rencor por no haber sido del once inicial, fue con la historia de que la victoria judía se debía a artimañas poco deportivas. En plena celebración llegó la guardia de Pilatos, y dieron con toda la selección en la mazmorra, donde después de un proceso sumarísimo fueron condenados la mayoría a ser crucificados, Jesús entre ellos.
Supongo que todas estas noticias te sonarán, por más que la iglesia romana lleve siglos tergiversando y manipulando la historia para presentar a Jesús como algo que nunca fue, que la máxima ilusión en su vida era liberar a su pueblo y jugar en el Barcino F.C., principal equipo de la época, y no el andar dando consejos y parábolas, que sólo las usaba para rebasar al portero. Ésta es la historia sagrada de la que somos depositarios los miembros de nuestra orden, y has de saber que en ese mismo partido en que se decidió el destino del más grande jugador de todos los tiempos, en ese mismo momento surgió nuestra orden, los perpetuos y perfectos custodios del Sagrado Silbo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya decía yo que lo de las Escrituras olía mal. O sea, que al menos el Nuevo Testamento nos ha sido birlado impunemente por la mafia del Vaticano y sustituido por una serie de historietas fantasiosas cuyo valor literario no niego pero que no sirven para explicar nada...

Porque no hay duda: esta versión que usted nos cuenta es mucho más creíble, dónde va a parar. Eso sí, tenga cuidado: los servicios secretos de Roma no descansan.

Chafardero dijo...

@ Rick
el mayordomo del papa ha corroborado en persona esta historia, de ahí su caida en desgracia. Pero al final la verdad se abrirá paso.